A lo largo de la historia de la Tierra se han producido cambios climáticos que han tenido como resultado una importante variación del paisaje y las condiciones de vida. Cambios de ciclo en las manchas del Sol, variación del eje magnético, grandes terremotos, erupciones volcánicas, etc. Todas ellas de carácter natural, aunque algunas ha habido producidas por fenómenos externos a la dinámica de la naturaleza, como el impacto de meteoritos, en algún caso de consecuencias catastróficas o el actual cambio climático, que está acelerando un previsible cambio de ciclo climatológico, con consecuencias imprevisibles.
Todos estos cambios climáticos han marcado la vida en la Tierra tanto de especies animales como de la humanidad. Lo que nos lleva a hacernos una pregunta: ¿De qué manera afecta el clima a nuestra vida cotidiana, a nuestras necesidades?
Durante la última glaciación, el Homo sapiens tuvo una evolución muy lenta. Llegó a Europa hace unos 45.000 años y apenas cambiaron sus condiciones de vida de cazadores recolectores durante varios miles de años. Una climatología muy adversa hizo que su existencia fuese muy dura y tuvieran que dedicar todos sus esfuerzos a la lucha por sobrevivir. Fue una sociedad replegada sobre sí misma, que les llevó a construir un mundo cargado de simbología y creencias mágicas y/o religiosas. Este sentimiento de sociedad atemorizada ante lo desconocido tuvo como manifestación artística lo que hoy conocemos como arte rupestre. Fuertemente vinculado —eso es lo que se piensa en la actualidad— a un culto sagrado y mágico, en donde la representación de animales pintados en esos rocosos altares pictóricos era lo habitual, preservados, para nuestra admiración, en el fondo de oscuras cuevas. Ejemplos cercanos los tenemos en la Cueva de Altamira en Cantabria o la de Tito Bustillo en Asturias, que albergan pinturas que comprenden entre 35.000 y 10.000 años de antigüedad.
Al final de la glaciación Würm, que duró la friolera de 70.000 años, la subida de la temperatura y del nivel del mar, provocan una eclosión de nuevas formas de vida, que acaban con el Paleolítico, dando paso al Neolítico y el desarrollo de la agricultura, la ganadería y, en definitiva, al comienzo de nuestra civilización, tal como la conocemos. Es el cambio más importante vivido en los últimos 100.000 años, que abre a la humanidad la puerta de grandes transformaciones que van a durar hasta nuestros días, respetando los diferentes procesos de desarrollo en distintas partes del planeta. Aparece el arte levantino, como mejor ejemplo del arte neolítico. Los mosaicos pictóricos, que siguen teniendo una simbología religiosa, se abren a la luz del cielo abierto y las figuras humanas y sus actividades de caza se convierten en el centro de las representaciones. El calentamiento del clima hace que irrumpa el antropomorfismo en el arte, como afirmación del hombre que confía en el progreso y su capacidad de alcanzarlo. Qué duda cabe de que la cultura y el arte han sido el reflejo intelectual de esos cambios climáticos.
Un ejemplo de la respuesta cultural a los cambios climáticos se produce en Europa entre los siglos VIII y XIV, un periodo de elevación de la temperaturas, denominado periodo cálido medieval, debido a un ciclo de máximos en la actividad solar que aumentó la temperatura media del continente unos 2 º centígrados. En contra de lo que cierta historiografía oficial, con un profundo interés religioso, ha venido relatando, casi toda la Edad Media fue un periodo de esplendor, de grandes cosechas que aliviaron el hambre de una población en expansión demográfica (en el año 1000 Europa tenía una población de treinta y cinco millones de habitantes, en 1347, cuando la peste negra comenzó a hacer estragos, la población europea era de ochenta y cinco millones), lo que propició el crecimiento de las ciudades y el desarrollo de una cultura urbana, olvidada desde hacía siglos, tras la caída del Imperio romano. Esta vitalidad urbana tuvo como
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A lo largo de la historia de la Tierra se han producido cambios climáticos que han tenido como resultado una importante variación del paisaje y las condiciones de vida. Cambios de ciclo en las manchas del Sol, variación del eje magnético, grandes terremotos, erupciones volcánicas, etc. Todas ellas de carácter natural, aunque algunas ha habido producidas por fenómenos externos a la dinámica de la naturaleza, como el impacto de meteoritos, en algún caso de consecuencias catastróficas o el actual cambio climático, que está acelerando un previsible cambio de ciclo climatológico, con consecuencias imprevisibles.
