A mediados de noviembre de 1881 su gobierno sufrió la primera crisis ministerial. Don Francisco Landero y Cos, secretario de Hacienda y quien había tratado de evitar el déficit presupuestal establecido un sano equilibro en la finanzas, fue eliminado y en su lugar quedó el oficial mayor Fuentes y Muñiz, quien se plegaba en todo a los designios hacendarios que se fraguaban en Palacio. Poco tiempo después renunció el secretario de Guerra, el general Jerónimo Treviño, que gozaba de gran prestigio dentro y fuera del país y tenía demasiada fuerza e influencia como para oponerse a González. Su retiro obedeció a que el oficial mayor, general Francisco Tolentino, quien defeccionó del lerdismo para pasarse a los tuxtepecanos días antes de su triunfo, apoyado por el presidente, daba órdenes independientemente del secretario. Treviño, casado con la hija del general norteamericano Ord, retiróse a Monterrey a principios de 1822. Francisco Tolentino, hábil instrumento de González, actuó en Jalisco en contra del gobernador Fermín Riestra, poco adicto al gobierno central, y más tarde desgobernó ese estado. Sustituyó al general Treviño otro norteño, ex compañero de Díaz y de González en sus revueltas, el general Francisco Naranjo, amigo del dinero fácil y de la vida licenciosa y, por tanto, simpatizante del presidente.
El tercer ministro eliminado fue el de Justicia, el ameritado Ezequiel Montes, quien trató de cuidar que el gobierno no violara impunemente las garantías individuales, principalmente al verificar la leva con que se integraba el ejército. Montes, persuadido de que el sistema de leva no sólo perjudicara la formación del ejército convirtiéndolo en un ejército de forzados, sino también a la sociedad, muchos de cuyos miembros, los más humildes e indefensos, eran víctimas de la animadversión y del afán de lucro de muchos influyentes, envió al Congreso una iniciativa de ley que reglamentaba el artículo 102 de la constitución. Los esfuerzos de Montes y los de diversos jueces de Distrito para contener las arbitrariedades del ejecutivo y de diversos jefes militares, predispusieron a Montes con el ministro Naranjo, por lo cual el 31 de marzo de 1882 renunció Montes a su puesto. Le sustituyó el licenciado Joaquín Baranda, antiguo lerdista culto e inteligente, pero, necesitado de congraciarse con el régimen, se disciplinó y toleró que la justicia se plegara a los caprichos políticos. En la suprema Corte, ese estilo de cosas apareció también. Los nombramientos como magistrados de Miguel Auza, Guillermo Valle y Moisés Rojas revelaron que ese alto tribunal había perdido mucho prestigio y libertad. La renuncia que Ignacio L. Vallarta hizo de su puesto de presidente de la Corte se debió a ese mismo hecho.
González, hombre impetuoso, viril, amigo del placer, del dolor y de la choncha faja de dinero, contrastó con sus antecesores, que habían sido austeros, sencillo, de vida particular recatada y digna. Casado, no soltero, casado con una mujer, Doña Laura Mantecón, pronto la abandonó y su intemperancia y amoríos con Juan Horn y Julia Espinosa fueron comentados por la sociedad pacata de la época, lo mismo que la pasión que le encendió la francesa o circasiana que tenía en su hacienda de Chapingo, las embozadas que entraban a palacio por las noches, así como sus continuas embriagueces con sus amigos Lalanne, Fernández, Carmona y otros. Sus haciendas de Laureles en Michoacán (próxima gira), Chapingo, Santa María, Tecajete en Hidalgo y las de Tamaulipas; sus amplias propiedades a un lado de Peralvillo y otras colonias de México que creían; sus especulaciones en torno de la creación de los Bancos y la emisión del níquel, todo eso habido en muy poco tiempo, con el ansia de poder y dinero inextinguible que tienen muchos políticos, le valieron la antipatía de la población, quien le criticaba sopaba y aun abiertamente. Con estos elementos, que no le beneficiaron en nada. Manuel González va a enfrentarse a seriosproblemas que a su administración se le presentaron.
