¿Cómo lo puedes saber con certeza, sin ningún tipo de duda, que eres la misma persona que hace tiempo atrás? ¿Es razonable dudar de todo lo que te han dicho que eres?
¿Cómo lo puedes saber con certeza, sin ningún tipo de duda, que eres la misma persona que hace tiempo atrás? ¿Es razonable dudar de todo lo que te han dicho que eres?
Explicación:
Pensar lo real. Tomarnos en serio el pensamiento como capacidad de pensar lo real, y dejar de encerrarnos en el pensamiento que se piensa a sí mismo. Para ello volvemos la mirada al pensamiento anterior al giro subjetivo kantiano, comenzando por Descartes. Hay que ir al momento anterior a Kant, porque no se trata de preguntarnos cómo conocemos lo real y qué de lo real podemos conocer, sino de preguntarnos qué es lo real. La pregunta griega, se insistirá: ¿Por qué partimos, entonces, de Descartes y no de Grecia? Las preguntas son evidentemente distintas. Descartes no se cuestiona, como lo hicieron los griegos, ¿qué es? La pregunta moderna es: ¿cómo debo proceder para pensar certeramente lo real? Pero, si esta es la pregunta, entonces tampoco parecería justificada la selección del autor, puesto que no parecería llevarnos lejos de la mediación subjetiva. Efectivamente, Descartes ocupa una extraña posición en la historia de las preguntas filosóficas. Por un lado, intenta dar cuenta de la realidad en tanto tal; pero, por otro, vuelca la mirada hacia el sujeto para preguntarse por lo real. De manera que con él comienza el giro subjetivo, marca distintiva de la modernidad. Sin embargo, todavía en Descartes la vuelta hacia el sujeto es un movimiento metódico, que no aleja el cuestionamiento metafísico. El cogito es la respuesta a una pregunta por lo real, por lo verdadero, y metódicamente es la certeza que permite comenzar propiamente la indagación metafísica: a partir de la certeza del cogito puede preguntarse por el ego, por lo extenso y por Dios. La pregunta por el método es más bien un paso previo al continuar del pensamiento. Luego de encontrar la certeza que le permite llevar a cabo la investigación, Descartes retoma el preguntar metafísico: ¿qué soy?, ¿qué es la materia?, ¿existe Dios?
Lo que nos ocupa es, entonces, lo siguiente: ¿Qué sucede con la certeza de sí y por qué entendemos que es un momento digno de ser re-pensado? La certeza cartesiana es el surgimiento de un concepto: el concepto yo. No se trata de un concepto cualquiera. Es, propiamente, el concepto que marca a la filosofía moderna; un personaje que nos ha acompañado a lo largo de siglos de pensamiento, y que no deja de tener resonancias. Nuestro interés, sin embargo, no se limita a su importancia histórica. Nos interesa adentrarnos en las meditaciones cartesianas para ver el momento del parto del concepto y vislumbrar desde ahí otras resonancias; los caminos recorridos y los no vistos por él, pero constitutivos, vía negativa, de la historia posterior de la metafísica.
El pensamiento consciente de sí o reflejo, decimos, es lo vivo afirmándose ante sí mismo. Esto es propiamente la existencia: el ser desdoblado que se reconoce, se sabe y se regocija en ello. La afirmación "Yo soy, yo existo" es, pues, un éxtasis del ser, una certeza que lo lanza inmediatamente al exterior. Y por ello no es contingente, sino necesaria, porque la existencia se reafirma y confirma en ese su propio acto que es el pensamiento: se pone ante sí misma como lo patente. El pensamiento está vivo y en la autoconciencia celebra su actividad. Sale de la angustia de su posible banalidad (la total falsedad del mundo, el engaño absoluto).
Descartes se da cuenta de este regocijo en el ser y en la posibilidad, cuando dice: "¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere y, también, imagina y siente" (Descartes, 1997: 137). Todas las facultades del alma están atravesadas por el pensamiento, son pensamiento vivo, que se actualiza en su saber de sí. Descartes nombra a esta autoconciencia "una cosa que piensa", pero nosotros insistiremos, sirviéndonos de las propias meditaciones cartesianas, en que no es una cosa, pues no es algo inerte ni mucho menos un agente separado de su acción, sino justamente lo activo, la actividad misma de la existencia que es conciencia de sí misma y de su potencialidad. Puedo sentir, puedo querer, puedo imaginar, etcétera. Puedo, y sólo puedo porque soy en actividad, porque pienso y, por lo tanto, me muevo, me determino. Esto es ser, existir.
