August 2023 1 11 Report
alguien me ayuda a hacer un resumen de esto :

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que
busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está
buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día nuestro Buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer
caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó
todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó Kammir a lo
lejos, pero un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la
atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores
encantadoras. Estaba rodeaba por completo por una especie de valla pequeña de madera
lustrada, y una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y
sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El Buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que
estaban distribuidas como por azar entre los árboles. Dejó que sus ojos, que eran los de un
buscador, pasearan por el lugar… y quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella
inscripción “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días” Se sobrecogió un poco al
darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, y sintió pena al
pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una
inscripción. Al acercarse a leerla, descifró: Lamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas. El
buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada
piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del
muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había
vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego
le preguntó si lloraba por algún familiar.

–No, ningún familiar –dijo el buscador–. Pero… ¿qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible
hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible
maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano cuidador sonrió y dijo:
“Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja
costumbre. Le contaré… Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta,
como ésta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de
entonces, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: a la
izquierda, qué fue lo disfrutado, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y
se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una
semana, dos? ¿Tres semanas y media? ¿Y después?, la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?
¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el casamiento de los amigos? ¿Y el viaje más
deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto duró el disfrutar
de estas situaciones?, ¿horas?, ¿días?
Así vamos anotando en la libreta cada momento, cada gozo, cada sentimiento pleno e intenso… Y
cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado,
para escribirlo sobre su tumba. “Porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo
vivido.”

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