Lo que me pregunto es, claro, si tiene sentido escribir el relato de un viaje en una época en que muchísimas personas —en particular, muchísimos de los potenciales lectores de ese relato— también viajan. Una época en la cual, además, prácticamente no quedan sitios inexplorados en nuestro planeta, y en la que la televisión, el cine e internet suelen hacernos sentir que, de alguna manera, ya estuvimos o podemos estar, en cualquier momento, en cualquier parte.
Digamos una obviedad: las crónicas de viaje más valiosas eran aquellas que escribían quienes habían llegado a sitios inhóspitos y habían vuelto para contarlo. Marco Polo en China, Colón en la América que él creyó las Indias, los primeros expedicionarios que alcanzaron los polos Norte y Sur: ellos constituyen algunos ejemplos, narraciones que se leían para maravillarse con lo que había en un lugar del mundo desconocido y al que no se podía ni soñar con llegar. Leer una crónica de viaje era, en cierto sentido, viajar.
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Lo que me pregunto es, claro, si tiene sentido escribir el relato de un viaje en una época en que muchísimas personas —en particular, muchísimos de los potenciales lectores de ese relato— también viajan. Una época en la cual, además, prácticamente no quedan sitios inexplorados en nuestro planeta, y en la que la televisión, el cine e internet suelen hacernos sentir que, de alguna manera, ya estuvimos o podemos estar, en cualquier momento, en cualquier parte.
Digamos una obviedad: las crónicas de viaje más valiosas eran aquellas que escribían quienes habían llegado a sitios inhóspitos y habían vuelto para contarlo. Marco Polo en China, Colón en la América que él creyó las Indias, los primeros expedicionarios que alcanzaron los polos Norte y Sur: ellos constituyen algunos ejemplos, narraciones que se leían para maravillarse con lo que había en un lugar del mundo desconocido y al que no se podía ni soñar con llegar. Leer una crónica de viaje era, en cierto sentido, viajar.