No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.
Jesús les hablaba a sus discípulos en este pasaje, que no eran ellos los que Le habían escogido a Él, sino Él a sus discípulos. Así mismo no fuimos nosotros quienes escogimos a Dios, fue El quien por su gracia nos ha buscado y nos ha invitado a recibir de su amor, y nosotros decidimos aceptarle o rechazarle.
Si hemos aceptado su amor y decidimos seguirle, entonces El nos da a conocer sus verdades (Juan 15:15) "Los llamo amigos, porque les he contado todo lo que me enseñó mi Padre.", y una de estas grandes verdades nos la revela en estas palabras "y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure".
El Señor Jesús les habla a sus discípulos en términos con los que ellos estaban familiarizados ya que vivían en zonas donde abundaban las plantaciones de cultivos y viñedos. Ahora les estaba enseñando que había un acto que abría una puerta directa de reciprocidad entre nosotros y el Padre. Y este acto es: "Dar frutos y frutos perdurables".
Nuestra misión primordial en esta tierra es dar frutos. Y Cómo damos frutos?
De dos maneras:
1. Cuando le permitimos a Dios una transformación en nuestras vidas de tal forma que como resultado reflejemos el carácter de Cristo. (Galatas 5:22) Nos muestra que cuando esto sucede en nuestra vida obtenemos los frutos espirituales: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Al producirse estos primeros frutos en nuestro ser interior, entonces seremos capaces de producir frutos externos. Los Apóstoles tuvieron que aprender a desarrollar los frutos del Espíritu en sus vidas para poder entender que todo lo que Vivian eran oportunidades para producir frutos perdurable para Dios.
2. Cuando luego de ser renovados y transformados por Dios y dar frutos del Espíritu, nos convertimos en instrumentos en sus manos para que El obre a través de nuestras vidas y El sea glorificado. La verdadera importancia de dar frutos es que estos sean perdurables, y la única manera que lo sea es que estos frutos produzcan resultados visibles y tangibles.
Jesús nos escogió, primero, para entablar una relación íntima con Él y producir frutos espirituales, y de esta manera saliéramos al mundo a dar frutos duraderos.
Dios nos llama todo el tiempo a dar frutos perdurables: Espirituales, personales, familiares, ministeriales, en todas las áreas de nuestra vida. Es tan importante que demos frutos en todo porque es una ley espiritual que se cumple. Nos encargamos de dar frutos para Dios y El se encarga de nuestras vidas.
Muchas veces no vemos realizados nuestros sueños porque no vivimos para dar frutos perdurables.
La diferencia entre soñar y visionar radica en que los sueños terminan siendo deseos sin compromiso que no dan frutos. Visionar es tener la capacidad de creer en aquello que no vemos, pero nos comprometemos en dar frutos para alcanzarlo.
Dios busca hombres y mujeres que estén dispuestos a dar frutos perdurables.
No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.
Jesús les hablaba a sus discípulos en este pasaje, que no eran ellos los que Le habían escogido a Él, sino Él a sus discípulos. Así mismo no fuimos nosotros quienes escogimos a Dios, fue El quien por su gracia nos ha buscado y nos ha invitado a recibir de su amor, y nosotros decidimos aceptarle o rechazarle.
Si hemos aceptado su amor y decidimos seguirle, entonces El nos da a conocer sus verdades (Juan 15:15) "Los llamo amigos, porque les he contado todo lo que me enseñó mi Padre.", y una de estas grandes verdades nos la revela en estas palabras "y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure".
El Señor Jesús les habla a sus discípulos en términos con los que ellos estaban familiarizados ya que vivían en zonas donde abundaban las plantaciones de cultivos y viñedos. Ahora les estaba enseñando que había un acto que abría una puerta directa de reciprocidad entre nosotros y el Padre. Y este acto es: "Dar frutos y frutos perdurables".
Nuestra misión primordial en esta tierra es dar frutos. Y Cómo damos frutos?
De dos maneras:
1. Cuando le permitimos a Dios una transformación en nuestras vidas de tal forma que como resultado reflejemos el carácter de Cristo. (Galatas 5:22) Nos muestra que cuando esto sucede en nuestra vida obtenemos los frutos espirituales: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Al producirse estos primeros frutos en nuestro ser interior, entonces seremos capaces de producir frutos externos. Los Apóstoles tuvieron que aprender a desarrollar los frutos del Espíritu en sus vidas para poder entender que todo lo que Vivian eran oportunidades para producir frutos perdurable para Dios.
2. Cuando luego de ser renovados y transformados por Dios y dar frutos del Espíritu, nos convertimos en instrumentos en sus manos para que El obre a través de nuestras vidas y El sea glorificado. La verdadera importancia de dar frutos es que estos sean perdurables, y la única manera que lo sea es que estos frutos produzcan resultados visibles y tangibles.
Jesús nos escogió, primero, para entablar una relación íntima con Él y producir frutos espirituales, y de esta manera saliéramos al mundo a dar frutos duraderos.
Dios nos llama todo el tiempo a dar frutos perdurables: Espirituales, personales, familiares, ministeriales, en todas las áreas de nuestra vida. Es tan importante que demos frutos en todo porque es una ley espiritual que se cumple. Nos encargamos de dar frutos para Dios y El se encarga de nuestras vidas.
Muchas veces no vemos realizados nuestros sueños porque no vivimos para dar frutos perdurables.
La diferencia entre soñar y visionar radica en que los sueños terminan siendo deseos sin compromiso que no dan frutos. Visionar es tener la capacidad de creer en aquello que no vemos, pero nos comprometemos en dar frutos para alcanzarlo.
Dios busca hombres y mujeres que estén dispuestos a dar frutos perdurables.