El humanismo es una vieja promesa y, al mismo tiempo, es una idea siempre nueva que debemos reinventar constantemente. El proyecto humanista está inscrito en nuestra historia desde la Antigüedad y, sin embargo, en cada época brilla con un nuevo resplandor. En los albores del tercer milenio, la palabra ya no puede ser portadora de los mismos significados que en tiempos del Renacimiento europeo, cuando fue acuñada en torno a la figura del hombre ideal, dueño de sí y amo del Universo.
También va más allá de las significaciones que le confirieron los filósofos de la Ilustración y que, pese a las aspiraciones universalistas de éstos, permanecieron confinadas a una visión europeocentrista del mundo. En el siglo XXI, el respeto de la diversidad cultural es un elemento esencial del humanismo y constituye su componente vital en la era de la globalización. Ninguna cultura tiene el monopolio de lo universal y cada una de ellas puede contribuir al fortalecimiento de nuestros valores comunes.
El humanismo es una vieja promesa y, al mismo tiempo, es una idea siempre nueva que debemos reinventar constantemente. El proyecto humanista está inscrito en nuestra historia desde la Antigüedad y, sin embargo, en cada época brilla con un nuevo resplandor. En los albores del tercer milenio, la palabra ya no puede ser portadora de los mismos significados que en tiempos del Renacimiento europeo, cuando fue acuñada en torno a la figura del hombre ideal, dueño de sí y amo del Universo.
También va más allá de las significaciones que le confirieron los filósofos de la Ilustración y que, pese a las aspiraciones universalistas de éstos, permanecieron confinadas a una visión europeocentrista del mundo. En el siglo XXI, el respeto de la diversidad cultural es un elemento esencial del humanismo y constituye su componente vital en la era de la globalización. Ninguna cultura tiene el monopolio de lo universal y cada una de ellas puede contribuir al fortalecimiento de nuestros valores comunes.