El narrador de El Matadero lo establece apenas el relato comienza: prefiere callar antes que ser difuso («Tengo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso»)1. Si no quiere ser difuso es porque quiere ir directo al punto, sin demorarse en introitos que no sean imprescindibles. Ahora bien: ¿cuál es ese punto en El Matadero? ¿Adónde se supone que quiere llegar sin demoras? El punto adonde se dirige la narración, y el punto donde culmina, es sin dudas el episodio del unitario. Pero lo cierto es que el episodio del unitario no aparece sino después de unas cuantas páginas; e incluso esos otros episodios que de alguna manera lo anticipan y lo introducen (el de la muerte del niño, el del inglés del saladero) demoran bastante en aparecer en el relato. Es así que la voluntad de ir al punto de la manera más inmediata va encontrando, sin que pueda por eso decirse que El Matadero resulte difuso, diversas capas de mediación. En cierto modo el relato avanza buscando esa palabra directa, que es ante todo la palabra política, y cuando la encuentre, o crea encontrarla, la pondrá en boca del personaje del unitario para que luego la asuma también el propio narrador, y uno y otro digan de manera directa lo que acerca del gobierno de Rosas tienen para decir. Pero hay algo de la eficacia de esa palabra directa que El Matadero nunca alcanza a capturar, y no solamente porque las parrafadas de contenido político que declaman el unitario y el narrador puedan ser lo menos eficaz del relato desde un punto de vista literario. Esa palabra es siempre menos directa de lo que quisiera; y también en esto la inmediatez (la de una palabra capaz de desencadenar una acción o de modificar un hecho) se busca y se desencuentra. Si la concreción de una palabra se verifica en su poder de alteración de lo real, toda palabra literaria es difusa. Y si bien el narrador de El Matadero quiere callar lo necesario para llegar directo al punto, no puede eludir esas capas de mediación que, aunque en un sentido puedan constituir una especie de obstáculo, en otro no son sino la materia con la que el cuento está hecho.
Lo paradójico es que esa eficacia que el narrador de El Matadero desearía pero no alcanza, ni alcanza tampoco a insuflarle al unitario, sí la detentan los federales que aparecen en el relato.
Respuesta:
El narrador de El Matadero lo establece apenas el relato comienza: prefiere callar antes que ser difuso («Tengo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso»)1. Si no quiere ser difuso es porque quiere ir directo al punto, sin demorarse en introitos que no sean imprescindibles. Ahora bien: ¿cuál es ese punto en El Matadero? ¿Adónde se supone que quiere llegar sin demoras? El punto adonde se dirige la narración, y el punto donde culmina, es sin dudas el episodio del unitario. Pero lo cierto es que el episodio del unitario no aparece sino después de unas cuantas páginas; e incluso esos otros episodios que de alguna manera lo anticipan y lo introducen (el de la muerte del niño, el del inglés del saladero) demoran bastante en aparecer en el relato. Es así que la voluntad de ir al punto de la manera más inmediata va encontrando, sin que pueda por eso decirse que El Matadero resulte difuso, diversas capas de mediación. En cierto modo el relato avanza buscando esa palabra directa, que es ante todo la palabra política, y cuando la encuentre, o crea encontrarla, la pondrá en boca del personaje del unitario para que luego la asuma también el propio narrador, y uno y otro digan de manera directa lo que acerca del gobierno de Rosas tienen para decir. Pero hay algo de la eficacia de esa palabra directa que El Matadero nunca alcanza a capturar, y no solamente porque las parrafadas de contenido político que declaman el unitario y el narrador puedan ser lo menos eficaz del relato desde un punto de vista literario. Esa palabra es siempre menos directa de lo que quisiera; y también en esto la inmediatez (la de una palabra capaz de desencadenar una acción o de modificar un hecho) se busca y se desencuentra. Si la concreción de una palabra se verifica en su poder de alteración de lo real, toda palabra literaria es difusa. Y si bien el narrador de El Matadero quiere callar lo necesario para llegar directo al punto, no puede eludir esas capas de mediación que, aunque en un sentido puedan constituir una especie de obstáculo, en otro no son sino la materia con la que el cuento está hecho.
Lo paradójico es que esa eficacia que el narrador de El Matadero desearía pero no alcanza, ni alcanza tampoco a insuflarle al unitario, sí la detentan los federales que aparecen en el relato.
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