1Cuando en diciembre de 1935 se conoció el Acuerdo Hoare-Laval, consistente en un plan de partición de Etiopía con el fin de conceder a la Italia de Benito Mussolini –que había agredido al Estado independiente africano– la soberanía sobre una parte fundamental del país, el dirigente del Partido Radical francés, Yvon Delbos, arremetió en discurso parlamentario contra el primer ministro de su país. Le acusó de no orientar la política exterior de acuerdo al Pacto de la Sociedad de Naciones y el sistema de seguridad colectiva, doctrina mantenida desde el final de la Gran Guerra de 1914-1918. Tras glosar el ejemplo de su compatriota Aristide Briand en base a su apuesta por el multilateralismo ginebrino, declaró: «No se puede alentar al agresor, sacrificándole su víctima. Es nuestra seguridad la que está en juego. […] Al destruir la seguridad colectiva, destruiríamos nuestra propia seguridad»2.
2Efectivamente, cuando la coalición de Front Populaire obtuvo la victoria en las elecciones generales celebradas en mayo de 1936, lo hizo con un programa electoral que incluía un apartado denominado Défense de la Paix, compuesto por siete apartados de los cuales tres (los números 2, 5 y 6) estaban referidos a la Sociedad de Naciones, estipulando lo que sigue:
Colaboración internacional, en el marco de Ginebra, por la seguridad colectiva, de cara a definir al agresor y la aplicación automática y solidaria de sanciones en caso de agresión.
Repudio a la diplomacia secreta, acción internacional y negociaciones públicas para volver a llevar a la Sociedad de Naciones a los Estados apartados de Ginebra, sin atentar contra los principios constituyentes del organismo: seguridad colectiva y paz individual.
3 Jules Moch, Le Front Populaire, grande espérance…, Paris, Librairie Académique Perrin, 1971, pp. 22 (...)
Flexibilización del procedimiento previsto por el Pacto de la Sociedad de Naciones para el ajuste de los tratados peligrosos para la seguridad del mundo3.
3Tras la formación del nuevo gobierno frentepopulista en París, todo el idealismo multilateral dio paso inmediato, una vez alcanzado el poder, a un pragmatismo total: a principios de julio de 1936, Francia votó a favor del levantamiento de las sanciones impuestas contra Italia en la Sociedad de Naciones por su agresión a Etiopía. La Asamblea de la Sociedad de Naciones estipuló tal supresión, bajo claro impulso británico. La impunidad se había instalado. Mussolini y Hitler lo percibieron muy nítidamente.
Explicación:
La división tanto del gobierno como de la sociedad francesa fue un hecho a partir del golpe de Estado producido en España en julio de 1936. Tal división distaba de ser homogénea, tal y como ha explicado Bonnefous: «Hubo en la izquierda hombres que, queriendo ante todo salvaguardar la paz europea, guardaron silencio. La política de no intervención gubernamental fue inspirada por ellos. Igualmente, algunos hombres de derechas no aplaudieron incondicionalmente los hechos y gestas del general Franco. Los católicos, en especial, se hicieron muchas preguntas». Un caso muy representativo fue el de François Mauriac, quien tras haber rogado al primer ministro, Léon Blum, que no interviniese a favor de la República, cambió de postura a partir del mes de agosto, posicionándose contra los sublevados en España4. Pero Blum, incapacitado por sus temores para ejercer con determinación su autoridad, se limitó a derramar lágrimas de cocodrilo sobre los hombros de los interlocutores del gobierno español que le visitaban en su domicilio del número 25 del Quai de Bourbon, como Fernando de los Ríos o Luis Jiménez de Asúa. Dicha actitud de Blum posibilitó que el Quai d’Orsay tomase las riendas de la actitud a adoptar en relación a la situación en España. La puesta en pie de la política de no intervención –bajo patrocinio francés y claro impulso británico– se constituyó a partir de aquel entonces como hecho irreversible para toda la contienda. Fue ahí donde la firmeza en la sombra de Alexis Léger, hombre fuerte del ministerio y partidario de un decidido seguidismo a la diplomacia británica, se combinó con una puesta en escena también al margen de dudas por parte del ministro de Asuntos Exteriores, Yvon Delbos. Este, en el primer encuentro de la Sociedad de Naciones tras el estallido de la contienda, respondió a las denuncias del ministro español, Julio Álvarez del Vayo, reafirmando la no intervención como medio para «impedir la movilización ideológica de Europa»5. Eso era lo fundamental para los arquitectos de la política exterior gala, en tanto que Blum seguía bloqueado. El mencionado Léger se lo dejó claro al embajador italiano en París, Mario Cerruti: lo mejor que podía pasar era que el asunto español terminase cuanto antes, con independencia de quién obtuviese la victoria6.
