El caballero vizcaíno desenfundó entonces su espada y desafió a Don Quijote a una batalla. Él arrojó al suelo su lanza y alzó al cielo su espada:
– Por mi amada Dulcinea del Toboso, que su honor quedará limpio tras esta batalla.
Y diciendo esto, ambos se enzarzaron en una batalla tal, que duró más de la cuenta. Todos observaban perplejos. A Don Quijote le hirieron en la oreja, pero aprovechó un descuido del vizcaíno para tirarle del caballo. Entonces él también se apeó de Rocinante y continuó la batalla a pie.
El uno y el otro recibieron buenos golpes. Estaba muy igualada la contienda. Pero en un golpe certero, Don Quijote consiguió darle un golpe en la cabeza al escudero, quien cayó al suelo sangrando.
El caballero andante aprovechó para sostener su espada entre los ojos y decirle muy serio:
– Jura aquí mismo que irás a rendir honor a Dulcinea del Toboso o caerás muerto.
Entonces, la dama que viajaba en el coche de caballos, salió corriendo en ayuda de su escudero:
– ¡Alto! ¡Parad la batalla!- gritó angustiada- Le ruego, valeroso caballero, que perdone la vida a mi escudero.
Don Quijote la miró conmovido y dijo:
– Lo haré si prometéis ir al Toboso para narrarle esta hazaña a Dulcinea.
La mujer, desesperada, respondió:
– Sí, haremos lo que nos pida.
Y así que resolvió esta increíble batalla, este duelo del que Sancho pensó que conseguiría como premio una ínsula:
– No, Sancho- dijo Don Quijote- Debes saber que muchas de nuestras aventuras serán como esta, de encrucijadas y ajustes de cuentas. Pero debes tener paciencia, porque ya llegará la aventura en la que puedas sacar de beneficio una ínsula para gobernar.
El caballero vizcaíno desenfundó entonces su espada y desafió a Don Quijote a una batalla. Él arrojó al suelo su lanza y alzó al cielo su espada:
– Por mi amada Dulcinea del Toboso, que su honor quedará limpio tras esta batalla.
Y diciendo esto, ambos se enzarzaron en una batalla tal, que duró más de la cuenta. Todos observaban perplejos. A Don Quijote le hirieron en la oreja, pero aprovechó un descuido del vizcaíno para tirarle del caballo. Entonces él también se apeó de Rocinante y continuó la batalla a pie.
El uno y el otro recibieron buenos golpes. Estaba muy igualada la contienda. Pero en un golpe certero, Don Quijote consiguió darle un golpe en la cabeza al escudero, quien cayó al suelo sangrando.
El caballero andante aprovechó para sostener su espada entre los ojos y decirle muy serio:
– Jura aquí mismo que irás a rendir honor a Dulcinea del Toboso o caerás muerto.
Entonces, la dama que viajaba en el coche de caballos, salió corriendo en ayuda de su escudero:
– ¡Alto! ¡Parad la batalla!- gritó angustiada- Le ruego, valeroso caballero, que perdone la vida a mi escudero.
Don Quijote la miró conmovido y dijo:
– Lo haré si prometéis ir al Toboso para narrarle esta hazaña a Dulcinea.
La mujer, desesperada, respondió:
– Sí, haremos lo que nos pida.
Y así que resolvió esta increíble batalla, este duelo del que Sancho pensó que conseguiría como premio una ínsula:
– No, Sancho- dijo Don Quijote- Debes saber que muchas de nuestras aventuras serán como esta, de encrucijadas y ajustes de cuentas. Pero debes tener paciencia, porque ya llegará la aventura en la que puedas sacar de beneficio una ínsula para gobernar.