Santa Rosa de Lima tuvo diversos momentos en su vida dignos de admirar y recordar. Uno de ellos, por ejemplo, se dio cuando rezaba ante la Virgen María y le pareció escuchar al Niño Jesús decir: “Rosa, conságrame a mí todo tu amor”. Desde ese momento, su inclinación por orar y meditar se incrementó.
Otro suceso ocurrió cuando oraba de rodillas ante la Virgen para poder descubrir si debía ingresar a un convento o no. Sin embargo, al tratar de levantarse, no pudo y entendió el mensaje que María le quería transmitir. Es así como Rosa de Lima no fue una religiosa, sino que consagró su vida a Dios como laica.
Una antigua tradición explicaba que Santa Rosa de Lima era amiga de San Martín de Porres. La patrona de la Policía Nacional del Perú solía salir de su ermita e ir a la iglesia de la Virgen del Rosario para cuidar de las personas enfermas. Es allí donde habría conocido al tan querido “santo de la escoba”.
Seguramente uno de los recuerdos más conocidos de la primera santa de América son sus penitencias. Algunas de ellas estuvieron relacionadas con el ayuno continuo y el descanso en tablas. Al realizarlas, Rosa de Lima miraba el crucifijo y recordaba, por ejemplo, la sed de Jesús en la cruz, para tener valor y resistir, todo por amor a Dios.
La vida de Santa Rosa de Lima es considerada como un ejemplo a seguir, principalmente, porque tuvo muchas virtudes que puso en práctica con Dios y con sus semejantes. Precisamente, el Cardenal Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), durante su visita a nuestro país en 1986, resaltó tres puntos importantes sobre ella.
El primero es la oración, entendida “no como una recitación de fórmulas, sino como un dirigirse interiormente al Señor, como estar en su luz, como dejarse incendiar por su fuego santo”. La capacidad para comunicarse con Dios era parte de la vida misma de Rosa, pues ella lograba orar, incluso, cuando realizaba sus labores diarias.
En ese sentido, el ejemplo de Santa Rosa de Lima nos lleva a pensar que orar y alabar a Dios debe ser parte de nuestro día a día, pues solo mediante una constante comunicación con Él, podemos sentir su presencia, su bondad y su amor. Por ello, la oración no es sinónimo de repetición.
El cardenal también resalta otro punto muy importante de la patrona de las Américas: el amor a los pobres. “Puesto que ella ama a Cristo, al despreciado, el doliente, aquel que por nosotros se ha hecho pobre, ella también ama a todos los pobres que llegaron a ser sus hermanos más cercanos”.
Esta mística del sufrimiento que “Rosa” mostraba con los más desvalidos radica en la solidaridad con Cristo Jesús. Tal como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, el amor a los pobres se traduce en las obras de misericordia, aquellas acciones caritativas mediante las cuales socorremos al prójimo en sus necesidades espirituales y corporales.
Finalmente, el tercer punto clave que menciona el cardenal Ratzinger, está relacionado con la misión de Santa Rosa de Lima, es decir, cumplir la voluntad de Dios, así esta no sea la que ella quería. “Ella deseaba ir, libre a través de las ataduras y de los límites (…), a través de las calles de todo el mundo y conducir a los hombres hacia el Salvador”.
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Santa Rosa de Lima tuvo diversos momentos en su vida dignos de admirar y recordar. Uno de ellos, por ejemplo, se dio cuando rezaba ante la Virgen María y le pareció escuchar al Niño Jesús decir: “Rosa, conságrame a mí todo tu amor”. Desde ese momento, su inclinación por orar y meditar se incrementó.
Otro suceso ocurrió cuando oraba de rodillas ante la Virgen para poder descubrir si debía ingresar a un convento o no. Sin embargo, al tratar de levantarse, no pudo y entendió el mensaje que María le quería transmitir. Es así como Rosa de Lima no fue una religiosa, sino que consagró su vida a Dios como laica.
Una antigua tradición explicaba que Santa Rosa de Lima era amiga de San Martín de Porres. La patrona de la Policía Nacional del Perú solía salir de su ermita e ir a la iglesia de la Virgen del Rosario para cuidar de las personas enfermas. Es allí donde habría conocido al tan querido “santo de la escoba”.
Seguramente uno de los recuerdos más conocidos de la primera santa de América son sus penitencias. Algunas de ellas estuvieron relacionadas con el ayuno continuo y el descanso en tablas. Al realizarlas, Rosa de Lima miraba el crucifijo y recordaba, por ejemplo, la sed de Jesús en la cruz, para tener valor y resistir, todo por amor a Dios.
La vida de Santa Rosa de Lima es considerada como un ejemplo a seguir, principalmente, porque tuvo muchas virtudes que puso en práctica con Dios y con sus semejantes. Precisamente, el Cardenal Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), durante su visita a nuestro país en 1986, resaltó tres puntos importantes sobre ella.
El primero es la oración, entendida “no como una recitación de fórmulas, sino como un dirigirse interiormente al Señor, como estar en su luz, como dejarse incendiar por su fuego santo”. La capacidad para comunicarse con Dios era parte de la vida misma de Rosa, pues ella lograba orar, incluso, cuando realizaba sus labores diarias.
En ese sentido, el ejemplo de Santa Rosa de Lima nos lleva a pensar que orar y alabar a Dios debe ser parte de nuestro día a día, pues solo mediante una constante comunicación con Él, podemos sentir su presencia, su bondad y su amor. Por ello, la oración no es sinónimo de repetición.
El cardenal también resalta otro punto muy importante de la patrona de las Américas: el amor a los pobres. “Puesto que ella ama a Cristo, al despreciado, el doliente, aquel que por nosotros se ha hecho pobre, ella también ama a todos los pobres que llegaron a ser sus hermanos más cercanos”.
Esta mística del sufrimiento que “Rosa” mostraba con los más desvalidos radica en la solidaridad con Cristo Jesús. Tal como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, el amor a los pobres se traduce en las obras de misericordia, aquellas acciones caritativas mediante las cuales socorremos al prójimo en sus necesidades espirituales y corporales.
Finalmente, el tercer punto clave que menciona el cardenal Ratzinger, está relacionado con la misión de Santa Rosa de Lima, es decir, cumplir la voluntad de Dios, así esta no sea la que ella quería. “Ella deseaba ir, libre a través de las ataduras y de los límites (…), a través de las calles de todo el mundo y conducir a los hombres hacia el Salvador”.
Explicación:
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