Al poner en duda muchas teorías aceptadas desde hace tiempo, sobre qué fue lo que determinó la victoria aliada, Richard Overy argumenta que el asombroso logro del régimen soviético al trasladar cientos de fábricas de armamento y millones de obreros a lugar seguro en Siberia, tras la invasión alemana de junio de 1941, salvó a la URSS de la derrota y con ello, en última instancia, decidió el resultado del conflicto. Avery, profesor de historia moderna del Colegio King de Londres, no subestima el enorme esfuerzo bélico de Estados Unidos, aceptado en la mayoría de las crónicas de la lucha que duró de 1939 a 1945 como esencial para la victoria. Pero alega en su libro Por qué ganaron los Aliados? que, en realidad, la enorme contribución de Estados Unidos apenas empezó a tener un impacto decisivo después de que la ola de la guerra ya se había vuelto contra Alemania y sus aliados. Puntualiza que los momentos decisivos de la guerra: el triunfo sobre la campana alemana de ataques submarinos contra los barcos aliados, la derrota de Japón a manos de la Armada estadounidense en la batalla de Midway y la victoria soviética sobre los alemanes en Stalingrado, se produjeron antes de que la industria bélica estadounidense lograra el abrumador nivel que con el tiempo llegó a alcanzar. En el momento de estas victorias aliadas, ambas partes todavía estaban casi a la misma altura, en términos de producción militar, según el historiador. Si los alemanes hubieran logrado aplastar a la Unión Soviética, aunque casi estuvieron a punto de lograrlo, tal vez ni siquiera el poderío estadounidense hubiera podido cambiar el resultado. Justo a tiempo Hitler no logró alcanzar la victoria por la altamente eficaz transferencia de los soviéticos de fábricas completas y sus obreros a miles de kilómetros hacia el Este, fuera del alcance de las tropas y los bombarderos alemanes, según el libro. El enorme esfuerzo fue llevado a cabo en condiciones casi inimaginables de sufrimiento y presión. Overy alega que ningún otro régimen totalitario, ni siquiera el de Hitler, poseía la necesaria rudeza para llevar a cabo el cambio total de todo una economía nacional en unos cuantos meses y bajo condiciones de guerra. Pero el dictador soviético José Stalin empleó muchas de las mismas tácticas que había utilizado previamente en tiempos de paz para suprimir la oposición a su régimen, afirma Overy. Los trabajadores estaban bajo ley marcial y fueron tratados como desertores si llegaban tarde al trabajo o se ausentaban por enfermedad. Los obreros que incurrían en alguna falta eran fusilados o enviados a campamentos de trabajos forzados, aunque el historiador observa que la alimentación y las condiciones de trabajo en las fábricas de materiales de guerra eran tan ínfimas que para los obreros casi no había diferencia entre la vida en las fábricas y en los gulags. Paradójicamente, los planificadores soviéticos cambiaron en su favor las condiciones primitivas y la falta de suministros en las fábricas, dice Overy. Enfatizaron la manufactura de armas sencillas y de fácil reparación. En cambio, la poderosa maquinaria bélica alemana cada vez se veía más afectada por su armamento ultrarrefinado, que a menudo era difícil mantener en condiciones de funcionamiento por el clima reinante en el frente ruso. Era frecuente que los tanques alemanes se averiaran en el lodo y por las gélidas temperaturas. En cambio, eso casi no les pasaba a los tanques rusos. Al final de la guerra, las fuerzas soviéticas tenían grandes cantidades de equipo militar arrendado o prestado de los estadounidenses. Pero Overy afirma que aún sin la ayuda de Estados Unidos, el Ejército Rojo estaba bien equipado y que respondió bien a la tarea de derrotar a los alemanes, gracias a que nunca cesó el flujo de tanques, aviones y armas producidos en las fábricas trasplantadas.
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Al poner en duda muchas teorías aceptadas desde hace tiempo, sobre qué fue lo que determinó la victoria aliada, Richard Overy argumenta que el asombroso logro del régimen soviético al trasladar cientos de fábricas de armamento y millones de obreros a lugar seguro en Siberia, tras la invasión alemana de junio de 1941, salvó a la URSS de la derrota y con ello, en última instancia, decidió el resultado del conflicto. Avery, profesor de historia moderna del Colegio King de Londres, no subestima el enorme esfuerzo bélico de Estados Unidos, aceptado en la mayoría de las crónicas de la lucha que duró de 1939 a 1945 como esencial para la victoria. Pero alega en su libro Por qué ganaron los Aliados? que, en realidad, la enorme contribución de Estados Unidos apenas empezó a tener un impacto decisivo después de que la ola de la guerra ya se había vuelto contra Alemania y sus aliados. Puntualiza que los momentos decisivos de la guerra: el triunfo sobre la campana alemana de ataques submarinos contra los barcos aliados, la derrota de Japón a manos de la Armada estadounidense en la batalla de Midway y la victoria soviética sobre los alemanes en Stalingrado, se produjeron antes de que la industria bélica estadounidense lograra el abrumador nivel que con el tiempo llegó a alcanzar. En el momento de estas victorias aliadas, ambas partes todavía estaban casi a la misma altura, en términos de producción militar, según el historiador. Si los alemanes hubieran logrado aplastar a la Unión Soviética, aunque casi estuvieron a punto de lograrlo, tal vez ni siquiera el poderío estadounidense hubiera podido cambiar el resultado. Justo a tiempo Hitler no logró alcanzar la victoria por la altamente eficaz transferencia de los soviéticos de fábricas completas y sus obreros a miles de kilómetros hacia el Este, fuera del alcance de las tropas y los bombarderos alemanes, según el libro. El enorme esfuerzo fue llevado a cabo en condiciones casi inimaginables de sufrimiento y presión. Overy alega que ningún otro régimen totalitario, ni siquiera el de Hitler, poseía la necesaria rudeza para llevar a cabo el cambio total de todo una economía nacional en unos cuantos meses y bajo condiciones de guerra. Pero el dictador soviético José Stalin empleó muchas de las mismas tácticas que había utilizado previamente en tiempos de paz para suprimir la oposición a su régimen, afirma Overy. Los trabajadores estaban bajo ley marcial y fueron tratados como desertores si llegaban tarde al trabajo o se ausentaban por enfermedad. Los obreros que incurrían en alguna falta eran fusilados o enviados a campamentos de trabajos forzados, aunque el historiador observa que la alimentación y las condiciones de trabajo en las fábricas de materiales de guerra eran tan ínfimas que para los obreros casi no había diferencia entre la vida en las fábricas y en los gulags. Paradójicamente, los planificadores soviéticos cambiaron en su favor las condiciones primitivas y la falta de suministros en las fábricas, dice Overy. Enfatizaron la manufactura de armas sencillas y de fácil reparación. En cambio, la poderosa maquinaria bélica alemana cada vez se veía más afectada por su armamento ultrarrefinado, que a menudo era difícil mantener en condiciones de funcionamiento por el clima reinante en el frente ruso. Era frecuente que los tanques alemanes se averiaran en el lodo y por las gélidas temperaturas. En cambio, eso casi no les pasaba a los tanques rusos. Al final de la guerra, las fuerzas soviéticas tenían grandes cantidades de equipo militar arrendado o prestado de los estadounidenses. Pero Overy afirma que aún sin la ayuda de Estados Unidos, el Ejército Rojo estaba bien equipado y que respondió bien a la tarea de derrotar a los alemanes, gracias a que nunca cesó el flujo de tanques, aviones y armas producidos en las fábricas trasplantadas.
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