¿Cómo hemos llegado a construir una sociedad que nos exige eliminar nuestras diferencias, nuestros gustos, nuestros miedos, nuestro físico, nuestras conexiones psíquicas, emocionales, nuestra libertad, nuestra condición humana, que nos exige eliminarnos a nosotros mismos para poder encajar en un modelo homogeneizador y, por tanto, equivocado? ¿Cómo hemos llegado a permitir que la diversidad no sea valorada en igualdad de condiciones sino por el contrario rechazada y condenada a una situación de desventaja?
Estas preguntas que esconden indignación, y muchas veces cuotas de pesimismo, encontraron en la Clínica Jurídica en Discapacidad un espacio para ser compartidas, enriquecidas y desarrolladas. Fui encontrando las posibles respuestas a estas interrogantes en cada una de la sesiones a través de la reflexión teórica y de la vivencia en los espacios prácticos que este curso nos brinda según los casos que llevamos.
El pensar y vivir las diferentes realidades con las que nos encontramos implicó un proceso personal, difícil, complejo y necesario, que involucró romper con estructuras propias, con prejuicios que me habían sesgado y aislado del verdadero valor de lo humano. Implicó, también, romper con todo lo establecido por el modelo social y con lo aprendido a través de un Derecho que tiende a estar ensimismado y que no se atreve, muchas veces, a transformarse y acercarse a la realidad diversa que pretende proteger.
La dinámica reflexiva y práctica de la Clínica Jurídica en Discapacidad me mostró una realidad que no conocía: la de las personas con diversos tipos de discapacidad que tienen en común el estar excluidas del sistema social y de su ordenamiento jurídico. De este modo, la dinámica de la Clínica me permitió resolver algunas dudas y me motivó a buscar soluciones concretas a las barreras que se encontraban. Pude, así, tomar conciencia del abismo que separa el valor real de toda persona en situación de discapacidad de aquellas construcciones sociales y jurídicas que constituyen los obstáculos para el ejercicio libre de sus derechos.
La Clínica también nos llama a sentirnos responsables de todas aquellas personas que, por la condición de discapacidad que presentan, no pueden ejercer sus derechos en igualdad de condiciones. En estos casos, el problema central es la base de prejuicios que crea y mantiene barreras de todo tipo para limitar o restringir la posibilidad de un libre desarrollo para todos. Mientras nuestras concepciones y apreciaciones erróneas no permitan que reconozcamos y valoremos la diversidad como esencia de la propia humanidad y esto genere perjuicios, exclusiones y discriminaciones, seremos responsables de romper con nuestros prejuicios. Se requiere, entonces, un trabajo personal para tomar distancia respecto de las construcciones internas y externas y, solo así, poder “revincularnos” a la esencia o condición que todos compartimos: poder diferenciar aquello que nos constituye de aquello que la sociedad nos ha impuesto.
Las barreras sociales son las que limitan o impiden la accesibilidad, capacidad jurídica, acceso al trabajo, no discriminación, educación inclusiva, etc. para las personas en situación de discapacidad. Dichas barreras son la causa de la desigualdad de oportunidades de las “minorías” que no encajan en un modelo social exclusivo y discriminatorio. El último tema mencionado – la educación inclusiva – es, quizá, el más preocupante debido a su carácter primordial para poder garantizar la superación de todas las demás barreras.
Gracias a la Clínica he podido seguir casos de personas con discapacidad física que no pueden acceder a servicios esenciales porque la sociedad y el Derecho están creados para un modelo físico único de ser humano. También, he visto casos de un modelo social que limita -injustificadamente- o restringe la capacidad jurídica de personas con un tipo de discapacidad intelectual y/o psicosocial. El tercer caso que, junto a mi compañera Claudia y con la ayuda de los encargados e integrantes de la Clínica, me tocó seguir fue sobre educación inclusiva. En este caso se discriminó a Manuel[1], niño que presenta rasgos autistas y que, por esta particular forma de acercarse al mundo y aprender de manera distinta al modelo homogeneizador que ha predominado por tanto tiempo, se vio impedido de continuar en el centro educativo inicial en el que se encontraba. En los tres casos pude concluir que estas diferenciaciones y limitaciones o restricciones de derechos parten de una valoración equivocada del ser humano, del no reconocimiento de una misma esencia que se manifiesta de diversas formas.
Esta conclusión me resultó bastante evidente en el caso de Manuel y al mismo tiempo fue el caso que más indignación me generó porque la sociedad, en el ámbito educativo – a mi parecer, el más importante -, tiende a establecer parámetros y valoraciones que se alejan directamente de la esencia de cada niño y, por ende, afectan su óptimo desarrollo social.
