Era originario de Tarapacá, en la jurisdicción del Virreinato del Perú. Comenzó su carrera militar muy joven, en el ejército realista que fue derrotado en la batalla de Chacabuco. Llevado prisionero a Buenos Aires, obtuvo permiso para salir del país y pasó al Brasil, desde donde se encaminó de regreso al Perú. Reincorporado en el ejército español, al año siguiente de la proclamación de la independencia del Perú se plegó al ejército patriota. Contribuyó en la formación del cuerpo de caballería de la Legión Peruana, que luego se llamó los Húsares de Junín, y se destacó en la batalla de Ayacucho, en 1824. Siguió luego una ascendente carrera militar y política, participando en las guerras y revoluciones de la naciente República Peruana, y ocupando los más altos puestos públicos en los gobiernos de Agustín Gamarra y Luis José de Orbegoso. En 1836, poco antes del establecimiento de la Confederación Perú Boliviana, pasó a Chile, desde donde volvió con las expediciones restauradores que pusieron fin a dicho proyecto político. Sirvió como ministro de guerra del segundo gobierno de Gamarra, a quien acompañó en la campaña a Bolivia, hasta su fin en la batalla de Ingavi en 1841. Tomado prisionero por los bolivianos, fue liberado al firmarse la paz en 1842, regresando a su país, convulsionado entonces por la anarquía militar. Se propuso entonces restablecer el imperio de la Constitución y a las autoridades legítimas, encabezando una revolución constitucionalista contra el gobierno de facto de Manuel Ignacio de Vivanco, que triunfó finalmente en la batalla de Carmen Alto, en 1844. Tras el gobierno interino de Manuel Menéndez asumió la presidencia constitucional de la República en 1845, hasta 1851, seis años en total, en los cuales organizó al país y realizó muchas obras en todos los campos, con el respaldo de las rentas producidas por la riqueza guanera. El Perú entró entonces en una etapa de paz y progreso interno, así como de poderío y prestigio internacional. Esta política no fue seguida por su sucesor, el general Echenique, bajo cuyo gobierno estalló el escándalo de la consolidación de la deuda interna, lo que obligó a Castilla a encabezar la llamada Revolución Liberal de 1854, en el transcurso de la cual decretó la abolición del tributo indígena estando en Ayacucho (5 de julio de 1854), y la libertad de los esclavos negros estando en Huancayo (5 de diciembre del mismo año). Triunfó finalmente en la batalla de La Palma, el 5 de enero de 1855. Asumió entonces como Presidente Provisorio, apoyado por los liberales. Convocó a un Congreso Constituyente, que proclamó la Constitución liberal de 1856, lo que ocasionó la revolución conservadora de Vivanco, que derivó en la sangrienta Guerra Civil de 1856 a 1858. Al finalizar este conflicto, Ramón Castilla se apartó de los liberales y convocó a un Congreso que lo ratificó como Presidente Constitucional, el 24 de octubre de 1858, para un período de cuatro años. Dicho congreso fue relevado de sus funciones, instalándose otro en 1860 de carácter constituyente, que ese mismo año discutió y promulgó una nueva Constitución, de carácter moderado, que vendría a ser la Carta Política de mayor vigencia en la historia del Perú, ya que rigió hasta 1920. Al igual que en su primer gobierno, en este segundo Castilla hizo una buena labor, modernizando al país y estableciendo la supremacía del Perú en el continente, defendiendo su integridad territorial durante el conflicto con el Ecuador de 1859 a 1860. Fue también la época del boom del guano, que se convirtió en la principal fuente de recursos del Estado. Tras terminar su gobierno, ejerció interinamente el poder por unos días, en abril de 1863. Fue elegido senador por Tarapacá y presidente del Senado en 1864, y ante el conflicto con España, criticó el Tratado Vivanco-Pareja, por lo que fue desterrado en 1865 a Gibraltar por el gobierno de Juan Antonio Pezet. Vuelto a Lima en 1866, se radicó en Tarapacá, donde encabezó una revolución contra el presidente Mariano Ignacio Prado en defensa de la Constitución de 1860, pero falleció en el valle de Tiliviche en 1867 a los 69 años de edad. «Redentor del indio, libertador del negro, fundador de la libertad de prensa, demoledor del cadalso político», así evocó el diario El Comercio la memoria de Castilla.3
