Doña Cabra salía a pastar todas las mañanas con sus compañeras de rebaño. Todos los días, Doña Cabra se quedaba rezagada. Siempre la reñían por quedarse atrás. “Un día te vas a perder”, le decían las demás. Pero a Doña Cabra le daba lo mismo.
Un día se empezó a preparar una gran tormenta. La lluvia empezaría a caer enseguida. Había que regresar. Todas las cabras estaban agrupadas para regresar, todas menos Doña Cabra. La llamaron, pero el viento hacía mucho ruido y se empezaban a oír los primeros truenos. Así que todo el rebaño se fue, dejando a Doña Cabra.
Doña Cabra se asustó mucho, pero se había alejado tanto que se había quedado sola. Se refugió debajo de un peñasco y esperó. La gran piedra la protegió un poco hasta que la tormenta cesó.
Para entonces, Doña Cabra estaba sola. Y, lo peor, no sabía dónde estaba. Pero no se iba a quedar allí, así que se fue por donde le pareció.
Doña Cabra estuvo vagando durante días por las montañas sin encontrar a nadie. Y el invierno se acercaba. Tenía que encontrar un refugio o moriría de frío.
En ello estaba pensando cuando apareció un caballo.
-Soy Don Caballo -dijo este-. ¿Quién eres tú?
-Soy Doña Oveja -respondió ella-. Me he perdido y estoy buscando un refugio para pasar el invierno.
-Yo también estoy perdido -dijo Don Caballo-. Podemos buscar juntos un lugar donde quedarnos.
-Me parece buena idea -dijo Doña Cabra.
A las pocas horas aparecieron una vaca, un perro y una oveja. Doña Vaca, Don Perro y Doña Cabra también se habían perdido después de la tormenta.
Un refugio para el inviernoJuntos siguieron buscando dónde quedarse. Al final encontraron una vieja granja en la que vivían un hombre y una mujer que apenas tenían nada, pero les acogieron.
Doña Vaca, doña Oveja y doña Cabra les daban leche. Doña Oveja pronto les daría también lana. Don Caballo les ayuda a moverse y a labrar la tierra. Y Don Perro vigilaba y cuidaba de todos.
Ahora forman una curiosa familia en la que todos ayudan. Eso sí, nunca más ninguno se volvió a despistar.
Lula y Lila eran dos plantas de espinacas que nacieron en un mismo huerto y habían sido amigas desde entonces. Habían pasado juntas por los terribles fríos del invierno y los largos días de sol, y siempre se habían apoyado mutuamente, en espera de llegar a aquel momento mágico con que toda espinaca soñaba: el momento de servir de comida a un niño y transmiterle toda su fuerza.
Así que cuando llegó la hora de la cosecha, fueron juntas y felices a la fábrica de preparado, y de allí a la de envasado, y de allí al supermercado, donde fueron expuestas en uno de los mejores estantes. Ambas veían emocionadas pasar las señoras con sus cestas, fijándose en aquellas a las que acompañaba algún niño. Pasó todo un día entero sin que nadie se acercara, pero justo antes del cierre, una señora se acercó demasiado al estante, y sin darse cuenta golpeó la bolsa de Lula, que cayó al suelo, justo antes de que uno de los pies de la señora la empujara bajo la estantería.
Nadie se dio cuenta de aquello, y Lula pasó toda la noche llorando, sabiendo que se quedaría bajo el estante hasta ponerse mohosa. Lila, muy apenada, se lamentaba de la suerte de su amiga, sin poder hacer nada. Al día siguiente, cuando a media mañana se acercó una señora acompañada por un niño adorable, dispuesta a comprar la bolsa de Lila, ésta no podía alegrarse pensando en la desgracia de Lula. Y en un momento de locura y amistad, hizo un último esfuerzo por ayudar a su amiga de la infancia: justo cuando el niño iba a agarrar la bolsa, Lila sé dejó caer del estante y fue a parar al suelo junto a Lula. El niño, sorprendido y divertido, se agachó y sin darse cuenta cogió ambas bolsas.
Lila acabó con un par de tallos rotos, pero no le importó hacer aquello por salvar a su amiga. Y cuando horas después compartía el plato del niño con Lula, se sintió la espinaca más feliz del mundo por poder cumplir su sueño junto a su mejor amiga.
