gabilgxx
Debajo de la tierra se guardan todas las cosas. Debajo de la luz duerme todo y todo respira, palpita y con los ojos cerrados estruja el mundo. Así la tierra, redondeada en pequeños mundos, transita por una nada inmensa bordada de lucecitas. Lo que llamamos vida ocurre exactamente con la misma monotonía, a veces como una repentina explosión, otras como un parpadeo constante, la mayor parte del tiempo como vacío. Rocas nadando hacía una profundidad cada vez más oscura, por lo mismo más entrañable, siempre girando, mudas al rededor de alguna luz, con frío.
Estas “Flores para un ocaso” son la memoria del frío. Sensación, sentimiento y textura que discurre a través de hechos. Cosas cotidianas como la muerte, los silbidos del plomo, el perturbador crujimiento de las hojas bajo miles de pies que huyen, el golpe suave de los parpados que se cierran para siempre, la miseria de los imposibles, el silencio contuso de todo lo negado y lo que termina olvidado. Quien se ha entrenado, desde pequeño, en la humilde labor de visitar cementerios comprende lo que significa hablar con los muertos; pero sólo quien ha nacido en medio de la guerra es capaz de vivir al lado de los muertos. Todo el horizonte se pixela en un panteón gigante, detrás de cada silueta hay un alma que te saluda, casi reclamando un poco de la vida que no fue suya.
Estas “Flores” ejercitan el recuento de los ciclos. Saben que el color llega mediante el viaje del polen, conocen la rebeldía de cada uno de sus brotes y se han entrenado con cada año en la tarea de marchitar. Así como las flores, esta palabra también protesta contra el tiempo y señala con su marca el suelo. En nuestra diminuta historia la boca nos dio la posibilidad de nombrar un mundo y comunicarnos con él, aprendimos a escribir con el único propósito de hacer duraderos los recuerdos. El ejercicio de nuestras manos convirtiendo trazos en signos es la extensión de nuestra huella. Cicatriz que habla de cosas buenas y de tragedias, de héroes y monstruos, de dioses y demonios. El papel es ahora la textura de rocas viejas contando los hechos o sus mentiras. Sin duda estos versos apuestan por los hechos, en gesto solidario abrazan pueblos y personas aplastadas por la mentira.
Estas “Flores para un ocaso” son la memoria del frío. Sensación, sentimiento y textura que discurre a través de hechos. Cosas cotidianas como la muerte, los silbidos del plomo, el perturbador crujimiento de las hojas bajo miles de pies que huyen, el golpe suave de los parpados que se cierran para siempre, la miseria de los imposibles, el silencio contuso de todo lo negado y lo que termina olvidado. Quien se ha entrenado, desde pequeño, en la humilde labor de visitar cementerios comprende lo que significa hablar con los muertos; pero sólo quien ha nacido en medio de la guerra es capaz de vivir al lado de los muertos. Todo el horizonte se pixela en un panteón gigante, detrás de cada silueta hay un alma que te saluda, casi reclamando un poco de la vida que no fue suya.
Estas “Flores” ejercitan el recuento de los ciclos. Saben que el color llega mediante el viaje del polen, conocen la rebeldía de cada uno de sus brotes y se han entrenado con cada año en la tarea de marchitar. Así como las flores, esta palabra también protesta contra el tiempo y señala con su marca el suelo. En nuestra diminuta historia la boca nos dio la posibilidad de nombrar un mundo y comunicarnos con él, aprendimos a escribir con el único propósito de hacer duraderos los recuerdos. El ejercicio de nuestras manos convirtiendo trazos en signos es la extensión de nuestra huella. Cicatriz que habla de cosas buenas y de tragedias, de héroes y monstruos, de dioses y demonios. El papel es ahora la textura de rocas viejas contando los hechos o sus mentiras. Sin duda estos versos apuestan por los hechos, en gesto solidario abrazan pueblos y personas aplastadas por la mentira.