August 2023 2 6 Report
ayudenme porfas les doy coronita

Paco Yunque


César Vallejo


Cuando Paco Yunque y su madre llegaron a la puerta del colegio, los niños estaban

jugando en el patio. La madre le dejó y se fue. Paco, paso a paso, fue adelantándose al

centro del patio, con su libro primero, su cuaderno y su lápiz. Paco estaba con miedo,

porque era la primera vez que veía a un colegio; nunca había visto a tantos niños juntos.

Varios alumnos, pequeños como él, se le acercaron y Paco, cada vez más tímido, se

pegó a la pared, y se puso colorado. ¡Qué listos eran todos esos chicos! ¡Qué

desenvueltos! Como si estuviesen en su casa. Gritaban. Corrían. Reían hasta reventar.

Saltaban. Se daban de puñetazos. Eso era un enredo.

Paco estaba también atolondrado porque en el campo no oyó nunca sonar tantas voces

de personas a la vez. En el campo hablaba primero uno, después otro, después otro y

después otro. A veces, oyó hablar hasta cuatro o cinco personas juntas. Era su padre, su

madre, don José, el cojo Anselmo y la Tomasa. Eso no era ya voz de personas sino otro

ruido. Muy diferente. Y ahora sí que esto del colegio era una bulla fuerte, de muchos.

Paco estaba asordado.

Un niño rubio y gordo, vestido de blanco, le estaba hablando. Otro niño más chico,

medio ronco y con blusa azul, también le hablaba. De diversos grupos se separaban los

alumnos y venían a ver a Paco, haciéndole muchas preguntas. Pero Paco no podía oír

nada por la gritería de los demás. Un niño trigueño, cara redonda y con una chaqueta

verde muy ceñida en la cintura agarró a Paco por un brazo y quiso arrastrarlo. Pero Paco

no se dejó. El trigueño volvió a agarrarlo con más fuerza y lo jaló. Paco se pegó más a

la pared y se puso más colorado.

En ese momento sonó la campana, y todos entraron a los salones de clase.

Dos niños –los hermanos Zumiga– tomaron de una y otra mano a Paco y le condujeron

a la sala de primer año. Paco no quiso seguirlos al principio, pero luego obedeció,

porque vio que todos hacían lo mismo. Al entrar al salón se puso pálido. Todo quedó

repentinamente en silencio y este silencio le dio miedo a Paco. Los Zumiga le estaban

jalando, el uno para un lado y el otro para el otro lado, cuando de pronto le soltaron y lo

dejaron solo. El profesor entró. Todos los niños estaban de pie, con la mano derecha levantada a la

altura de la sien, saludando en silencio y muy erguidos.

Paco sin soltar su libro, su cuaderno y su lápiz, se había quedado parado en medio del

salón, entre las primeras carpetas de los alumnos y el pupitre del profesor. Un remolino

se le hacía en la cabeza. Niños. Paredes amarillas. Grupos de niños. Vocerío. Silencio.

Una tracalada de sillas. El profesor. Ahí, solo, parado, en el colegio. Quería llorar. El

profesor le tomó de la mano y lo llevó a instalar en una de las carpetas delanteras junto a

un niño de su mismo tamaño. El profesor le preguntó:

— ¿Cómo se llama Ud.?

Con voz temblorosa, Paco muy bajito:

— Paco.

— ¿Y su apellido? Diga usted todo su nombre.

— Paco Yunque.

— Muy bien.​

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