Villa Poder y Villa Querer eran dos localidades, una al lado de la otra, separadas por el parque Entre Dos Villas. Las dos tenían los mismos paisajes. El parque era un lugar de encuentro, tenía una gran arboleda, y una zona con columpios donde iban los niños a jugar.
Marcos y Gabriel tenían diez años y físicamente eran muy parecidos: ojos oscuros, pelo castaño y cara pecosa. Precisamente, en el parque Entre Dos Villas fue donde se conocieron los dos pequeños y donde empezaron a quedar para jugar por las tardes.
Marcos vivía en Villa Poder. El primer día fue a jugar con su nuevo amigo cuando salió del colegio.
- Hola, Gabriel, ¿qué tal hoy en la escuela? - le preguntó nada más llegar.
- ¿En la escuela? Yo nunca voy a la escuela. Trabajo para ayudar a mis padres - contestó.
- ¡Los niños no trabajan! ¡Tienes que ir a la escuela! - exclamó Marcos con los ojos abiertos como platos.
Y enseguida empezaron a jugar olvidándose de todo.
Llegó el cumpleaños de Marcos. Lo celebró con sus amigos del colegio. Sus padres hicieron una rica tarta de chocolate, pusieron globos y piñatas por todo el jardín y le regalaron una bicicleta. Al día siguiente, Marcos fue al parque con su bicicleta nueva, y un trozo de tarta envuelto en papel.
- ¡Qué ricaaaaaaaa! - exclamó Gabriel mientras devoraba el pastel.
- ¿Quieres dar una vuelta en mi bicicleta? Me la regalaron ayer por mi cumpleaños.
- Yo nunca he tenido una bicicleta. En mi casa no tienen dinero para comprarme una, ¡apenas nos llega para comer! - le contó a Marcos.
Gabriel dio una vuelta, feliz, pensando por un momento que era suya. Y continuaron jugando olvidándose de todo. Una noche hizo mucho frío. Marcos tomó un vaso de leche calentita, se metió en la cama bien abrigado y durmió plácidamente. Gabriel, esa misma noche, la pasó tiritando de frío, abrigado por el calor del cuerpo de su madre y su hermano pequeño y dos raídas mantas.
- ¡Hola, Gabriel! - saludó Marcos al llegar.
- ¡Hola! - contestó su amigo mientras sufría un fuerte ataque de tos.
- Tienes mala cara. ¿No te puede ver un médico?
Marcos se quitó la chaqueta de lana que llevaba debajo del abrigo, y se la dio a Gabriel para que se la pusiera inmediatamente. Y enseguida empezaron a jugar olvidándose de todo. Marcos habló de su nuevo amigo en casa:
- Gabriel pasa hambre, pasa frío. ¡Los niños tienen que ir a la escuela! ¡Los niños no pueden trabajar! - repetía una y otra vez a sus padres, sin entender nada.
Esa tarde, los padres de Marcos prepararon una cesta de comida para Gabriel, pero, precisamente ese día, el niño no fue a jugar.
A los diez días Gabriel apareció en el parque. Se le veía más delgado, tenía ojeras, pero al ver a su amigo sonrió.
- ¿Qué te ha pasado? Te he echado mucho de menos - le dijo Marcos corriendo a su encuentro.
- He estado muy enfermo. Ya me encuentro mucho mejor - contestó. Y enseguida empezaron a jugar olvidándose de todo.
- Los dos somos muy parecidos - dijo Marcos de repente.
- ¿Por qué si somos iguales nuestras vidas no lo son?
- ¡Mis papás te ayudarán! - le dijo tras unos segundos y abrazó a su amigo.
Los dos pequeños se miraron con complicidad, se encogieron de hombros y, como niños que eran, continuaron jugando olvidándose de todo
Respuesta:
Villa Poder y Villa Querer eran dos localidades, una al lado de la otra, separadas por el parque Entre Dos Villas. Las dos tenían los mismos paisajes. El parque era un lugar de encuentro, tenía una gran arboleda, y una zona con columpios donde iban los niños a jugar.
Marcos y Gabriel tenían diez años y físicamente eran muy parecidos: ojos oscuros, pelo castaño y cara pecosa. Precisamente, en el parque Entre Dos Villas fue donde se conocieron los dos pequeños y donde empezaron a quedar para jugar por las tardes.
Marcos vivía en Villa Poder. El primer día fue a jugar con su nuevo amigo cuando salió del colegio.
- Hola, Gabriel, ¿qué tal hoy en la escuela? - le preguntó nada más llegar.
- ¿En la escuela? Yo nunca voy a la escuela. Trabajo para ayudar a mis padres - contestó.
- ¡Los niños no trabajan! ¡Tienes que ir a la escuela! - exclamó Marcos con los ojos abiertos como platos.
Y enseguida empezaron a jugar olvidándose de todo.
Llegó el cumpleaños de Marcos. Lo celebró con sus amigos del colegio. Sus padres hicieron una rica tarta de chocolate, pusieron globos y piñatas por todo el jardín y le regalaron una bicicleta. Al día siguiente, Marcos fue al parque con su bicicleta nueva, y un trozo de tarta envuelto en papel.
- ¡Qué ricaaaaaaaa! - exclamó Gabriel mientras devoraba el pastel.
- ¿Quieres dar una vuelta en mi bicicleta? Me la regalaron ayer por mi cumpleaños.
- Yo nunca he tenido una bicicleta. En mi casa no tienen dinero para comprarme una, ¡apenas nos llega para comer! - le contó a Marcos.
Gabriel dio una vuelta, feliz, pensando por un momento que era suya. Y continuaron jugando olvidándose de todo. Una noche hizo mucho frío. Marcos tomó un vaso de leche calentita, se metió en la cama bien abrigado y durmió plácidamente. Gabriel, esa misma noche, la pasó tiritando de frío, abrigado por el calor del cuerpo de su madre y su hermano pequeño y dos raídas mantas.
- ¡Hola, Gabriel! - saludó Marcos al llegar.
- ¡Hola! - contestó su amigo mientras sufría un fuerte ataque de tos.
- Tienes mala cara. ¿No te puede ver un médico?
Marcos se quitó la chaqueta de lana que llevaba debajo del abrigo, y se la dio a Gabriel para que se la pusiera inmediatamente. Y enseguida empezaron a jugar olvidándose de todo. Marcos habló de su nuevo amigo en casa:
- Gabriel pasa hambre, pasa frío. ¡Los niños tienen que ir a la escuela! ¡Los niños no pueden trabajar! - repetía una y otra vez a sus padres, sin entender nada.
Esa tarde, los padres de Marcos prepararon una cesta de comida para Gabriel, pero, precisamente ese día, el niño no fue a jugar.
A los diez días Gabriel apareció en el parque. Se le veía más delgado, tenía ojeras, pero al ver a su amigo sonrió.
- ¿Qué te ha pasado? Te he echado mucho de menos - le dijo Marcos corriendo a su encuentro.
- He estado muy enfermo. Ya me encuentro mucho mejor - contestó. Y enseguida empezaron a jugar olvidándose de todo.
- Los dos somos muy parecidos - dijo Marcos de repente.
- ¿Por qué si somos iguales nuestras vidas no lo son?
- ¡Mis papás te ayudarán! - le dijo tras unos segundos y abrazó a su amigo.
Los dos pequeños se miraron con complicidad, se encogieron de hombros y, como niños que eran, continuaron jugando olvidándose de todo
Explicación:
CORONITA PORFISS YO ME SAQUE BUENA NOTA