He leído recién anteayer su cuadernito sobre la revolución del sud, y me ha interesado vivamente. ¡Cuánto tiro disparado a gallinazos, amigo, los que usted y tantos jóvenes dignos, sin excluirme yo disparamos contra ese mal aventurado poder! Pero no nos desalentemos, que hay galardón cierto, aquí en este mundo, para las buenas y valientes ideas. La estimación crece, el nombre queda entre los escombros, y un día han de ir a buscarlos, los que describan el cataclismo, como se buscaban en Roma y se hallaron diez y seis siglos después, el Lacoonte y la Venus capitolina que había descripto Plinio.
Dije una vez que estaba usted enfermo de espíritu y de cuerpo, y me aseguran que revienta de gordo. Agregue usted eso de la fe de erratas garrafales que he cometido en mis Viajes, haciendo almirante a Deffaudis, Maldonado al poeta Hidalgo, y Heredia a Plácido. Yo me bullo como puedo en mi agujero, asomando la cabeza, a ver caer uno en pos de otro los reclamos monstruos.
Hay algo que me aflige sin embargo, y es que estoy lejos del teatro de los acontecimientos y que mis protestas se pierdan por este lado. La cordillera no es grande obstáculo para que penetren a la patria; pero hay tal miedo, azuzan tanto el terror, que desespero de penetrar bien hondo tierra adentro. Y sin embargo hay tanto ¡hay tanto! que quedaría a producir algo, compensadas mis zozobras.
Usted habrá visto ya La Crónica, los Viajes y Educación Popular, que han debido llegarles como un borbollón de vacías páginas, después de dos años de silencio. Dígame su parecer sobre el último de los trabajos citados. La Crónica es mi credo político, mi programa. He dogmatizado un poco, como usted lo deseaba; pero poco, porque me guardo para mejores tiempos. Saludos a Cané, Picó y sus amigos italianos.
Todo de usted.
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amilet12
Mi querido Echeverría: ¿Por qué me manda mensajes con Alberdi, y no me escribe usted dos rengloncitos, que serían aquí recibidos con más amor sin duda que los reclamos de Rosas, y su constelación de gobernadores, ranas, que gritan para que sea más musical el rebuzno? He leído recién anteayer su cuadernito sobre la revolución del sud, y me ha interesado vivamente. ¡Cuánto tiro disparado a gallinazos, amigo, los que usted y tantos jóvenes dignos, sin excluirme yo disparamos contra ese mal aventurado poder! Pero no nos desalentemos, que hay galardón cierto, aquí en este mundo, para las buenas y valientes ideas. La estimación crece, el nombre queda entre los escombros, y un día han de ir a buscarlos, los que describan el cataclismo, como se buscaban en Roma y se hallaron diez y seis siglos después, el Lacoonte y la Venus capitolina que había descripto Plinio. Dije una vez que estaba usted enfermo de espíritu y de cuerpo, y me aseguran que revienta de gordo. Agregue usted eso de la fe de erratas garrafales que he cometido en mis Viajes, haciendo almirante a Deffaudis, Maldonado al poeta Hidalgo, y Heredia a Plácido. Yo me bullo como puedo en mi agujero, asomando la cabeza, a ver caer uno en pos de otro los reclamos monstruos. Hay algo que me aflige sin embargo, y es que estoy lejos del teatro de los acontecimientos y que mis protestas se pierdan por este lado. La cordillera no es grande obstáculo para que penetren a la patria; pero hay tal miedo, azuzan tanto el terror, que desespero de penetrar bien hondo tierra adentro. Y sin embargo hay tanto ¡hay tanto! que quedaría a producir algo, compensadas mis zozobras. Usted habrá visto ya La Crónica, los Viajes y Educación Popular, que han debido llegarles como un borbollón de vacías páginas, después de dos años de silencio. Dígame su parecer sobre el último de los trabajos citados. La Crónica es mi credo político, mi programa. He dogmatizado un poco, como usted lo deseaba; pero poco, porque me guardo para mejores tiempos. Saludos a Cané, Picó y sus amigos italianos. Todo de usted.
