cercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué llantos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: “Tráeme otra vaca, y deja con vida a este ternero”.»
En este punto de su narración, vio Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: «¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!» Schehrazada contestó: «Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme». Y el rey dijo para sí: «¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia».
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diván, el rey Schahriar volvió a su palacio.
Pero cuando llegó la segunda noche
Doniazada dijo a su hermana Schehrazada: «¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y el efrit». Y Schehrazada respondió: «De todo corazón y como debido homenaje, siempre que el rey me lo permita». Y el rey ordenó: «Puedes hablar».
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vio llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: «Deja ese ternero con el ganado».
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeque dueño de la gacela prosiguió de este modo:
«¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía: “Debemos sacrificar ese ternero tan gordo”. Pero yo, por lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
»Al segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: “¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación”. Y yo le contesté: “Cuenta con ella”. Y me dijo: “¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vio, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reír. Luego me dijo: ‘Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?’ Yo repuse: ‘Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?’ Y ella me dijo: ‘El ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro, que fue sacrificada por el padre’. Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo”.
»Cuando oí, ¡oh poderoso efrit! —prosiguió el jeque— lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: “¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?” Y ella dijo: “Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu corazón”. Y le supliqué: “¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre”. Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: “Sólo aceptaré la riqueza con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me
Respuesta:
creo que hace falta la lectura no puedo responderte nada aleatorio :v
Respuesta:
nose
Explicación:
cercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué llantos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: “Tráeme otra vaca, y deja con vida a este ternero”.»
En este punto de su narración, vio Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: «¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!» Schehrazada contestó: «Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme». Y el rey dijo para sí: «¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia».
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diván, el rey Schahriar volvió a su palacio.
Pero cuando llegó la segunda noche
Doniazada dijo a su hermana Schehrazada: «¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y el efrit». Y Schehrazada respondió: «De todo corazón y como debido homenaje, siempre que el rey me lo permita». Y el rey ordenó: «Puedes hablar».
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vio llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: «Deja ese ternero con el ganado».
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeque dueño de la gacela prosiguió de este modo:
«¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía: “Debemos sacrificar ese ternero tan gordo”. Pero yo, por lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
»Al segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: “¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación”. Y yo le contesté: “Cuenta con ella”. Y me dijo: “¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vio, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reír. Luego me dijo: ‘Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?’ Yo repuse: ‘Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?’ Y ella me dijo: ‘El ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro, que fue sacrificada por el padre’. Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo”.
»Cuando oí, ¡oh poderoso efrit! —prosiguió el jeque— lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: “¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?” Y ella dijo: “Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu corazón”. Y le supliqué: “¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre”. Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: “Sólo aceptaré la riqueza con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me