El matrimonio, ya realidad sacramental en virtud de la misma creación, ha sido elevado por Jesucristo a sacramento de la nueva y eterna alianza. Como en las bodas de Caná el agua fue cambiada en vino, así el vínculo conyugal del hombre y de la mujer se ha convertido en una “comunión nueva de amor”, signo y participación de la comunión nupcial de Cristo con la Iglesia, para revelar e irradiar de forma visible y transparente en el mundo la unidad trinitaria de las personas divinas (cfr FC 19; Homilía en Río de Janeiro 4 octubre de 1997). El Señor Jesús, Esposo de la Iglesia, comunica a los cónyuges su Espíritu, su amor por la Iglesia, madurado hasta el sacrificio supremo de la cruz, de forma que su amor recíproco sea alimentado por su mismo amor nupcial, sea elevado a caridad conyugal y prefigure las bodas eternas del amor y de la alegría, cuando Dios será “todo en todos” (1Co 15, 28). “El Espíritu, que el Señor efunde, dona un corazón nuevo y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos ha amado” (FC 13), mejor aún capaces de amarse con el mismo amor de Cristo, del que participan realmente (Discurso 13 de septiembre de 1982), en cuanto “el auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo” (Concilio Vaticano II, GS 48). En la familia cristiana el sacramento de la nueva alianza lleva a cumplimiento el sacramento primordial de la creación; perfecciona la participación y la manifestación de la comunión trinitaria.
Respuesta:
El matrimonio, ya realidad sacramental en virtud de la misma creación, ha sido elevado por Jesucristo a sacramento de la nueva y eterna alianza. Como en las bodas de Caná el agua fue cambiada en vino, así el vínculo conyugal del hombre y de la mujer se ha convertido en una “comunión nueva de amor”, signo y participación de la comunión nupcial de Cristo con la Iglesia, para revelar e irradiar de forma visible y transparente en el mundo la unidad trinitaria de las personas divinas (cfr FC 19; Homilía en Río de Janeiro 4 octubre de 1997). El Señor Jesús, Esposo de la Iglesia, comunica a los cónyuges su Espíritu, su amor por la Iglesia, madurado hasta el sacrificio supremo de la cruz, de forma que su amor recíproco sea alimentado por su mismo amor nupcial, sea elevado a caridad conyugal y prefigure las bodas eternas del amor y de la alegría, cuando Dios será “todo en todos” (1Co 15, 28). “El Espíritu, que el Señor efunde, dona un corazón nuevo y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos ha amado” (FC 13), mejor aún capaces de amarse con el mismo amor de Cristo, del que participan realmente (Discurso 13 de septiembre de 1982), en cuanto “el auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo” (Concilio Vaticano II, GS 48). En la familia cristiana el sacramento de la nueva alianza lleva a cumplimiento el sacramento primordial de la creación; perfecciona la participación y la manifestación de la comunión trinitaria.
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