A inicios de la república, después de la guerra de la independencia, la economía peruana se encontraba en crisis. El costo de la guerra había sido alto. ... La dependencia peruana se acrecentaría con los años y el dominio económico inglés sería cada vez mayor acompañado por el dominio norteamericano
Desde que el hombre es sapiens ha mirado e interrogando al cielo con sumo interés y sobrecogimiento. Cosa bien natural puesto que lo que sucede sobre nuestras cabezas nos afecta y mucho. Los hombres primitivos palpaban de manera directa la influencia de los cielos en sus vidas, tan expuestos como estaban a la naturaleza, y tan dependientes de la muerte y resurrección del Sol, de la Luna y las estrellas que marcaban los ritmos de días y noches, y de las estaciones. Ellos aprendieron a predecir mirando la situación de los astros, pues necesitaban conocer lo que iba a pasar para poder procurarse la comida y evitar, a su vez, ser comidos por los otros predadores. Imaginemos, por otra parte, el estupor y el espanto que producirían a nuestros ancestros los imprevistos y dramáticos fenómenos que observaban en las alturas: rayos, truenos, auroras polares, estrellas fugaces, bólidos, cometas, eclipses de Sol y de Luna. ¿Cómo no ver en ellos señales de seres muy superiores? Lógico que pusiesen en los cielos la morada de sus dioses. Algunos se dieron cuenta enseguida de cómo el conocer los secretos de tales fenómenos, haciendo creer a los demás en su capacidad de usarlos en beneficio o maleficio de unos y otros, les confería gran poder y carácter de mediadores divinos. Por eso, aun en las civilizaciones más arcaicas, aparecen mitos, ritos y augurios celestes, guardados por las castas sacerdotales. Pero aún hoy, en las más desarrolladas y tecnificadas sociedades de nuestro siglo xxi, colean estos primitivismos en forma de astrología, sectas astrales y demás supercherías. Y hasta las teorías y modelos cosmológicos científicos más complejos y especulativos, son vividos y defendidos por muchas de las personas cultas de nuestro mundo con fanatismo religioso. Todo esto hay que tenerlo presente cuando se trate de hacer, como yo ahora, una puesta al día, necesariamente sintética y asequible, de lo que en estos momentos sabemos sobre la estructura y evolución del desmesurado Universo al que pertenecemos.
Lo primero que hay que recordar y subrayar, para poner en su sitio lo que diré a continuación, es que todo conocimiento científico es provisional y está permanentemente sujeto a revisión. Y que, además, lo que voy a contar son especulaciones con base científica rigurosa, pero especulaciones al fin, que tratan de dar explicación a lo que hasta estos momentos hemos podido observar con los telescopios e instrumentos más avanzados. La realidad completa del inconmensurable Cosmos nos es inasequible, por nuestra propia finitud. En definitiva, que siendo mucho, muchísimo, lo que sabemos, es muchísimo más lo que aún ignoramos. He tenido que vencer la tentación de escribir en esta puesta al día, junto a cada aseveración, el racimo de preguntas incontestadas que la envuelven. Estas profundizaciones hay que dejarlas para libros especializados.
Dicho todo esto, aún resulta más emocionante contemplar la aventura inacabada y bella de los humanos avanzando a ciegas, pero decididos, tras los misterios infinitos, impelidos por su curiosidad y su afán innato por conocer que nos ha hecho capaces de superar nuestras fuertes limitaciones hasta cotas impensables. Por ejemplo, en el caso concreto del sentido de la vista, siendo unos bichos bastante cegatos, incapaces de distinguir objetos lejanos, y limitadísimos en el rango de longitudes de onda del espectro electromagnético que nos es asequible, hemos sido capaces de inventar unas «prótesis» maravillosas, que son los telescopios, para lograr «ver» objetos celestes que están a distancias tan enormes que tenemos que medirlas en miles de millones de años luz.
Según ha ido aumentando nuestra capacidad de «ver», de observar más lejos y con más detalle, nuestra idea del Cosmos ha ido cambiando, y lo ha hecho drásticamente en los últimos tiempos (figura 2). Por no remontarnos demasiado en la historia, retrocedamos sólo hasta el Renacimiento, a la época de la «revolución copernicana», que quitó a la Tierra del centro del Universo, después de reducirla a un cuerpo redondo girando en torno al Sol, y nos mostró que el material celeste era de nuestra misma naturaleza. No más divino que el propio polvo terrestre. Durante unos pocos siglos anduvimos maravillados con estas cosas tan insólitas y fantásticas, y entretenidos con la precisa mecánica celeste estudiando los movimientos de los cuerpos de nuestro Sistema Solar. Consecuentemente, se creía en la perfección del reloj cósmico y la inmutabilidad del Universo.
