Economistas, politólogos y sociólogos sufren desde hace tiempo de un complejo de inferioridad académico: la envidia de la física . Piensan generalmente que sus disciplinas deberían ser utilizadas a la par de las ciencias “reales” y conscientemente modelan su trabajo en base a éstas, empleando un lenguaje (“teoría”, “experimento”, “ley”) que evoca la física y la química.
Puede llegar a parecer una aspiración digna. Numerosos científicos sociales afirman que la ciencia tiene un método y si alguien quiere ser científico, debe adoptarlo. El método requiere pensar un modelo teórico, deducir una hipótesis demostrable a partir de ese modelo y luego probar la hipótesis respecto del mundo. Si la hipótesis se confirma, el modelo teórico se sostiene; si la hipótesis no se confirma, el modelo teórico no se sostiene. Si su disciplina no opera siguiendo este método (conocido como hipotético-deductivo) entonces, a los ojos de muchos, no es científica.
Este razonamiento domina las ciencias sociales en la actualidad.
No obstante, consideramos que este modo de pensar es totalmente errado y perjudicial para la investigación social.
Para todos aquellos deseosos de beneficiarse con un mejor conocimiento de la política, la economía y la sociedad, las ciencias sociales deben superar su complejo de inferioridad, rechazar el método hipotético-deductivo y aceptar el hecho de que son disciplinas maduras que no necesitan emular a otras ciencias. El ideal del método hipotético-deductivo falla por muchas razones. En primer lugar, ni siquiera es una buena descripción de cómo funcionan las ciencias “duras”. Es una versión de la ciencia de texto escolar en la que se ignora con absoluta tranquilidad todo lo que la investigación científica tiene de complejo y caótico.
Una crítica más importante es que los modelos teóricos pueden resultar muy valiosos aun sin estar respaldados por una demostración empírica .
En los años 1950, por ejemplo, el economista Anthony Downs propuso una explicación elegante respecto de por qué los partidos rivales en algunos casos adoptan plataformas idénticas durante una campaña electoral.
Su modelo se fundó en la misma lógica estratégica que explica por qué dos estaciones de servicio o dos restaurantes de comidas rápidas competidores se instalan uno frente al otro sobre la misma calle: si usted no se muda a una ubicación central pero su rival sí, su rival echará el guante a esos votantes (clientes). La mejor movida para los competidores es imitarse. Este marco de referencia ha sido útil para generaciones de politólogos pese a que Downs no lo probó empíricamente y a pesar del hecho de que su principal predicción -que los candidatos adoptan posiciones “idénticas” en las elecciones- es claramente falsa. El modelo permitió entender por qué en elecciones competitivas, los candidatos se mueven hacia el centro , y resultó fácilmente adaptable para estudiar otros aspectos de las estrategias de los candidatos. Tomando una metáfora del filósofo de la ciencia Ronald Giere, las teorías son como mapas: la prueba de un mapa no reside en verificar arbitrariamente puntos al azar sino en que a la gente le resulte útil para llegar a alguna parte.
Economistas, politólogos y sociólogos sufren desde hace tiempo de un complejo de inferioridad académico: la envidia de la física . Piensan generalmente que sus disciplinas deberían ser utilizadas a la par de las ciencias “reales” y conscientemente modelan su trabajo en base a éstas, empleando un lenguaje (“teoría”, “experimento”, “ley”) que evoca la física y la química.
Puede llegar a parecer una aspiración digna. Numerosos científicos sociales afirman que la ciencia tiene un método y si alguien quiere ser científico, debe adoptarlo. El método requiere pensar un modelo teórico, deducir una hipótesis demostrable a partir de ese modelo y luego probar la hipótesis respecto del mundo. Si la hipótesis se confirma, el modelo teórico se sostiene; si la hipótesis no se confirma, el modelo teórico no se sostiene. Si su disciplina no opera siguiendo este método (conocido como hipotético-deductivo) entonces, a los ojos de muchos, no es científica.
Este razonamiento domina las ciencias sociales en la actualidad.
No obstante, consideramos que este modo de pensar es totalmente errado y perjudicial para la investigación social.
Para todos aquellos deseosos de beneficiarse con un mejor conocimiento de la política, la economía y la sociedad, las ciencias sociales deben superar su complejo de inferioridad, rechazar el método hipotético-deductivo y aceptar el hecho de que son disciplinas maduras que no necesitan emular a otras ciencias. El ideal del método hipotético-deductivo falla por muchas razones. En primer lugar, ni siquiera es una buena descripción de cómo funcionan las ciencias “duras”. Es una versión de la ciencia de texto escolar en la que se ignora con absoluta tranquilidad todo lo que la investigación científica tiene de complejo y caótico.
Una crítica más importante es que los modelos teóricos pueden resultar muy valiosos aun sin estar respaldados por una demostración empírica .
En los años 1950, por ejemplo, el economista Anthony Downs propuso una explicación elegante respecto de por qué los partidos rivales en algunos casos adoptan plataformas idénticas durante una campaña electoral.
Su modelo se fundó en la misma lógica estratégica que explica por qué dos estaciones de servicio o dos restaurantes de comidas rápidas competidores se instalan uno frente al otro sobre la misma calle: si usted no se muda a una ubicación central pero su rival sí, su rival echará el guante a esos votantes (clientes). La mejor movida para los competidores es imitarse. Este marco de referencia ha sido útil para generaciones de politólogos pese a que Downs no lo probó empíricamente y a pesar del hecho de que su principal predicción -que los candidatos adoptan posiciones “idénticas” en las elecciones- es claramente falsa. El modelo permitió entender por qué en elecciones competitivas, los candidatos se mueven hacia el centro , y resultó fácilmente adaptable para estudiar otros aspectos de las estrategias de los candidatos. Tomando una metáfora del filósofo de la ciencia Ronald Giere, las teorías son como mapas: la prueba de un mapa no reside en verificar arbitrariamente puntos al azar sino en que a la gente le resulte útil para llegar a alguna parte.