A pesar que Chile nació limitando con Perú en el despoblado de Atacama como rezaban los decretos reales, el tratado con Bolivia del 16 de agosto de 1866 fijó el paralelo 24º como nuestro límite septentrional y determinó que la zona situada entre los paralelos 23º y 25º quedaría sujeta a la jurisdicción común de ambos gobiernos para la explotación de los depósitos de guano y otros minerales y los ingresos recaudados por concepto de la exportación de ellos serían repartidos por partes iguales.(1)
La pasividad demostrada por nuestro gobierno desde que Bolivia extendió su territorio hasta el litoral y principalmente después de la guerra contra España, es complicado de entenderla, pero de acuerdo con el tratado celebrado en 1866, Chile ya no limitaba con el Perú, por lo que es difícil comprender los motivos que lo llevaron a proponer y firmar el tratado secreto de 1873.
Entre 1872 y 1876 gobernó Perú Manuel Justo Pardo, y la política económica se le hizo sumamente complicada debido a las cuantiosas obligaciones contraídas durante el período presidencial anterior y a la fuerte baja que había sufrido el precio del guano, el cual empezaba a ser reemplazado, como abono, por el salitre.
Desde hacía algunos años, el gobierno peruano había decretado el estanco del guano, con lo cual había hecho pingües negocios, pero ahora veía terminar esa bonanza, por lo que concibió la idea de repetir la fórmula con el salitre, para lo cual necesitaba, la expropiación de las propiedades salitreras que estaban en manos de particulares y luego una acción conjunta con Bolivia, con el fin de asegurar precios anormalmente altos. No tuvo grandes dificultades para hacerse de las salitreras de Tarapacá, pues podía asumir su control pagándoles a los industriales una indemnización, política que recibió la aprobación inmediata de ambas ramas del parlamento, pero otra cosa eran las salitreras ubicadas en territorio boliviano y, peor aún, por el descubrimiento de nuevos establecimientos en Antofagasta, en pleno territorio chileno, al sur del paralelo 25º S. Existiendo salitre en Atacama, en territorios de Bolivia y Chile, de nada serviría restringir la producción en Tarapacá. El único resultado de tal acción habría sido el de dar un enorme impulso a la producción que estaba libre del estanco.
La Compañía de Salitres de Antofagasta, propiedad de chilenos, podía exportar sus productos sin gravamen alguno, como lo establecía el artículo IV del tratado con Bolivia. Todos los restantes yacimientos de salitre existentes en el territorio boliviano habían sido cedidos al contratista de ferrocarriles del Perú Henry Meiggs, por la suma de $ 10.000 anuales, quien, a su vez, los había transferido al Perú, quedando, en consecuencia, todos los minerales de salitre conocidos, con excepción de los de Antofagasta, en poder del gobierno monopolizador del Perú.
A pesar que Chile nació limitando con Perú en el despoblado de Atacama como rezaban los decretos reales, el tratado con Bolivia del 16 de agosto de 1866 fijó el paralelo 24º como nuestro límite septentrional y determinó que la zona situada entre los paralelos 23º y 25º quedaría sujeta a la jurisdicción común de ambos gobiernos para la explotación de los depósitos de guano y otros minerales y los ingresos recaudados por concepto de la exportación de ellos serían repartidos por partes iguales.(1)
La pasividad demostrada por nuestro gobierno desde que Bolivia extendió su territorio hasta el litoral y principalmente después de la guerra contra España, es complicado de entenderla, pero de acuerdo con el tratado celebrado en 1866, Chile ya no limitaba con el Perú, por lo que es difícil comprender los motivos que lo llevaron a proponer y firmar el tratado secreto de 1873.
Entre 1872 y 1876 gobernó Perú Manuel Justo Pardo, y la política económica se le hizo sumamente complicada debido a las cuantiosas obligaciones contraídas durante el período presidencial anterior y a la fuerte baja que había sufrido el precio del guano, el cual empezaba a ser reemplazado, como abono, por el salitre.
Desde hacía algunos años, el gobierno peruano había decretado el estanco del guano, con lo cual había hecho pingües negocios, pero ahora veía terminar esa bonanza, por lo que concibió la idea de repetir la fórmula con el salitre, para lo cual necesitaba, la expropiación de las propiedades salitreras que estaban en manos de particulares y luego una acción conjunta con Bolivia, con el fin de asegurar precios anormalmente altos. No tuvo grandes dificultades para hacerse de las salitreras de Tarapacá, pues podía asumir su control pagándoles a los industriales una indemnización, política que recibió la aprobación inmediata de ambas ramas del parlamento, pero otra cosa eran las salitreras ubicadas en territorio boliviano y, peor aún, por el descubrimiento de nuevos establecimientos en Antofagasta, en pleno territorio chileno, al sur del paralelo 25º S. Existiendo salitre en Atacama, en territorios de Bolivia y Chile, de nada serviría restringir la producción en Tarapacá. El único resultado de tal acción habría sido el de dar un enorme impulso a la producción que estaba libre del estanco.
La Compañía de Salitres de Antofagasta, propiedad de chilenos, podía exportar sus productos sin gravamen alguno, como lo establecía el artículo IV del tratado con Bolivia. Todos los restantes yacimientos de salitre existentes en el territorio boliviano habían sido cedidos al contratista de ferrocarriles del Perú Henry Meiggs, por la suma de $ 10.000 anuales, quien, a su vez, los había transferido al Perú, quedando, en consecuencia, todos los minerales de salitre conocidos, con excepción de los de Antofagasta, en poder del gobierno monopolizador del Perú.