pocas proposiciones científicas pueden presumir de ser el origen de una revolución en la percepción que tenemos de la realidad; la de Darwin es una de ellas, pues logró impactar no tan sólo los postulados básicos de ciencias como la biología, la antropología, la sociología y la psicología, sino que también influyó decisivamente en la imagen que el hombre de la calle tiene de sí mismo. Los conceptos de Darwin se han convertido en palabras de uso cotidiano, cuyo estatus dentro del lenguaje no siempre es evidente, pero que de muchos modos define un denominador común en la visión que de nosotros mismos tenemos como organismos y como personas.
La ruptura epistemológica creada por las observaciones de Darwin separa no únicamente dos épocas, sino también dos modelos de la realidad, dos cosmovisiones. Esto significa que ya sea en la ciencia o en cualquier otro modo de conocimiento, el modelo darwiniano es su base conceptual, lejana o cercana, pero al fin y al cabo su fundamento; lo que quiere decir, a su vez, que si se elimina de ese conocimiento todo lo que tuviese que ver con el mecanismo de la evolución de las especies, el cuerpo teórico de muchas ciencias quedaría desmembrado, si no desaparecido totalmente.
Gran parte de los cimientos de esa estructura que se conoce como ciencias de la vida y del comportamiento está constituida por las ideas de variación y selección natural que el 1 de julio de 1858 propuso Charles Darwin –adelantándose a Alfred R. Wallace en la exposición formal de esta teoría– en una sesión de la Sociedad Linneana, donde leyó sus primeras ideas respecto de la evolución de las especies, semejantes a las del trabajo que Wallace había realizado y del cual Darwin había recibido una copia por parte del mismo Wallace como muestra de honestidad y colaboración científicas, dando pie a la publicación al año siguiente, en 1859, de la obra que acaparó inmediatamente la atención de científicos y de legos: El origen de las especies, poniendo a Darwin en el lugar prominente que ocupa aún en nuestros días.
Sin embargo, esa preeminencia está siendo repensada actualmente dentro de la biología (la ciencia que más le debe) por científicos y filósofos que han detectado algunas fallas en sus postulados, generando también el cuestionamiento del resto del conocimiento que se había construido a partir de la visión de Darwin.
Lo que, por otra parte (hay que aclararlo de una vez por todas), no significa que se ponga en duda la idea general de que la vida y sus innumerables expresiones sean producto de fuerzas naturales, esto es, de la evolución como motor de los cambios en la filogenia.
pocas proposiciones científicas pueden presumir de ser el origen de una revolución en la percepción que tenemos de la realidad; la de Darwin es una de ellas, pues logró impactar no tan sólo los postulados básicos de ciencias como la biología, la antropología, la sociología y la psicología, sino que también influyó decisivamente en la imagen que el hombre de la calle tiene de sí mismo. Los conceptos de Darwin se han convertido en palabras de uso cotidiano, cuyo estatus dentro del lenguaje no siempre es evidente, pero que de muchos modos define un denominador común en la visión que de nosotros mismos tenemos como organismos y como personas.
La ruptura epistemológica creada por las observaciones de Darwin separa no únicamente dos épocas, sino también dos modelos de la realidad, dos cosmovisiones. Esto significa que ya sea en la ciencia o en cualquier otro modo de conocimiento, el modelo darwiniano es su base conceptual, lejana o cercana, pero al fin y al cabo su fundamento; lo que quiere decir, a su vez, que si se elimina de ese conocimiento todo lo que tuviese que ver con el mecanismo de la evolución de las especies, el cuerpo teórico de muchas ciencias quedaría desmembrado, si no desaparecido totalmente.
Gran parte de los cimientos de esa estructura que se conoce como ciencias de la vida y del comportamiento está constituida por las ideas de variación y selección natural que el 1 de julio de 1858 propuso Charles Darwin –adelantándose a Alfred R. Wallace en la exposición formal de esta teoría– en una sesión de la Sociedad Linneana, donde leyó sus primeras ideas respecto de la evolución de las especies, semejantes a las del trabajo que Wallace había realizado y del cual Darwin había recibido una copia por parte del mismo Wallace como muestra de honestidad y colaboración científicas, dando pie a la publicación al año siguiente, en 1859, de la obra que acaparó inmediatamente la atención de científicos y de legos: El origen de las especies, poniendo a Darwin en el lugar prominente que ocupa aún en nuestros días.
Sin embargo, esa preeminencia está siendo repensada actualmente dentro de la biología (la ciencia que más le debe) por científicos y filósofos que han detectado algunas fallas en sus postulados, generando también el cuestionamiento del resto del conocimiento que se había construido a partir de la visión de Darwin.
