Si los egipcios creían en la liberación del alma después de la transición, uno se pregunta ¿por qué se preocupaban tanto por momificar y conservar por otros medios los cuerpos de los muertos en tumbas monumentales?
Esta cuestión abre una fascinante revisión de algunos conceptos principales que los egipcios de la antigüedad sostenían respecto al alma y la vida después de la muerte.
Aunque muchas culturas han tenido doctrinas religiosas y creencias sobre la inmortalidad, la doctrina religiosa más antigua acerca de la sobre vivencia de la vida después de la muerte parece ser aquella formulada por los egipcios de las eras Predinástica y Arcaica. La creencia religiosa en la vida después de la muerte fue fundamental en el establecimiento de la arquitectura, las artes y las industrias de las culturas egipcias dinásticas posteriores. Inspiró la construcción de enormes tumbas de naturaleza monumental, como las pirámides y los espléndidos templos mortuorios como el de la reina Hatshepsut.
Las tumbas de los nobles feudales se convirtieron en depósitos de artefactos y los elaborados diseños sobre sus muros revelan la vida y las costumbres de ese antiguo periodo. La construcción de las pirámides fue una evolución de la mastaba, o cubierta de ladrillos de barro planos, de forma oblonga, sobre un sepulcro en un agujero superficial en el cual se colocaba el cuerpo del que había partido.
En la religión egipcia, se creía que lo que sobrevivía no era simplemente una especie de ser intangible o insustancial, sino que el cuerpo renacía en toda su substancia física, el alma, o espíritu, que volvía a ingresar a un cuerpo físico resucitado: la personalidad sobreviviente conservaba todas las sensaciones de su existencia terrenal, siempre que aprobara el juicio de los dioses, el acto de pesar el alma que técnicamente llamamos sicostacia. En tal estado, el fallecido no experimentaba adversidades o sufrimiento de ninguna clase y las sensaciones percibidas eran casi extáticas, un acrecentamiento de los goces de esta vida.
Si los egipcios creían en la liberación del alma después de la transición, uno se pregunta ¿por qué se preocupaban tanto por momificar y conservar por otros medios los cuerpos de los muertos en tumbas monumentales?
Esta cuestión abre una fascinante revisión de algunos conceptos principales que los egipcios de la antigüedad sostenían respecto al alma y la vida después de la muerte.
Aunque muchas culturas han tenido doctrinas religiosas y creencias sobre la inmortalidad, la doctrina religiosa más antigua acerca de la sobre vivencia de la vida después de la muerte parece ser aquella formulada por los egipcios de las eras Predinástica y Arcaica. La creencia religiosa en la vida después de la muerte fue fundamental en el establecimiento de la arquitectura, las artes y las industrias de las culturas egipcias dinásticas posteriores. Inspiró la construcción de enormes tumbas de naturaleza monumental, como las pirámides y los espléndidos templos mortuorios como el de la reina Hatshepsut.
Las tumbas de los nobles feudales se convirtieron en depósitos de artefactos y los elaborados diseños sobre sus muros revelan la vida y las costumbres de ese antiguo periodo. La construcción de las pirámides fue una evolución de la mastaba, o cubierta de ladrillos de barro planos, de forma oblonga, sobre un sepulcro en un agujero superficial en el cual se colocaba el cuerpo del que había partido.
En la religión egipcia, se creía que lo que sobrevivía no era simplemente una especie de ser intangible o insustancial, sino que el cuerpo renacía en toda su substancia física, el alma, o espíritu, que volvía a ingresar a un cuerpo físico resucitado: la personalidad sobreviviente conservaba todas las sensaciones de su existencia terrenal, siempre que aprobara el juicio de los dioses, el acto de pesar el alma que técnicamente llamamos sicostacia. En tal estado, el fallecido no experimentaba adversidades o sufrimiento de ninguna clase y las sensaciones percibidas eran casi extáticas, un acrecentamiento de los goces de esta vida.