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A inicios de la república, después de la guerra de la independencia, la economía peruana se encontraba en crisis. El costo de la guerra había sido alto. ... La dependencia peruana se acrecentaría con los años y el dominio económico inglés sería cada vez mayor acompañado por el dominio norteamericano
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Desde que el hombre es sapiens ha mirado e interrogando al cielo con sumo interés y sobrecogimiento. Cosa bien natural puesto que lo que sucede sobre nuestras cabezas nos afecta y mucho. Los hombres primitivos palpaban de manera directa la influencia de los cielos en sus vidas, tan expuestos como estaban a la naturaleza, y tan dependientes de la muerte y resurrección del Sol, de la Luna y las estrellas que marcaban los ritmos de días y noches, y de las estaciones. Ellos aprendieron a predecir mirando la situación de los astros, pues necesitaban conocer lo que iba a pasar para poder procurarse la comida y evitar, a su vez, ser comidos por los otros predadores. Imaginemos, por otra parte, el estupor y el espanto que producirían a nuestros ancestros los imprevistos y dramáticos fenómenos que observaban en las alturas: rayos, truenos, auroras polares, estrellas fugaces, bólidos, cometas, eclipses de Sol y de Luna. ¿Cómo no ver en ellos señales de seres muy superiores? Lógico que pusiesen en los cielos la morada de sus dioses. Algunos se dieron cuenta enseguida de cómo el conocer los secretos de tales fenómenos, haciendo creer a los demás en su capacidad de usarlos en beneficio o maleficio de unos y otros, les confería gran poder y carácter de mediadores divinos. Por eso, aun en las civilizaciones más arcaicas, aparecen mitos, ritos y augurios celestes, guardados por las castas sacerdotales. Pero aún hoy, en las más desarrolladas y tecnificadas sociedades de nuestro siglo xxi, colean estos primitivismos en forma de astrología, sectas astrales y demás supercherías. Y hasta las teorías y modelos cosmológicos científicos más complejos y especulativos, son vividos y defendidos por muchas de las personas cultas de nuestro mundo con fanatismo religioso. Todo esto hay que tenerlo presente cuando se trate de hacer, como yo ahora, una puesta al día, necesariamente sintética y asequible, de lo que en estos momentos sabemos sobre la estructura y evolución del desmesurado Universo al que pertenecemos.
Lo primero que hay que recordar y subrayar, para poner en su sitio lo que diré a continuación, es que todo conocimiento científico es provisional y está permanentemente sujeto a revisión. Y que, además, lo que voy a contar son especulaciones con base científica rigurosa, pero especulaciones al fin, que tratan de dar explicación a lo que hasta estos momentos hemos podido observar con los telescopios e instrumentos más avanzados. La realidad completa del inconmensurable Cosmos nos es inasequible, por nuestra propia finitud. En definitiva, que siendo mucho, muchísimo, lo que sabemos, es muchísimo más lo que aún ignoramos. He tenido que vencer la tentación de escribir en esta puesta al día, junto a cada aseveración, el racimo de preguntas incontestadas que la envuelven. Estas profundizaciones hay que dejarlas para libros especializados.
Dicho todo esto, aún resulta más emocionante contemplar la aventura inacabada y bella de los humanos avanzando a ciegas, pero decididos, tras los misterios infinitos, impelidos por su curiosidad y su afán innato por conocer que nos ha hecho capaces de superar nuestras fuertes limitaciones hasta cotas impensables. Por ejemplo, en el caso concreto del sentido de la vista, siendo unos bichos bastante cegatos, incapaces de distinguir objetos lejanos, y limitadísimos en el rango de longitudes de onda del espectro electromagnético que nos es asequible, hemos sido capaces de inventar unas «prótesis» maravillosas, que son los telescopios, para lograr «ver» objetos celestes que están a distancias tan enormes que tenemos que medirlas en miles de millones de años luz.
Según ha ido aumentando nuestra capacidad de «ver», de observar más lejos y con más detalle, nuestra idea del Cosmos ha ido cambiando, y lo ha hecho drásticamente en los últimos tiempos (figura 2). Por no remontarnos demasiado en la historia, retrocedamos sólo hasta el Renacimiento, a la época de la «revolución copernicana», que quitó a la Tierra del centro del Universo, después de reducirla a un cuerpo redondo girando en torno al Sol, y nos mostró que el material celeste era de nuestra misma naturaleza. No más divino que el propio polvo terrestre. Durante unos pocos siglos anduvimos maravillados con estas cosas tan insólitas y fantásticas, y entretenidos con la precisa mecánica celeste estudiando los movimientos de los cuerpos de nuestro Sistema Solar. Consecuentemente, se creía en la perfección del reloj cósmico y la inmutabilidad del Universo.
Explicación:
estudia nena resumilo vos