Lo que, por otra parte (hay que aclararlo de una vez por todas), no significa que se ponga en duda la idea general de que la vida y sus innumerables expresiones sean producto de fuerzas naturales, esto es, de la evolución como motor de los cambios en la filogenia.
pocas proposiciones científicas pueden presumir de ser el origen de una revolución en la percepción que tenemos de la realidad; la de Darwin es una de ellas, pues logró impactar no tan sólo los postulados básicos de ciencias como la biología, la antropología, la sociología y la psicología, sino que también influyó decisivamente en la imagen que el hombre de la calle tiene de sí mismo. Los conceptos de Darwin se han convertido en palabras de uso cotidiano, cuyo estatus dentro del lenguaje no siempre es evidente, pero que de muchos modos define un denominador común en la visión que de nosotros mismos tenemos como organismos y como personas.
La ruptura epistemológica creada por las observaciones de Darwin separa no únicamente dos épocas, sino también dos modelos de la realidad, dos cosmovisiones. Esto significa que ya sea en la ciencia o en cualquier otro modo de conocimiento, el modelo darwiniano es su base conceptual, lejana o cercana, pero al fin y al cabo su fundamento; lo que quiere decir, a su vez, que si se elimina de ese conocimiento todo lo que tuviese que ver con el mecanismo de la evolución de las especies, el cuerpo teórico de muchas ciencias quedaría desmembrado, si no desaparecido totalmente.
Gran parte de los cimientos de esa estructura que se conoce como ciencias de la vida y del comportamiento está constituida por las ideas de variación y selección natural que el 1 de julio de 1858 propuso Charles Darwin –adelantándose a Alfred R. Wallace en la exposición formal de esta teoría– en una sesión de la Sociedad Linneana, donde leyó sus primeras ideas respecto de la evolución de las especies, semejantes a las del trabajo que Wallace había realizado y del cual Darwin había recibido una copia por parte del mismo Wallace como muestra de honestidad y colaboración científicas, dando pie a la publicación al año siguiente, en 1859, de la obra que acaparó inmediatamente la atención de científicos y de legos: El origen de las especies, poniendo a Darwin en el lugar prominente que ocupa aún en nuestros días.
Sin embargo, esa preeminencia está siendo repensada actualmente dentro de la biología (la ciencia que más le debe) por científicos y filósofos que han detectado algunas fallas en sus postulados, generando también el cuestionamiento del resto del conocimiento que se había construido a partir de la visión de Darwin.
Lo que, por otra parte (hay que aclararlo de una vez por todas), no significa que se ponga en duda la idea general de que la vida y sus innumerables expresiones sean producto de fuerzas naturales, esto es, de la evolución como motor de los cambios en la filogenia.
pocas proposiciones científicas pueden presumir de ser el origen de una revolución en la percepción que tenemos de la realidad; la de Darwin es una de ellas, pues logró impactar no tan sólo los postulados básicos de ciencias como la biología, la antropología, la sociología y la psicología, sino que también influyó decisivamente en la imagen que el hombre de la calle tiene de sí mismo. Los conceptos de Darwin se han convertido en palabras de uso cotidiano, cuyo estatus dentro del lenguaje no siempre es evidente, pero que de muchos modos define un denominador común en la visión que de nosotros mismos tenemos como organismos y como personas.
La ruptura epistemológica creada por las observaciones de Darwin separa no únicamente dos épocas, sino también dos modelos de la realidad, dos cosmovisiones. Esto significa que ya sea en la ciencia o en cualquier otro modo de conocimiento, el modelo darwiniano es su base conceptual, lejana o cercana, pero al fin y al cabo su fundamento; lo que quiere decir, a su vez, que si se elimina de ese conocimiento todo lo que tuviese que ver con el mecanismo de la evolución de las especies, el cuerpo teórico de muchas ciencias quedaría desmembrado, si no desaparecido totalmente.
Gran parte de los cimientos de esa estructura que se conoce como ciencias de la vida y del comportamiento está constituida por las ideas de variación y selección natural que el 1 de julio de 1858 propuso Charles Darwin –adelantándose a Alfred R. Wallace en la exposición formal de esta teoría– en una sesión de la Sociedad Linneana, donde leyó sus primeras ideas respecto de la evolución de las especies, semejantes a las del trabajo que Wallace había realizado y del cual Darwin había recibido una copia por parte del mismo Wallace como muestra de honestidad y colaboración científicas, dando pie a la publicación al año siguiente, en 1859, de la obra que acaparó inmediatamente la atención de científicos y de legos: El origen de las especies, poniendo a Darwin en el lugar prominente que ocupa aún en nuestros días.
Sin embargo, esa preeminencia está siendo repensada actualmente dentro de la biología (la ciencia que más le debe) por científicos y filósofos que han detectado algunas fallas en sus postulados, generando también el cuestionamiento del resto del conocimiento que se había construido a partir de la visión de Darwin.
Lo que, por otra parte (hay que aclararlo de una vez por todas), no significa que se ponga en duda la idea general de que la vida y sus innumerables expresiones sean producto de fuerzas naturales, esto es, de la evolución como motor de los cambios en la filogenia.