La destrucción del patrimonio cultural mundial, de una amplitud sin precedentes en nuestros días, plantea de nuevo el dilema de si es necesario o no reconstruir los sitios dañados para que recuperen su significado.
El aniquilamiento de los Budas del Valle de Bamiyán (Afganistán) en 2001 prefiguró una posterior oleada de ataques contra algunos de los sitios culturales más emblemáticos del mundo, como las ciudades sirias de Palmira y Alepo. La UNESCO considera que esos atentados constituyen un crimen de “limpieza cultural”, lo cual exige la adopción de nuevas políticas nacionales e internacionales, así como la intervención de las Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional e Interpol. Además, también los desastres naturales destruyen el patrimonio cultural mundial, como el terremoto que asoló en 2015 centenares de edificios del sitio del Valle de Katmandú (Nepal).
La idea de la reconstrucción no es nueva. Tiene su origen en las culturas occidentales del siglo XIX, cuando se cobró mayor conciencia de la importancia de la historia y surgió la noción de monumento histórico como reacción contra la industrialización arrolladora y su consiguiente ruptura con el pasado. Los arquitectos empezaron entonces a restaurar las partes desaparecidas de edificios culturales antiguos para devolverles su esplendor de antaño. Un buen ejemplo de esto fue la reconstitución de las murallas de la ciudadela de Carcasona (Francia), obra del arquitecto parisino Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, teórico de la renovación del gótico francés. En el siglo XX, el movimiento en pro de las reconstituciones cobró un auge especial en Norteamérica, donde las réplicas de edificios históricos se utilizan como museos vivientes y constituyen un medio de presentación e interpretación del pasado histórico muy apreciado por los visitantes. El ejemplo más célebre es la reconstitución de la ciudad de Williamsburg (Virginia) en el decenio de 1930: se restauraron 350 edificios del siglo XVIII en estado de ruina y se demolieron otros de épocas posteriores para crear un centro de interpretación de la América colonial dieciochesca.
Recordemos también que el origen de la Convención del Patrimonio Mundial de 1972 fue la iniciativa adoptada por la UNESCO para desmontar y reconstruir en Egipto los templos nubios de Abu Simbel y los monumentos de Filé, situados en una zona arqueológica de riqueza excepcional que iba a quedar anegada a causa de la construcción de la presa de Asuán. Gracias a la campaña internacional de salvamento llevada a cabo por la UNESCO durante dos decenios (1960-1980), esos tesoros pudieron salvarse.
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La destrucción del patrimonio cultural mundial, de una amplitud sin precedentes en nuestros días, plantea de nuevo el dilema de si es necesario o no reconstruir los sitios dañados para que recuperen su significado.
El aniquilamiento de los Budas del Valle de Bamiyán (Afganistán) en 2001 prefiguró una posterior oleada de ataques contra algunos de los sitios culturales más emblemáticos del mundo, como las ciudades sirias de Palmira y Alepo. La UNESCO considera que esos atentados constituyen un crimen de “limpieza cultural”, lo cual exige la adopción de nuevas políticas nacionales e internacionales, así como la intervención de las Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional e Interpol. Además, también los desastres naturales destruyen el patrimonio cultural mundial, como el terremoto que asoló en 2015 centenares de edificios del sitio del Valle de Katmandú (Nepal).
La idea de la reconstrucción no es nueva. Tiene su origen en las culturas occidentales del siglo XIX, cuando se cobró mayor conciencia de la importancia de la historia y surgió la noción de monumento histórico como reacción contra la industrialización arrolladora y su consiguiente ruptura con el pasado. Los arquitectos empezaron entonces a restaurar las partes desaparecidas de edificios culturales antiguos para devolverles su esplendor de antaño. Un buen ejemplo de esto fue la reconstitución de las murallas de la ciudadela de Carcasona (Francia), obra del arquitecto parisino Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, teórico de la renovación del gótico francés. En el siglo XX, el movimiento en pro de las reconstituciones cobró un auge especial en Norteamérica, donde las réplicas de edificios históricos se utilizan como museos vivientes y constituyen un medio de presentación e interpretación del pasado histórico muy apreciado por los visitantes. El ejemplo más célebre es la reconstitución de la ciudad de Williamsburg (Virginia) en el decenio de 1930: se restauraron 350 edificios del siglo XVIII en estado de ruina y se demolieron otros de épocas posteriores para crear un centro de interpretación de la América colonial dieciochesca.
Recordemos también que el origen de la Convención del Patrimonio Mundial de 1972 fue la iniciativa adoptada por la UNESCO para desmontar y reconstruir en Egipto los templos nubios de Abu Simbel y los monumentos de Filé, situados en una zona arqueológica de riqueza excepcional que iba a quedar anegada a causa de la construcción de la presa de Asuán. Gracias a la campaña internacional de salvamento llevada a cabo por la UNESCO durante dos decenios (1960-1980), esos tesoros pudieron salvarse.
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espero haberte ayudado