diablillo21
En el siglo XI, un monje benedictino, Guido d’Arezzo, ideó un sistema para que los cantores aprendieran más rápido el repertorio gregoriano. A partir de ahí, ya no fue necesario enseñarles los cantos uno a uno, sino que los propios monjes aprendieron a cantarlos por sí mismos. ¿Cómo? Con el primer sistema de solfeo o de autoaprendizaje de una canción. D’Arezzo dio nombre a las seis primeras notas musicales y para recordar su entonación se valió de un procedimiento nemotécnico. Recurrió al Himno a San Juan Bautista -seis versos- a los que puso música. Entonces adoptó la primera sílaba de cada verso para cada una de las seis notas: Ut (el Do), Re, Mi, Fa, Sol, La. Ya en el siglo XVI, Bartolomé Ramos incorporó la nota Si, que debe su nombre a las iniciales de Sancte Joannes. Mediante este sencillo procedimiento, los cantores sólo tenían que entonar el comienzo del verso correspondiente al citado himno cada vez que quisieran recordar cómo sonaba una nota determinada.