Por debajo de esta divinidad tutelar abstracta se ubicaban los dioses celestes, dentro de los cuales Inti, el Sol, era sin duda el más adorado.
Ello se debía a que el sol, un ente concreto, permitía el desarrollo de la agricultura y el crecimiento de los cultivos, razón por la cual los campesinos andinos rendían permanentemente su culto a Inti.
Por otra parte, la realeza incaica se consideraba descendiente directa del Sol.
En su honor se construyeron gran cantidad de santuarios y templos y se oficiaban los ceremoniales del Inti-raymi, en junio, y del Capac-raymi en diciembre.
Estas fiestas renovaban el vínculo entre los incas y el Sol, a través de ofrendas, cantos y plegarias.
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