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Respuesta:
¿Cómo lo puedes saber con certeza, sin ningún tipo de duda, que eres la misma persona que hace tiempo atrás? ¿Es razonable dudar de todo lo que te han dicho que eres?
Explicación:
Pensar lo real. Tomarnos en serio el pensamiento como capacidad de pensar lo real, y dejar de encerrarnos en el pensamiento que se piensa a sí mismo. Para ello volvemos la mirada al pensamiento anterior al giro subjetivo kantiano, comenzando por Descartes. Hay que ir al momento anterior a Kant, porque no se trata de preguntarnos cómo conocemos lo real y qué de lo real podemos conocer, sino de preguntarnos qué es lo real. La pregunta griega, se insistirá: ¿Por qué partimos, entonces, de Descartes y no de Grecia? Las preguntas son evidentemente distintas. Descartes no se cuestiona, como lo hicieron los griegos, ¿qué es? La pregunta moderna es: ¿cómo debo proceder para pensar certeramente lo real? Pero, si esta es la pregunta, entonces tampoco parecería justificada la selección del autor, puesto que no parecería llevarnos lejos de la mediación subjetiva. Efectivamente, Descartes ocupa una extraña posición en la historia de las preguntas filosóficas. Por un lado, intenta dar cuenta de la realidad en tanto tal; pero, por otro, vuelca la mirada hacia el sujeto para preguntarse por lo real. De manera que con él comienza el giro subjetivo, marca distintiva de la modernidad. Sin embargo, todavía en Descartes la vuelta hacia el sujeto es un movimiento metódico, que no aleja el cuestionamiento metafísico. El cogito es la respuesta a una pregunta por lo real, por lo verdadero, y metódicamente es la certeza que permite comenzar propiamente la indagación metafísica: a partir de la certeza del cogito puede preguntarse por el ego, por lo extenso y por Dios. La pregunta por el método es más bien un paso previo al continuar del pensamiento. Luego de encontrar la certeza que le permite llevar a cabo la investigación, Descartes retoma el preguntar metafísico: ¿qué soy?, ¿qué es la materia?, ¿existe Dios?
Lo que nos ocupa es, entonces, lo siguiente: ¿Qué sucede con la certeza de sí y por qué entendemos que es un momento digno de ser re-pensado? La certeza cartesiana es el surgimiento de un concepto: el concepto yo. No se trata de un concepto cualquiera. Es, propiamente, el concepto que marca a la filosofía moderna; un personaje que nos ha acompañado a lo largo de siglos de pensamiento, y que no deja de tener resonancias. Nuestro interés, sin embargo, no se limita a su importancia histórica. Nos interesa adentrarnos en las meditaciones cartesianas para ver el momento del parto del concepto y vislumbrar desde ahí otras resonancias; los caminos recorridos y los no vistos por él, pero constitutivos, vía negativa, de la historia posterior de la metafísica.
El pensamiento consciente de sí o reflejo, decimos, es lo vivo afirmándose ante sí mismo. Esto es propiamente la existencia: el ser desdoblado que se reconoce, se sabe y se regocija en ello. La afirmación "Yo soy, yo existo" es, pues, un éxtasis del ser, una certeza que lo lanza inmediatamente al exterior. Y por ello no es contingente, sino necesaria, porque la existencia se reafirma y confirma en ese su propio acto que es el pensamiento: se pone ante sí misma como lo patente. El pensamiento está vivo y en la autoconciencia celebra su actividad. Sale de la angustia de su posible banalidad (la total falsedad del mundo, el engaño absoluto).
Descartes se da cuenta de este regocijo en el ser y en la posibilidad, cuando dice: "¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere y, también, imagina y siente" (Descartes, 1997: 137). Todas las facultades del alma están atravesadas por el pensamiento, son pensamiento vivo, que se actualiza en su saber de sí. Descartes nombra a esta autoconciencia "una cosa que piensa", pero nosotros insistiremos, sirviéndonos de las propias meditaciones cartesianas, en que no es una cosa, pues no es algo inerte ni mucho menos un agente separado de su acción, sino justamente lo activo, la actividad misma de la existencia que es conciencia de sí misma y de su potencialidad. Puedo sentir, puedo querer, puedo imaginar, etcétera. Puedo, y sólo puedo porque soy en actividad, porque pienso y, por lo tanto, me muevo, me determino. Esto es ser, existir.
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