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Explicación:
¿Cómo hemos llegado a construir una sociedad que nos exige eliminar nuestras diferencias, nuestros gustos, nuestros miedos, nuestro físico, nuestras conexiones psíquicas, emocionales, nuestra libertad, nuestra condición humana, que nos exige eliminarnos a nosotros mismos para poder encajar en un modelo homogeneizador y, por tanto, equivocado? ¿Cómo hemos llegado a permitir que la diversidad no sea valorada en igualdad de condiciones sino por el contrario rechazada y condenada a una situación de desventaja?
Estas preguntas que esconden indignación, y muchas veces cuotas de pesimismo, encontraron en la Clínica Jurídica en Discapacidad un espacio para ser compartidas, enriquecidas y desarrolladas. Fui encontrando las posibles respuestas a estas interrogantes en cada una de la sesiones a través de la reflexión teórica y de la vivencia en los espacios prácticos que este curso nos brinda según los casos que llevamos.
El pensar y vivir las diferentes realidades con las que nos encontramos implicó un proceso personal, difícil, complejo y necesario, que involucró romper con estructuras propias, con prejuicios que me habían sesgado y aislado del verdadero valor de lo humano. Implicó, también, romper con todo lo establecido por el modelo social y con lo aprendido a través de un Derecho que tiende a estar ensimismado y que no se atreve, muchas veces, a transformarse y acercarse a la realidad diversa que pretende proteger.
La dinámica reflexiva y práctica de la Clínica Jurídica en Discapacidad me mostró una realidad que no conocía: la de las personas con diversos tipos de discapacidad que tienen en común el estar excluidas del sistema social y de su ordenamiento jurídico. De este modo, la dinámica de la Clínica me permitió resolver algunas dudas y me motivó a buscar soluciones concretas a las barreras que se encontraban. Pude, así, tomar conciencia del abismo que separa el valor real de toda persona en situación de discapacidad de aquellas construcciones sociales y jurídicas que constituyen los obstáculos para el ejercicio libre de sus derechos.
La Clínica también nos llama a sentirnos responsables de todas aquellas personas que, por la condición de discapacidad que presentan, no pueden ejercer sus derechos en igualdad de condiciones. En estos casos, el problema central es la base de prejuicios que crea y mantiene barreras de todo tipo para limitar o restringir la posibilidad de un libre desarrollo para todos. Mientras nuestras concepciones y apreciaciones erróneas no permitan que reconozcamos y valoremos la diversidad como esencia de la propia humanidad y esto genere perjuicios, exclusiones y discriminaciones, seremos responsables de romper con nuestros prejuicios. Se requiere, entonces, un trabajo personal para tomar distancia respecto de las construcciones internas y externas y, solo así, poder “revincularnos” a la esencia o condición que todos compartimos: poder diferenciar aquello que nos constituye de aquello que la sociedad nos ha impuesto.
Las barreras sociales son las que limitan o impiden la accesibilidad, capacidad jurídica, acceso al trabajo, no discriminación, educación inclusiva, etc. para las personas en situación de discapacidad. Dichas barreras son la causa de la desigualdad de oportunidades de las “minorías” que no encajan en un modelo social exclusivo y discriminatorio. El último tema mencionado – la educación inclusiva – es, quizá, el más preocupante debido a su carácter primordial para poder garantizar la superación de todas las demás barreras.
Gracias a la Clínica he podido seguir casos de personas con discapacidad física que no pueden acceder a servicios esenciales porque la sociedad y el Derecho están creados para un modelo físico único de ser humano. También, he visto casos de un modelo social que limita -injustificadamente- o restringe la capacidad jurídica de personas con un tipo de discapacidad intelectual y/o psicosocial. El tercer caso que, junto a mi compañera Claudia y con la ayuda de los encargados e integrantes de la Clínica, me tocó seguir fue sobre educación inclusiva. En este caso se discriminó a Manuel[1], niño que presenta rasgos autistas y que, por esta particular forma de acercarse al mundo y aprender de manera distinta al modelo homogeneizador que ha predominado por tanto tiempo, se vio impedido de continuar en el centro educativo inicial en el que se encontraba. En los tres casos pude concluir que estas diferenciaciones y limitaciones o restricciones de derechos parten de una valoración equivocada del ser humano, del no reconocimiento de una misma esencia que se manifiesta de diversas formas.
Esta conclusión me resultó bastante evidente en el caso de Manuel y al mismo tiempo fue el caso que más indignación me generó porque la sociedad, en el ámbito educativo – a mi parecer, el más importante -, tiende a establecer parámetros y valoraciones que se alejan directamente de la esencia de cada niño y, por ende, afectan su óptimo desarrollo social.