Todos estos cambios climáticos han marcado la vida en la Tierra tanto de especies animales como de la humanidad. Lo que nos lleva a hacernos una pregunta: ¿De qué manera afecta el clima a nuestra vida cotidiana, a nuestras necesidades?
Durante la última glaciación, el Homo sapiens tuvo una evolución muy lenta. Llegó a Europa hace unos 45.000 años y apenas cambiaron sus condiciones de vida de cazadores recolectores durante varios miles de años. Una climatología muy adversa hizo que su existencia fuese muy dura y tuvieran que dedicar todos sus esfuerzos a la lucha por sobrevivir. Fue una sociedad replegada sobre sí misma, que les llevó a construir un mundo cargado de simbología y creencias mágicas y/o religiosas. Este sentimiento de sociedad atemorizada ante lo desconocido tuvo como manifestación artística lo que hoy conocemos como arte rupestre. Fuertemente vinculado —eso es lo que se piensa en la actualidad— a un culto sagrado y mágico, en donde la representación de animales pintados en esos rocosos altares pictóricos era lo habitual, preservados, para nuestra admiración, en el fondo de oscuras cuevas. Ejemplos cercanos los tenemos en la Cueva de Altamira en Cantabria o la de Tito Bustillo en Asturias, que albergan pinturas que comprenden entre 35.000 y 10.000 años de antigüedad.
Al final de la glaciación Würm, que duró la friolera de 70.000 años, la subida de la temperatura y del nivel del mar, provocan una eclosión de nuevas formas de vida, que acaban con el Paleolítico, dando paso al Neolítico y el desarrollo de la agricultura, la ganadería y, en definitiva, al comienzo de nuestra civilización, tal como la conocemos. Es el cambio más importante vivido en los últimos 100.000 años, que abre a la humanidad la puerta de grandes transformaciones que van a durar hasta nuestros días, respetando los diferentes procesos de desarrollo en distintas partes del planeta. Aparece el arte levantino, como mejor ejemplo del arte neolítico. Los mosaicos pictóricos, que siguen teniendo una simbología religiosa, se abren a la luz del cielo abierto y las figuras humanas y sus actividades de caza se convierten en el centro de las representaciones. El calentamiento del clima hace que irrumpa el antropomorfismo en el arte, como afirmación del hombre que confía en el progreso y su capacidad de alcanzarlo. Qué duda cabe de que la cultura y el arte han sido el reflejo intelectual de esos cambios climáticos.
Un ejemplo de la respuesta cultural a los cambios climáticos se produce en Europa entre los siglos VIII y XIV, un periodo de elevación de la temperaturas, denominado periodo cálido medieval, debido a un ciclo de máximos en la actividad solar que aumentó la temperatura media del continente unos 2 º centígrados. En contra de lo que cierta historiografía oficial, con un profundo interés religioso, ha venido relatando, casi toda la Edad Media fue un periodo de esplendor, de grandes cosechas que aliviaron el hambre de una población en expansión demográfica (en el año 1000 Europa tenía una población de treinta y cinco millones de habitantes, en 1347, cuando la peste negra comenzó a hacer estragos, la población europea era de ochenta y cinco millones), lo que propició el crecimiento de las ciudades y el desarrollo de una cultura urbana, olvidada desde hacía siglos, tras la caída del Imperio romano. Esta vitalidad urbana tuvo como