Los protagonistas europeos del proceso de conquista provenían fundamentalmente de la península ibérica, en especial del centro y sur de España.
Las regiones que más hombres aportaron al Nuevo Mundo durante el siglo XVI fueron Andalucía, Castilla y Extremadura. Los contingentes que nutrieron las empresas de conquista estaban formados principalmente por hombres cuyas edades fluctuaban entre los 30 y los 45 años; es decir, personas ya maduras en una época en la cual alguien mayor de 40 años era considerado viejo.
La mayoría de ellos no tenía experiencia militar por lo cual se convirtieron en improvisados combatientes una vez en América. La mujer en tanto, no arribó en gran número al nuevo continente durante este siglo.
El conquistador español provenía de una Europa marcada por su rígida sociedad estamental, donde quienes no poseían bienes y riquezas tenían muy pocas posibilidades de modificar su situación social.
El Nuevo Mundo brindó a muchos campesinos, labradores, villanos (habitantes de las villas), artesanos y, en menor medida, nobles empobrecidos (hidalgos) la ilusión de superar su condición y acceder a privilegios que en Europa estaban reservados a la nobleza.
Poder y riquezas, honra y fama eran ingredientes fundamentales para enrolarse en las huestes indianas y condicionaban el accionar de los españoles. Se aspiraba a ser reconocido y recordado, y regresar a las tierras de origen cargado de riquezas y títulos.
Los conquistadores actuaban en grupos denominados compañas o huestes, donde cada cual tenía un lugar de acuerdo con el aporte material (dinero, armas, caballo, etc.) que había realizado.
La hueste era encabezada por líderes que surgieron en el momento, como Balboa o Cortés, o por quienes habían contribuido en mayor medida a su organización y financiamiento, como Pizarro o Valdivia.
Fueron estas empresas colectivas, apoyadas legalmente por la corona, las que en definitiva hicieron posible la exploración e incorporación del Nuevo Mundo a los dominios de la monarquía española.
La celebridad alcanzada por diversos capitanes y conquistadores contrasta con la realidad de la mayoría de los participantes en las huestes de conquista.
Poco se conoce acerca de los que fallecieron sin fama ni honra en lugares remotos de la América Indígena; no se habla demasiado de aquellos que no recibieron títulos, encomiendas y mercedes de tierra; tampoco se valora el hecho que estos anónimos protagonistas de la conquista aportaron su esfuerzo y su sangre en la conformación de nuestra América mestiza.
Por lo tanto, no es ocioso evocarlos en este momento y recordar que sus vidas también fueron importantes en nuestra historia.
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Los protagonistas europeos del proceso de conquista provenían fundamentalmente de la península ibérica, en especial del centro y sur de España.
Las regiones que más hombres aportaron al Nuevo Mundo durante el siglo XVI fueron Andalucía, Castilla y Extremadura. Los contingentes que nutrieron las empresas de conquista estaban formados principalmente por hombres cuyas edades fluctuaban entre los 30 y los 45 años; es decir, personas ya maduras en una época en la cual alguien mayor de 40 años era considerado viejo.
La mayoría de ellos no tenía experiencia militar por lo cual se convirtieron en improvisados combatientes una vez en América. La mujer en tanto, no arribó en gran número al nuevo continente durante este siglo.
El conquistador español provenía de una Europa marcada por su rígida sociedad estamental, donde quienes no poseían bienes y riquezas tenían muy pocas posibilidades de modificar su situación social.
El Nuevo Mundo brindó a muchos campesinos, labradores, villanos (habitantes de las villas), artesanos y, en menor medida, nobles empobrecidos (hidalgos) la ilusión de superar su condición y acceder a privilegios que en Europa estaban reservados a la nobleza.
Poder y riquezas, honra y fama eran ingredientes fundamentales para enrolarse en las huestes indianas y condicionaban el accionar de los españoles. Se aspiraba a ser reconocido y recordado, y regresar a las tierras de origen cargado de riquezas y títulos.
Los conquistadores actuaban en grupos denominados compañas o huestes, donde cada cual tenía un lugar de acuerdo con el aporte material (dinero, armas, caballo, etc.) que había realizado.
La hueste era encabezada por líderes que surgieron en el momento, como Balboa o Cortés, o por quienes habían contribuido en mayor medida a su organización y financiamiento, como Pizarro o Valdivia.
Fueron estas empresas colectivas, apoyadas legalmente por la corona, las que en definitiva hicieron posible la exploración e incorporación del Nuevo Mundo a los dominios de la monarquía española.
La celebridad alcanzada por diversos capitanes y conquistadores contrasta con la realidad de la mayoría de los participantes en las huestes de conquista.
Poco se conoce acerca de los que fallecieron sin fama ni honra en lugares remotos de la América Indígena; no se habla demasiado de aquellos que no recibieron títulos, encomiendas y mercedes de tierra; tampoco se valora el hecho que estos anónimos protagonistas de la conquista aportaron su esfuerzo y su sangre en la conformación de nuestra América mestiza.
Por lo tanto, no es ocioso evocarlos en este momento y recordar que sus vidas también fueron importantes en nuestra historia.