Supongo que las personas que no nos dejan habitualmente hablar son aquellas personas hablan mucho. ¡Qué razón tienes! Aunque luego te reprochen que no dices nada, ni compartes nada, ni hablas… Porque las hay que responden a este perfil claramente. De esas que quieren contar lo suyo a toda costa y que lo suyo es siempre una epopeya del tamaño de la Ilíada. De esas a quienes nada consigue amedrentar a la hora de romper una conversación previa, que parece que van a golpes de sugerencias internas o son manejadas por una voz interior que se burla de ellas sin parar. De esas que copan enteramente el tiempo y el encuentro, robando sin piedad la sabiduría ajena y las historias de otros. Las hay incluso de las que cuentan lo que tienes que decir tú, como madres que acompañan a sus hijos al médico. Personas cuya actitud indolente pasa por ser escuchadas con absoluta concentración y reclaman que las mires y les una y otra vez, y secuestran hábilmente el tiempo ajeno para revivir sus consabidos recuerdos.
No son, sin embargo, el único caso de personas que no dejan hablar. Hay otro grupo, mucho más terrible a mi entender, formado por quienes miran duramente el rostro ajeno lanzando su propio muro interior. Son aquellos que no quieren escuchar. Peor aún, quienes interpeladas miran hacia otro lado demostrándote que es inútil todo tu afán. Este grupo destroza a su enemigo minando de indiferencia la palabra humana, sembrando desaliento y desesperanza en la conversación.
Supongo que las personas que no nos dejan habitualmente hablar son aquellas personas hablan mucho. ¡Qué razón tienes! Aunque luego te reprochen que no dices nada, ni compartes nada, ni hablas… Porque las hay que responden a este perfil claramente. De esas que quieren contar lo suyo a toda costa y que lo suyo es siempre una epopeya del tamaño de la Ilíada. De esas a quienes nada consigue amedrentar a la hora de romper una conversación previa, que parece que van a golpes de sugerencias internas o son manejadas por una voz interior que se burla de ellas sin parar. De esas que copan enteramente el tiempo y el encuentro, robando sin piedad la sabiduría ajena y las historias de otros. Las hay incluso de las que cuentan lo que tienes que decir tú, como madres que acompañan a sus hijos al médico. Personas cuya actitud indolente pasa por ser escuchadas con absoluta concentración y reclaman que las mires y les una y otra vez, y secuestran hábilmente el tiempo ajeno para revivir sus consabidos recuerdos.
No son, sin embargo, el único caso de personas que no dejan hablar. Hay otro grupo, mucho más terrible a mi entender, formado por quienes miran duramente el rostro ajeno lanzando su propio muro interior. Son aquellos que no quieren escuchar. Peor aún, quienes interpeladas miran hacia otro lado demostrándote que es inútil todo tu afán. Este grupo destroza a su enemigo minando de indiferencia la palabra humana, sembrando desaliento y desesperanza en la conversación.