Era originario de Tarapacá, en la jurisdicción del Virreinato del Perú. Comenzó su carrera militar muy joven, en el ejército realista que fue derrotado en la batalla de Chacabuco. Llevado prisionero a Buenos Aires, obtuvo permiso para salir del país y pasó al Brasil, desde donde se encaminó de regreso al Perú. Reincorporado en el ejército español, al año siguiente de la proclamación de la independencia del Perú se plegó al ejército patriota. Contribuyó en la formación del cuerpo de caballería de la Legión Peruana, que luego se llamó los Húsares de Junín, y se destacó en la batalla de Ayacucho, en 1824. Siguió luego una ascendente carrera militar y política, participando en las guerras y revoluciones de la naciente República Peruana, y ocupando los más altos puestos públicos en los gobiernos de Agustín Gamarra y Luis José de Orbegoso. En 1836, poco antes del establecimiento de la Confederación Perú Boliviana, pasó a Chile, desde donde volvió con las expediciones restauradores que pusieron fin a dicho proyecto político. Sirvió como ministro de guerra del segundo gobierno de Gamarra, a quien acompañó en la campaña a Bolivia, hasta su fin en la batalla de Ingavi en 1841. Tomado prisionero por los bolivianos, fue liberado al firmarse la paz en 1842, regresando a su país, convulsionado entonces por la anarquía militar. Se propuso entonces restablecer el imperio de la Constitución y a las autoridades legítimas, encabezando una revolución constitucionalista contra el gobierno de facto de Manuel Ignacio de Vivanco, que triunfó finalmente en la batalla de Carmen Alto, en 1844. Tras el gobierno interino de Manuel Menéndez asumió la presidencia constitucional de la República en 1845, hasta 1851, seis años en total, en los cuales organizó al país y realizó muchas obras en todos los campos, con el respaldo de las rentas producidas por la riqueza guanera. El Perú entró entonces en una etapa de paz y progreso interno, así como de poderío y prestigio internacional. Esta política no fue seguida por su sucesor, el general Echenique, bajo cuyo gobierno estalló el escándalo de la consolidación de la deuda interna, lo que obligó a Castilla a encabezar la llamada Revolución Liberal de 1854, en el transcurso de la cual decretó la abolición del tributo indígena estando en Ayacucho (5 de julio de 1854), y la libertad de los esclavos negros estando en Huancayo (5 de diciembre del mismo año). Triunfó finalmente en la batalla de La Palma, el 5 de enero de 1855. Asumió entonces como Presidente Provisorio, apoyado por los liberales. Convocó a un Congreso Constituyente, que proclamó la Constitución liberal de 1856, lo que ocasionó la revolución conservadora de Vivanco, que derivó en la sangrienta Guerra Civil de 1856 a 1858. Al finalizar este conflicto, Ramón Castilla se apartó de los liberales y convocó a un Congreso que lo ratificó como Presidente Constitucional, el 24 de octubre de 1858, para un período de cuatro años. Dicho congreso fue relevado de sus funciones, instalándose otro en 1860 de carácter constituyente, que ese mismo año discutió y promulgó una nueva Constitución, de carácter moderado, que vendría a ser la Carta Política de mayor vigencia en la historia del Perú, ya que rigió hasta 1920. Al igual que en su primer gobierno, en este segundo Castilla hizo una buena labor, modernizando al país y estableciendo la supremacía del Perú en el continente, defendiendo su integridad territorial durante el conflicto con el Ecuador de 1859 a 1860. Fue también la época del boom del guano, que se convirtió en la principal fuente de recursos del Estado. Tras terminar su gobierno, ejerció interinamente el poder por unos días, en abril de 1863. Fue elegido senador por Tarapacá y presidente del Senado en 1864, y ante el conflicto con España, criticó el Tratado Vivanco-Pareja, por lo que fue desterrado en 1865 a Gibraltar por el gobierno de Juan Antonio Pezet. Vuelto a Lima en 1866, se radicó en Tarapacá, donde encabezó una revolución contra el presidente Mariano Ignacio Prado en defensa de la Constitución de 1860, pero falleció en el valle de Tiliviche en 1867 a los 69 años de edad. «Redentor del indio, libertador del negro, fundador de la libertad de prensa, demoledor del cadalso político», así evocó el diario El Comercio la memoria de Castilla.3