Explicación:
He leído recién anteayer su cuadernito sobre la revolución del sud, y me ha interesado vivamente. ¡Cuánto tiro disparado a gallinazos, amigo, los que usted y tantos jóvenes dignos, sin excluirme yo disparamos contra ese mal aventurado poder! Pero no nos desalentemos, que hay galardón cierto, aquí en este mundo, para las buenas y valientes ideas. La estimación crece, el nombre queda entre los escombros, y un día han de ir a buscarlos, los que describan el cataclismo, como se buscaban en Roma y se hallaron diez y seis siglos después, el Lacoonte y la Venus capitolina que había descripto Plinio.
Dije una vez que estaba usted enfermo de espíritu y de cuerpo, y me aseguran que revienta de gordo. Agregue usted eso de la fe de erratas garrafales que he cometido en mis Viajes, haciendo almirante a Deffaudis, Maldonado al poeta Hidalgo, y Heredia a Plácido. Yo me bullo como puedo en mi agujero, asomando la cabeza, a ver caer uno en pos de otro los reclamos monstruos.
Hay algo que me aflige sin embargo, y es que estoy lejos del teatro de los acontecimientos y que mis protestas se pierdan por este lado. La cordillera no es grande obstáculo para que penetren a la patria; pero hay tal miedo, azuzan tanto el terror, que desespero de penetrar bien hondo tierra adentro. Y sin embargo hay tanto ¡hay tanto! que quedaría a producir algo, compensadas mis zozobras.
Usted habrá visto ya La Crónica, los Viajes y Educación Popular, que han debido llegarles como un borbollón de vacías páginas, después de dos años de silencio. Dígame su parecer sobre el último de los trabajos citados. La Crónica es mi credo político, mi programa. He dogmatizado un poco, como usted lo deseaba; pero poco, porque me guardo para mejores tiempos. Saludos a Cané, Picó y sus amigos italianos.
Todo de usted.
¿Por qué me manda mensajes con Alberdi, y no me escribe usted dos rengloncitos, que serían aquí recibidos con más amor sin duda que los reclamos de Rosas, y su constelación de gobernadores, ranas, que gritan para que sea más musical el rebuzno?
He leído recién anteayer su cuadernito sobre la revolución del sud, y me ha interesado vivamente. ¡Cuánto tiro disparado a gallinazos, amigo, los que usted y tantos jóvenes dignos, sin excluirme yo disparamos contra ese mal aventurado poder! Pero no nos desalentemos, que hay galardón cierto, aquí en este mundo, para las buenas y valientes ideas. La estimación crece, el nombre queda entre los escombros, y un día han de ir a buscarlos, los que describan el cataclismo, como se buscaban en Roma y se hallaron diez y seis siglos después, el Lacoonte y la Venus capitolina que había descripto Plinio.
Dije una vez que estaba usted enfermo de espíritu y de cuerpo, y me aseguran que revienta de gordo. Agregue usted eso de la fe de erratas garrafales que he cometido en mis Viajes, haciendo almirante a Deffaudis, Maldonado al poeta Hidalgo, y Heredia a Plácido. Yo me bullo como puedo en mi agujero, asomando la cabeza, a ver caer uno en pos de otro los reclamos monstruos.
Hay algo que me aflige sin embargo, y es que estoy lejos del teatro de los acontecimientos y que mis protestas se pierdan por este lado. La cordillera no es grande obstáculo para que penetren a la patria; pero hay tal miedo, azuzan tanto el terror, que desespero de penetrar bien hondo tierra adentro. Y sin embargo hay tanto ¡hay tanto! que quedaría a producir algo, compensadas mis zozobras.
Usted habrá visto ya La Crónica, los Viajes y Educación Popular, que han debido llegarles como un borbollón de vacías páginas, después de dos años de silencio. Dígame su parecer sobre el último de los trabajos citados. La Crónica es mi credo político, mi programa. He dogmatizado un poco, como usted lo deseaba; pero poco, porque me guardo para mejores tiempos. Saludos a Cané, Picó y sus amigos italianos.
Todo de usted.