Los procesos revolucionarios y el triunfo del liberalismo en Europa del siglo XVIII, tuvieron un claro impacto sobre las creencias religiosas en el siglo XIX, en Europa occidental empezó a desarrollarse la idea de que la religión era un asunto personal que no tenía por qué incluirse en pertenecer a una determinada iglesia o confesión.
Entre la población europea durante el siglo XIX, aumentó la indiferencia religiosa, no obstante las confesiones religiosas mantuvieron su peso en el mundo rural, los cambios revolucionarios tuvieron un impacto fuerte en las confesiones religiosas, principalmente en la Iglesia Católica, que vio como los nuevos Estados liberales deterioraron su poder económico y sus privilegios.
El papa Pío IX, fue elegido en el año 1846, los católicos más abiertos a nuevas ideas celebraron esta elección ya que el nuevo pontífice parecía reformista y no se había pronunciado significativamente contra el liberalismo, sin embargo defendió la soberanía de los Estados Pontificios frente al proceso de unificación italiana; esta política provocó que los nacionalistas italianos le supusieran un enemigo, además el papado, reprobó los progresos científicos del siglo, como fue el darwinismo y planteó como alternativa un refuerzo de la presencia de lo sobrenatural, a través de la promoción por el fervor a los santos y de las apariciones marianas, como fue el caso de la de Lourdes.
En 1870 se inauguró en Roma el Concilio Vaticano I, solicitado por Pío IX, el Concilio fue agitado debido al estallido de la guerra franco-prusiana que afectó a las sesiones y la ocupación de Roma por las tropas del Piamonte obligó a suspenderlo definitivamente, las posibilidades creadas en torno al Concilio en relación a que podría adaptar la Iglesia a los cambios políticos, ideológicos y sociales producidos en el siglo XIX se vieron frustradas, en este Concilio se aprobó el dogma de la infalibilidad del papa, es decir, la imposibilidad de que éste cometiera un error ya que el Espíritu Santo iluminaba al pontífice cuando se manifestaba sobre las verdades fundamentales de la religión católica.
En el año 1878 fue elegido papa León XII, quien se negó en lo político a aceptar la nueva situación italiana y demandó el reconocimiento de su soberanía sobre Roma, esta situación duró hasta 1929 cuando la Iglesia y el gobierno de Mussolini refrendaron el Tratado de Letrán, por el que se creó el estado del Vaticano. En 1885 anunció la encíclica en la que certificaba que la Iglesia no se podía atar a ninguna forma de gobierno, lo que suponía un cambio en la situación tradicional de la Iglesia. León XIII intentó establecer puentes con otras creencias, como la anglicana y la ortodoxa, se preocupó por mejorar la formación del clero, la investigación científica de los católicos y promover la actividad de los misioneros.
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Los procesos revolucionarios y el triunfo del liberalismo en Europa del siglo XVIII, tuvieron un claro impacto sobre las creencias religiosas en el siglo XIX, en Europa occidental empezó a desarrollarse la idea de que la religión era un asunto personal que no tenía por qué incluirse en pertenecer a una determinada iglesia o confesión.
Entre la población europea durante el siglo XIX, aumentó la indiferencia religiosa, no obstante las confesiones religiosas mantuvieron su peso en el mundo rural, los cambios revolucionarios tuvieron un impacto fuerte en las confesiones religiosas, principalmente en la Iglesia Católica, que vio como los nuevos Estados liberales deterioraron su poder económico y sus privilegios.
El papa Pío IX, fue elegido en el año 1846, los católicos más abiertos a nuevas ideas celebraron esta elección ya que el nuevo pontífice parecía reformista y no se había pronunciado significativamente contra el liberalismo, sin embargo defendió la soberanía de los Estados Pontificios frente al proceso de unificación italiana; esta política provocó que los nacionalistas italianos le supusieran un enemigo, además el papado, reprobó los progresos científicos del siglo, como fue el darwinismo y planteó como alternativa un refuerzo de la presencia de lo sobrenatural, a través de la promoción por el fervor a los santos y de las apariciones marianas, como fue el caso de la de Lourdes.
En 1870 se inauguró en Roma el Concilio Vaticano I, solicitado por Pío IX, el Concilio fue agitado debido al estallido de la guerra franco-prusiana que afectó a las sesiones y la ocupación de Roma por las tropas del Piamonte obligó a suspenderlo definitivamente, las posibilidades creadas en torno al Concilio en relación a que podría adaptar la Iglesia a los cambios políticos, ideológicos y sociales producidos en el siglo XIX se vieron frustradas, en este Concilio se aprobó el dogma de la infalibilidad del papa, es decir, la imposibilidad de que éste cometiera un error ya que el Espíritu Santo iluminaba al pontífice cuando se manifestaba sobre las verdades fundamentales de la religión católica.
En el año 1878 fue elegido papa León XII, quien se negó en lo político a aceptar la nueva situación italiana y demandó el reconocimiento de su soberanía sobre Roma, esta situación duró hasta 1929 cuando la Iglesia y el gobierno de Mussolini refrendaron el Tratado de Letrán, por el que se creó el estado del Vaticano. En 1885 anunció la encíclica en la que certificaba que la Iglesia no se podía atar a ninguna forma de gobierno, lo que suponía un cambio en la situación tradicional de la Iglesia. León XIII intentó establecer puentes con otras creencias, como la anglicana y la ortodoxa, se preocupó por mejorar la formación del clero, la investigación científica de los católicos y promover la actividad de los misioneros.