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Doña Cabra salía a pastar todas las mañanas con sus compañeras de rebaño. Todos los días, Doña Cabra se quedaba rezagada. Siempre la reñían por quedarse atrás. “Un día te vas a perder”, le decían las demás. Pero a Doña Cabra le daba lo mismo.
Un día se empezó a preparar una gran tormenta. La lluvia empezaría a caer enseguida. Había que regresar. Todas las cabras estaban agrupadas para regresar, todas menos Doña Cabra. La llamaron, pero el viento hacía mucho ruido y se empezaban a oír los primeros truenos. Así que todo el rebaño se fue, dejando a Doña Cabra.
Doña Cabra se asustó mucho, pero se había alejado tanto que se había quedado sola. Se refugió debajo de un peñasco y esperó. La gran piedra la protegió un poco hasta que la tormenta cesó.
Para entonces, Doña Cabra estaba sola. Y, lo peor, no sabía dónde estaba. Pero no se iba a quedar allí, así que se fue por donde le pareció.
Doña Cabra estuvo vagando durante días por las montañas sin encontrar a nadie. Y el invierno se acercaba. Tenía que encontrar un refugio o moriría de frío.
En ello estaba pensando cuando apareció un caballo.
-Soy Don Caballo -dijo este-. ¿Quién eres tú?
-Soy Doña Oveja -respondió ella-. Me he perdido y estoy buscando un refugio para pasar el invierno.
-Yo también estoy perdido -dijo Don Caballo-. Podemos buscar juntos un lugar donde quedarnos.
-Me parece buena idea -dijo Doña Cabra.
A las pocas horas aparecieron una vaca, un perro y una oveja. Doña Vaca, Don Perro y Doña Cabra también se habían perdido después de la tormenta.
Un refugio para el inviernoJuntos siguieron buscando dónde quedarse. Al final encontraron una vieja granja en la que vivían un hombre y una mujer que apenas tenían nada, pero les acogieron.
Doña Vaca, doña Oveja y doña Cabra les daban leche. Doña Oveja pronto les daría también lana. Don Caballo les ayuda a moverse y a labrar la tierra. Y Don Perro vigilaba y cuidaba de todos.
Ahora forman una curiosa familia en la que todos ayudan. Eso sí, nunca más ninguno se volvió a despistar.
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Cuento: Amigas desde la huerta
Lula y Lila eran dos plantas de espinacas que nacieron en un mismo huerto y habían sido amigas desde entonces. Habían pasado juntas por los terribles fríos del invierno y los largos días de sol, y siempre se habían apoyado mutuamente, en espera de llegar a aquel momento mágico con que toda espinaca soñaba: el momento de servir de comida a un niño y transmiterle toda su fuerza.
Así que cuando llegó la hora de la cosecha, fueron juntas y felices a la fábrica de preparado, y de allí a la de envasado, y de allí al supermercado, donde fueron expuestas en uno de los mejores estantes. Ambas veían emocionadas pasar las señoras con sus cestas, fijándose en aquellas a las que acompañaba algún niño. Pasó todo un día entero sin que nadie se acercara, pero justo antes del cierre, una señora se acercó demasiado al estante, y sin darse cuenta golpeó la bolsa de Lula, que cayó al suelo, justo antes de que uno de los pies de la señora la empujara bajo la estantería.
Nadie se dio cuenta de aquello, y Lula pasó toda la noche llorando, sabiendo que se quedaría bajo el estante hasta ponerse mohosa. Lila, muy apenada, se lamentaba de la suerte de su amiga, sin poder hacer nada. Al día siguiente, cuando a media mañana se acercó una señora acompañada por un niño adorable, dispuesta a comprar la bolsa de Lila, ésta no podía alegrarse pensando en la desgracia de Lula. Y en un momento de locura y amistad, hizo un último esfuerzo por ayudar a su amiga de la infancia: justo cuando el niño iba a agarrar la bolsa, Lila sé dejó caer del estante y fue a parar al suelo junto a Lula. El niño, sorprendido y divertido, se agachó y sin darse cuenta cogió ambas bolsas.
Lila acabó con un par de tallos rotos, pero no le importó hacer aquello por salvar a su amiga. Y cuando horas después compartía el plato del niño con Lula, se sintió la espinaca más feliz del mundo por poder cumplir su sueño junto a su mejor amiga.