Respuesta:
no SE.........
........
La niña chica
La Niña Chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las
lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándola dengosa:
«¡Platero, Platerillo!, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un
niño, y rebuznaba loco.
Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, le pegaba pataditas, y
le dejaba la mano, nardo, cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes
dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba
con todas las variaciones mimosas de su nombre: «¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo!
¡Platerete! ¡Platerucho!».
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la
muerte, nadie se acoraba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste:
«¡Platerillo!»... desde la casa oscura y llena de suspiros se oía, a veces, la lejana
llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!
¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Septiembre, rosa y oro, como ahora,
declinaba. Desde el cementerio, ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el
ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la
casa por la puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me
senté a llorar, con Platero.
(Extraído de Platero y yo. Juan R. Jiménez)
" Life is not a problem to be solved but a reality to be experienced! "
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La niña chica
La Niña Chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las
lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándola dengosa:
«¡Platero, Platerillo!, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un
niño, y rebuznaba loco.
Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, le pegaba pataditas, y
le dejaba la mano, nardo, cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes
dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba
con todas las variaciones mimosas de su nombre: «¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo!
¡Platerete! ¡Platerucho!».
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la
muerte, nadie se acoraba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste:
«¡Platerillo!»... desde la casa oscura y llena de suspiros se oía, a veces, la lejana
llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!
¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Septiembre, rosa y oro, como ahora,
declinaba. Desde el cementerio, ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el
ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la
casa por la puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me
senté a llorar, con Platero.
(Extraído de Platero y yo. Juan R. Jiménez)