Respuesta:
1Cuando en diciembre de 1935 se conoció el Acuerdo Hoare-Laval, consistente en un plan de partición de Etiopía con el fin de conceder a la Italia de Benito Mussolini –que había agredido al Estado independiente africano– la soberanía sobre una parte fundamental del país, el dirigente del Partido Radical francés, Yvon Delbos, arremetió en discurso parlamentario contra el primer ministro de su país. Le acusó de no orientar la política exterior de acuerdo al Pacto de la Sociedad de Naciones y el sistema de seguridad colectiva, doctrina mantenida desde el final de la Gran Guerra de 1914-1918. Tras glosar el ejemplo de su compatriota Aristide Briand en base a su apuesta por el multilateralismo ginebrino, declaró: «No se puede alentar al agresor, sacrificándole su víctima. Es nuestra seguridad la que está en juego. […] Al destruir la seguridad colectiva, destruiríamos nuestra propia seguridad»2.
2Efectivamente, cuando la coalición de Front Populaire obtuvo la victoria en las elecciones generales celebradas en mayo de 1936, lo hizo con un programa electoral que incluía un apartado denominado Défense de la Paix, compuesto por siete apartados de los cuales tres (los números 2, 5 y 6) estaban referidos a la Sociedad de Naciones, estipulando lo que sigue:
Colaboración internacional, en el marco de Ginebra, por la seguridad colectiva, de cara a definir al agresor y la aplicación automática y solidaria de sanciones en caso de agresión.
Repudio a la diplomacia secreta, acción internacional y negociaciones públicas para volver a llevar a la Sociedad de Naciones a los Estados apartados de Ginebra, sin atentar contra los principios constituyentes del organismo: seguridad colectiva y paz individual.
3 Jules Moch, Le Front Populaire, grande espérance…, Paris, Librairie Académique Perrin, 1971, pp. 22 (...)
Flexibilización del procedimiento previsto por el Pacto de la Sociedad de Naciones para el ajuste de los tratados peligrosos para la seguridad del mundo3.
3Tras la formación del nuevo gobierno frentepopulista en París, todo el idealismo multilateral dio paso inmediato, una vez alcanzado el poder, a un pragmatismo total: a principios de julio de 1936, Francia votó a favor del levantamiento de las sanciones impuestas contra Italia en la Sociedad de Naciones por su agresión a Etiopía. La Asamblea de la Sociedad de Naciones estipuló tal supresión, bajo claro impulso británico. La impunidad se había instalado. Mussolini y Hitler lo percibieron muy nítidamente.
Explicación:
La división tanto del gobierno como de la sociedad francesa fue un hecho a partir del golpe de Estado producido en España en julio de 1936. Tal división distaba de ser homogénea, tal y como ha explicado Bonnefous: «Hubo en la izquierda hombres que, queriendo ante todo salvaguardar la paz europea, guardaron silencio. La política de no intervención gubernamental fue inspirada por ellos. Igualmente, algunos hombres de derechas no aplaudieron incondicionalmente los hechos y gestas del general Franco. Los católicos, en especial, se hicieron muchas preguntas». Un caso muy representativo fue el de François Mauriac, quien tras haber rogado al primer ministro, Léon Blum, que no interviniese a favor de la República, cambió de postura a partir del mes de agosto, posicionándose contra los sublevados en España4. Pero Blum, incapacitado por sus temores para ejercer con determinación su autoridad, se limitó a derramar lágrimas de cocodrilo sobre los hombros de los interlocutores del gobierno español que le visitaban en su domicilio del número 25 del Quai de Bourbon, como Fernando de los Ríos o Luis Jiménez de Asúa. Dicha actitud de Blum posibilitó que el Quai d’Orsay tomase las riendas de la actitud a adoptar en relación a la situación en España. La puesta en pie de la política de no intervención –bajo patrocinio francés y claro impulso británico– se constituyó a partir de aquel entonces como hecho irreversible para toda la contienda. Fue ahí donde la firmeza en la sombra de Alexis Léger, hombre fuerte del ministerio y partidario de un decidido seguidismo a la diplomacia británica, se combinó con una puesta en escena también al margen de dudas por parte del ministro de Asuntos Exteriores, Yvon Delbos. Este, en el primer encuentro de la Sociedad de Naciones tras el estallido de la contienda, respondió a las denuncias del ministro español, Julio Álvarez del Vayo, reafirmando la no intervención como medio para «impedir la movilización ideológica de Europa»5. Eso era lo fundamental para los arquitectos de la política exterior gala, en tanto que Blum seguía bloqueado. El mencionado Léger se lo dejó claro al embajador italiano en París, Mario Cerruti: lo mejor que podía pasar era que el asunto español terminase cuanto antes, con independencia de quién obtuviese la victoria6.