Los pueblos se independizan para gozar de libertad. La idea de que hay que trabajar para cubrir los gastos de una metrópoli, de un imperio o de una corte que está alejada de la colonia y que la mira solo como fuente de riqueza es muy distante del concepto de libertad.
Así ha sido en la historia de los pueblos. La independencia y la libertad van juntas y, además, acompañadas con otros valores y aspiraciones.
Asumir la responsabilidad del propio camino, no alimentar cortesanos improductivos, que lo que se recoge en impuestos y pagos públicos apunte al bien común y que no haya vividores del trabajo ajeno.
Para lograr tal aspiración es menester lograr lo que llamaba Aristóteles autarquía o autosuficiencia política. Hay que bastarse como organización política. No se trata de sustituir castas, feudos y cortesanos, sino lograr una adecuada organización política y económica.
La organización debe bastar para que la sociedad viva bien y no se asfixie con el peso mismo de la organización gubernamental, pues no se trata de sustituir a la metrópoli por una burocracia.
De igual modo, la autarquía política y social es algo muy diferente de las cantaletas de autosuficiencia alimentaria o de las maniobras para conformar mercados cautivos.
El pueblo debe tener el derecho a escoger, el consumidor debe ser soberano, no se pueden imponer leyes que constriñan el mercado y fomenten la riqueza por secuestro o estimulen la mediocridad.
Por eso es esencial concluir que la independencia política se perfecciona con la independencia económica, que la libertad política requiere la libertad económica. Lo contrario es mercantilismo, feudalismo y esclavitud.
Cuando cunde el clientelismo, el amiguismo, el monopolio, el privilegio, la gollería y el rótulo para adentro en el Estado y sus instituciones, entonces es claro que no hay verdadera independencia ni libertad ni autarquía política. Hay sustitución de los explotadores.
Lo peor es que se ha montado todo esta estructura con una serie de mitos y engaños que, disfrazados de conquistas y derechos, de aspiraciones políticas y patriotismo, no son más que vilezas para aprovecharse de los demás y obtener ventaja.
Cuando se junta tal desatino con el clientelismo, entonces cunde la demagogia. El sistema, reproduciéndose, fomenta la mala educación y promueve un mal sistema de señales. Ello no es un homenaje a la independencia ni a la libertad, sino todo lo contrario.
Un aparato público ineficiente, monopolista, mercantilista y lleno de gollerías, clientelismo y demagogia no es ejemplo de libertad ni de independencia.
Cuando ello se detecta, es imperativo denunciarlo y limpiar la Patria, para dejarla nuevamente libre e independiente. En cambio, cerrar los ojos, hacerse el tonto, quedarse callado, desperdiciar el voto y vivir en la abulia no es más que ser cómplice de la esclavitud, despreciar la libertad y manchar la independencia.
Respuesta:
Los pueblos se independizan para gozar de libertad. La idea de que hay que trabajar para cubrir los gastos de una metrópoli, de un imperio o de una corte que está alejada de la colonia y que la mira solo como fuente de riqueza es muy distante del concepto de libertad.
Así ha sido en la historia de los pueblos. La independencia y la libertad van juntas y, además, acompañadas con otros valores y aspiraciones.
Asumir la responsabilidad del propio camino, no alimentar cortesanos improductivos, que lo que se recoge en impuestos y pagos públicos apunte al bien común y que no haya vividores del trabajo ajeno.
Para lograr tal aspiración es menester lograr lo que llamaba Aristóteles autarquía o autosuficiencia política. Hay que bastarse como organización política. No se trata de sustituir castas, feudos y cortesanos, sino lograr una adecuada organización política y económica.
La organización debe bastar para que la sociedad viva bien y no se asfixie con el peso mismo de la organización gubernamental, pues no se trata de sustituir a la metrópoli por una burocracia.
De igual modo, la autarquía política y social es algo muy diferente de las cantaletas de autosuficiencia alimentaria o de las maniobras para conformar mercados cautivos.
El pueblo debe tener el derecho a escoger, el consumidor debe ser soberano, no se pueden imponer leyes que constriñan el mercado y fomenten la riqueza por secuestro o estimulen la mediocridad.
Por eso es esencial concluir que la independencia política se perfecciona con la independencia económica, que la libertad política requiere la libertad económica. Lo contrario es mercantilismo, feudalismo y esclavitud.
Cuando cunde el clientelismo, el amiguismo, el monopolio, el privilegio, la gollería y el rótulo para adentro en el Estado y sus instituciones, entonces es claro que no hay verdadera independencia ni libertad ni autarquía política. Hay sustitución de los explotadores.
Lo peor es que se ha montado todo esta estructura con una serie de mitos y engaños que, disfrazados de conquistas y derechos, de aspiraciones políticas y patriotismo, no son más que vilezas para aprovecharse de los demás y obtener ventaja.
Cuando se junta tal desatino con el clientelismo, entonces cunde la demagogia. El sistema, reproduciéndose, fomenta la mala educación y promueve un mal sistema de señales. Ello no es un homenaje a la independencia ni a la libertad, sino todo lo contrario.
Un aparato público ineficiente, monopolista, mercantilista y lleno de gollerías, clientelismo y demagogia no es ejemplo de libertad ni de independencia.
Cuando ello se detecta, es imperativo denunciarlo y limpiar la Patria, para dejarla nuevamente libre e independiente. En cambio, cerrar los ojos, hacerse el tonto, quedarse callado, desperdiciar el voto y vivir en la abulia no es más que ser cómplice de la esclavitud, despreciar la libertad y manchar la independencia.
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