Es conocido que cada ciudad, cada villa y hasta cada casa tiene su fantasma favorito, el cual disfruta de franca simpatía de sus moradores. Desde luego, no porque él hubiese hecho nada por congraciarse con ellos, ni mucho menos porque fuera más bonito de los demás, sino debido a su constancia en permanecer en el mismo lugar, dando así el tiempo necesario para que le conocieran cada vez mejor. Ciertamente, una forma sencilla y segura para conseguir que se fijasen en él y se acostumbrasen a su presencia.
Por lo demás, a nadie le interesa que el fantasma en cuestión perteneciera a una persona de existencia ilustre o a otra de insignificante trayectoria, que al fin y al cabo no les interesa para contraer matrimonio con él. Con haberlo visto alguna vez, o creerlo así, tienen bastante para referirse a tamaña experiencia durante el resto de sus días.
Es así como la franciscana ciudad de Quito, cuyos residentes, aparentemente, no creen en cucos, posee su fantasma predilecto. Lo llaman el Chulla y —según afirmación unánime de quienes lo han tratado, o al menos lo han visto de cerca— es todo un personaje que, además de respirar buen talante por todos sus poros, posee modales de gran señor. Pero sus cualidades no se circunscriben únicamente a la dulzura de carácter y la buena educación, sino que abarca también otra muy importante: innegable belleza varonil. En resumen, todo un cúmulo de atributos para hacer del Chulla el más agraciado y popular de los espectros quiteños. En comparación con él, el de La Torera y el de El Diablo Ocioso no son más que gusanos.
No obstante, debido a que el demonio del miedo está latente en toda persona y que no requiere sino la menor señal de alarma para salir a flote, incluso un encuentro con el Chulla no deja de ponerlo en marcha. Un ramalazo de susto que, aunque parezca paradójico, jamás sobreviene cuando lo tienen a la vista, sino más bien en cuanto éste, usando las tretas que conoce todo fantasma que se respeta, desaparece de escena en menor tiempo del que necesita uno para pestañear. Claro, todo esto tiene la configuración de una broma que, mirada a distancia, invita a la risa. Pero, por raro que parezca, nadie que haya presenciado semejante tipo de escamoteos, se siente divertido por ese motivo.
Se le denomina “Chulla Quiteño” a aquel sujeto solitario muy querido por la sociedad de su entorno y conocido por todos, que tiene carisma y es el más sociable.
Viene surgiendo desde la época colonial y renacentista en el siglo XX donde su picardía la transmitía con quienes quería compartirla.
Se caracteriza por ser:
- Agraciado y popular. - Un tipo querendón. - Posee modales finos. - Es alegre con los que conoce. - En cierto punto un galán. - Un personaje optimista y buena onda.
Es conocido que cada ciudad, cada villa y hasta cada casa tiene su fantasma favorito, el cual disfruta de franca simpatía de sus moradores. Desde luego, no porque él hubiese hecho nada por congraciarse con ellos, ni mucho menos porque fuera más bonito de los demás, sino debido a su constancia en permanecer en el mismo lugar, dando así el tiempo necesario para que le conocieran cada vez mejor. Ciertamente, una forma sencilla y segura para conseguir que se fijasen en él y se acostumbrasen a su presencia.
Por lo demás, a nadie le interesa que el fantasma en cuestión perteneciera a una persona de existencia ilustre o a otra de insignificante trayectoria, que al fin y al cabo no les interesa para contraer matrimonio con él. Con haberlo visto alguna vez, o creerlo así, tienen bastante para referirse a tamaña experiencia durante el resto de sus días.
Es así como la franciscana ciudad de Quito, cuyos residentes, aparentemente, no creen en cucos, posee su fantasma predilecto. Lo llaman el Chulla y —según afirmación unánime de quienes lo han tratado, o al menos lo han visto de cerca— es todo un personaje que, además de respirar buen talante por todos sus poros, posee modales de gran señor. Pero sus cualidades no se circunscriben únicamente a la dulzura de carácter y la buena educación, sino que abarca también otra muy importante: innegable belleza varonil. En resumen, todo un cúmulo de atributos para hacer del Chulla el más agraciado y popular de los espectros quiteños. En comparación con él, el de La Torera y el de El Diablo Ocioso no son más que gusanos.
No obstante, debido a que el demonio del miedo está latente en toda persona y que no requiere sino la menor señal de alarma para salir a flote, incluso un encuentro con el Chulla no deja de ponerlo en marcha. Un ramalazo de susto que, aunque parezca paradójico, jamás sobreviene cuando lo tienen a la vista, sino más bien en cuanto éste, usando las tretas que conoce todo fantasma que se respeta, desaparece de escena en menor tiempo del que necesita uno para pestañear. Claro, todo esto tiene la configuración de una broma que, mirada a distancia, invita a la risa. Pero, por raro que parezca, nadie que haya presenciado semejante tipo de escamoteos, se siente divertido por ese motivo.
Se le denomina “Chulla Quiteño” a aquel sujeto solitario muy querido por la sociedad de su entorno y conocido por todos, que tiene carisma y es el más sociable.
Viene surgiendo desde la época colonial y renacentista en el siglo XX donde su picardía la transmitía con quienes quería compartirla.
Se caracteriza por ser:
- Agraciado y popular.
- Un tipo querendón.
- Posee modales finos.
- Es alegre con los que conoce.
- En cierto punto un galán.
- Un personaje optimista y buena onda.