A mediados de noviembre de 1881 su gobierno sufrió la primera crisis ministerial. Don Francisco Landero y Cos, secretario de Hacienda y quien había tratado de evitar el déficit presupuestal establecido un sano equilibro en la finanzas, fue eliminado y en su lugar quedó el oficial mayor Fuentes y Muñiz, quien se plegaba en todo a los designios hacendarios que se fraguaban en Palacio. Poco tiempo después renunció el secretario de Guerra, el general Jerónimo Treviño, que gozaba de gran prestigio dentro y fuera del país y tenía demasiada fuerza e influencia como para oponerse a González. Su retiro obedeció a que el oficial mayor, general Francisco Tolentino, quien defeccionó del lerdismo para pasarse a los tuxtepecanos días antes de su triunfo, apoyado por el presidente, daba órdenes independientemente del secretario. Treviño, casado con la hija del general norteamericano Ord, retiróse a Monterrey a principios de 1822. Francisco Tolentino, hábil instrumento de González, actuó en Jalisco en contra del gobernador Fermín Riestra, poco adicto al gobierno central, y más tarde desgobernó ese estado. Sustituyó al general Treviño otro norteño, ex compañero de Díaz y de González en sus revueltas, el general Francisco Naranjo, amigo del dinero fácil y de la vida licenciosa y, por tanto, simpatizante del presidente.
El tercer ministro eliminado fue el de Justicia, el ameritado Ezequiel Montes, quien trató de cuidar que el gobierno no violara impunemente las garantías individuales, principalmente al verificar la leva con que se integraba el ejército. Montes, persuadido de que el sistema de leva no sólo perjudicara la formación del ejército convirtiéndolo en un ejército de forzados, sino también a la sociedad, muchos de cuyos miembros, los más humildes e indefensos, eran víctimas de la animadversión y del afán de lucro de muchos influyentes, envió al Congreso una iniciativa de ley que reglamentaba el artículo 102 de la constitución. Los esfuerzos de Montes y los de diversos jueces de Distrito para contener las arbitrariedades del ejecutivo y de diversos jefes militares, predispusieron a Montes con el ministro Naranjo, por lo cual el 31 de marzo de 1882 renunció Montes a su puesto. Le sustituyó el licenciado Joaquín Baranda, antiguo lerdista culto e inteligente, pero, necesitado de congraciarse con el régimen, se disciplinó y toleró que la justicia se plegara a los caprichos políticos. En la suprema Corte, ese estilo de cosas apareció también. Los nombramientos como magistrados de Miguel Auza, Guillermo Valle y Moisés Rojas revelaron que ese alto tribunal había perdido mucho prestigio y libertad. La renuncia que Ignacio L. Vallarta hizo de su puesto de presidente de la Corte se debió a ese mismo hecho.
González, hombre impetuoso, viril, amigo del placer, del dolor y de la choncha faja de dinero, contrastó con sus antecesores, que habían sido austeros, sencillo, de vida particular recatada y digna. Casado, no soltero, casado con una mujer, Doña Laura Mantecón, pronto la abandonó y su intemperancia y amoríos con Juan Horn y Julia Espinosa fueron comentados por la sociedad pacata de la época, lo mismo que la pasión que le encendió la francesa o circasiana que tenía en su hacienda de Chapingo, las embozadas que entraban a palacio por las noches, así como sus continuas embriagueces con sus amigos Lalanne, Fernández, Carmona y otros. Sus haciendas de Laureles en Michoacán (próxima gira), Chapingo, Santa María, Tecajete en Hidalgo y las de Tamaulipas; sus amplias propiedades a un lado de Peralvillo y otras colonias de México que creían; sus especulaciones en torno de la creación de los Bancos y la emisión del níquel, todo eso habido en muy poco tiempo, con el ansia de poder y dinero inextinguible que tienen muchos políticos, le valieron la antipatía de la población, quien le criticaba sopaba y aun abiertamente. Con estos elementos, que no le beneficiaron en nada. Manuel González va a enfrentarse a seriosproblemas que a su administración se le presentaron.
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