La invasión napoleónica a España desencadenó las guerras de independencia americanas, y la derrota de Bonaparte en Waterloo, en 1815, consolidó la restauración de Fernando VII y, por lo tanto, influenció en el desarrollo del conflicto entre la metrópoli y las insurrectas colonias. Tras ser vencido, el emperador fue confinado por los ingleses en la isla de Santa Elena, y su hermano José, el depuesto rey de España conocido como Pepe Botella, se estableció en Nueva York. Emilio Ocampo, un historiador argentino que estudió los archivos oficiales de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y España, nos cuenta que, aun desde su cautiverio insular, Napoleón siguió gravitando sobre nuestro continente, pues su hermano intentó constituirse en rey de España y las Indias para, una vez instalado en México, Caracas o Buenos Aires, tratar de liberar al emperador y restablecerlo en el trono francés. En Inglaterra existía un grupo pro napoleónico integrado, entre otros, por Lord Byron y Lord Cochrane que, en oposición al oficialismo de la época, pensaba que los principios liberales estarían mejor representados en Francia por el pequeño hijo del Emperador, antes que por la restauración de los Borbones. Mientras en Santa Elena Napoleón se enternecía ante el retrato de su hijo y se ilusionaba con estar en Buenos Aires, los embajadores de Francia y de España en Estados Unidos protestaban por los planes de José Bonaparte. Pero el secretario de Estado John Adams, pese a que detestaba a Napoleón y pensaba que los dirigentes y "libertadores" hispanoamericanos eran sanguinarios y corruptos, les respondía que en su país no existía el delito de "intención". Muy pronto, los sucesos comienzan a expresar estas influencias. Carlos Mina y el mexicano Fray Servando Teresa de Mier encabezan una frustrada expedición desde los Estados Unidos a México, para apoyar a los movimientos independentistas. El chileno José Miguel Carrera y Carlos de Alvear son afines a los bonapartistas, mientras José de San Martín y Bernardo O?Higgins se mantienen próximos al gobierno británico.En esta obra sólida, plena de rigor documental, pero no por ello menos apasionante, Ocampo ofrece novedosas revelaciones sobre nuestra independencia. Sostiene que, después de su triunfo en Chacabuco, el general San Martín fue a Buenos Aires a acordar verbalmente con los representantes británicos un plan para constituir monarquías en Chile y en el Río de la Plata bajo el protectorado del Reino Unido. Su mirada explica las rivalidades que existieron entre Alvear y Carreras, por un lado, y San Martín y O?Higgins por el otro, e ilumina las razones del enfrentamiento entre San Martín y Lord Cochrane, quien vino hasta Chile para ponerse al frente de la flota que llevó las tropas patriotas hasta el Perú. Un libro, en suma, valiente y rico, de enfoque amplio y universal, que muestra a Emilio Ocampo como a uno de los escritores más atractivos de América Latina. (c) LA GACETA
La invasión napoleónica a España desencadenó las guerras de independencia americanas, y la derrota de Bonaparte en Waterloo, en 1815, consolidó la restauración de Fernando VII y, por lo tanto, influenció en el desarrollo del conflicto entre la metrópoli y las insurrectas colonias. Tras ser vencido, el emperador fue confinado por los ingleses en la isla de Santa Elena, y su hermano José, el depuesto rey de España conocido como Pepe Botella, se estableció en Nueva York.
Emilio Ocampo, un historiador argentino que estudió los archivos oficiales de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y España, nos cuenta que, aun desde su cautiverio insular, Napoleón siguió gravitando sobre nuestro continente, pues su hermano intentó constituirse en rey de España y las Indias para, una vez instalado en México, Caracas o Buenos Aires, tratar de liberar al emperador y restablecerlo en el trono francés. En Inglaterra existía un grupo pro napoleónico integrado, entre otros, por Lord Byron y Lord Cochrane que, en oposición al oficialismo de la época, pensaba que los principios liberales estarían mejor representados en Francia por el pequeño hijo del Emperador, antes que por la restauración de los Borbones.
Mientras en Santa Elena Napoleón se enternecía ante el retrato de su hijo y se ilusionaba con estar en Buenos Aires, los embajadores de Francia y de España en Estados Unidos protestaban por los planes de José Bonaparte. Pero el secretario de Estado John Adams, pese a que detestaba a Napoleón y pensaba que los dirigentes y "libertadores" hispanoamericanos eran sanguinarios y corruptos, les respondía que en su país no existía el delito de "intención". Muy pronto, los sucesos comienzan a expresar estas influencias. Carlos Mina y el mexicano Fray Servando Teresa de Mier encabezan una frustrada expedición desde los Estados Unidos a México, para apoyar a los movimientos independentistas. El chileno José Miguel Carrera y Carlos de Alvear son afines a los bonapartistas, mientras José de San Martín y Bernardo O?Higgins se mantienen próximos al gobierno británico.En esta obra sólida, plena de rigor documental, pero no por ello menos apasionante, Ocampo ofrece novedosas revelaciones sobre nuestra independencia. Sostiene que, después de su triunfo en Chacabuco, el general San Martín fue a Buenos Aires a acordar verbalmente con los representantes británicos un plan para constituir monarquías en Chile y en el Río de la Plata bajo el protectorado del Reino Unido. Su mirada explica las rivalidades que existieron entre Alvear y Carreras, por un lado, y San Martín y O?Higgins por el otro, e ilumina las razones del enfrentamiento entre San Martín y Lord Cochrane, quien vino hasta Chile para ponerse al frente de la flota que llevó las tropas patriotas hasta el Perú. Un libro, en suma, valiente y rico, de enfoque amplio y universal, que muestra a Emilio Ocampo como a uno de los escritores más atractivos de América Latina. (c) LA GACETA