1. La empresa no necesita acreditar nada, el consumidor todo El problema es que, del otro lado del mostrador, nos atiende cualquiera persona , no nos entregan a nosotros ninguna documentación por los trámites que hacemos, y en el remoto caso en que nos la entregan, no tiene firma de ningún tipo .
2. El vendedor elije todo, el consumidor solo puede decir «si»
Si bien hoy en día se habla mucho de «customizar» la atención, y lograr darle al consumidor exactamente lo que necesita, esto es solo para algunos productos o servicios y en algunos de los puntos que lo alcanzan: usualmente los que se le muestran al consumidor (todas esas otras cosas inútiles, como donde se podrá exigir el service, como funciona, si hay devoluciones, cuanto tardan en atender los reclamos, o esas dudas técnicas «raras», justo son olvidadas en las publicidades). Aun cuando es común que se nos hable constantemente de que el mercado es «libre», esto no es así en muchísimos casos. El más patente es el de los servicios públicos que son monopólicos (el estado permite un solo proveedor del servicio para una zona, hay cero posibilidad de elegir). En estos casos, encima, el contrato es pautado entre el proveedor y el estado, el consumidor solo puede firmar. Además de estos casos en donde la libertad es un mito, hay infinidad de otras situaciones en donde en realidad no podemos elegir, mientras que el proveedor lo hace constantemente. Un caso histórico es el de los bancos: si bien los bancos constantemente venden nuestras deudas por muchísimos mecanismos, nosotros estamos atados al banco que firmamos, no podemos elegir. Esta misma situación se da con muchísimos servicios en donde los consumidores firman con una determinada empresa, para enterarse luego que esta se «vendió» a otra, y que justamente nuestra relación, fue parte de la venta.
3. Las empresas pueden cambiar los contratos, los consumidores solo pueden mirar
Esta es una de las situaciones más urticantes, injustas y naturalizadas de las relaciones de consumo: los proveedores modifican los contratos casi sin límites, mientras que los consumidores deben cumplir a rajatabla lo acordado (o lo que el proveedor ahora diga). Este tipo de «libertad» de la parte fuerte, se justifica de mil maneras (un mundo vertiginoso, la necesidad de actualizarse, y mil cosas más), pero dejando de lado estas explicaciones que tanto favorecen a un sólo lado, el consumidor no tiene esta posibilidad. En el mejor de los casos, se le da la grata opción de solicitar la baja del contrato, sabiendo que esto en sí mismo (por todo lo que estamos charlando en esta misma columna) será un calvario en sí mismo, y por lo tanto una opción totalmente relativa. Estos cambios además, no van a cosas menores, alcanzan casi cualquier aspecto del contrato, desde el precio (lo que todos conocemos), hasta la forma del servicio, sus componentes, condiciones de atención etc. Si bien la ley intenta limitar un poco (por ejemplo prohibiendo que se incluyan servicios no solicitados en estas modificaciones) esta libertad que las empresas consiguieron a la fuerza (porque primero lo hicieron y luego el estado lo justificó), no tiene en la práctica mucho freno, y nunca jamás implica darle también este derecho al consumidor, situación que sería incluso considerada «desmedida» o «una locura». En pocas palabras, lo que para el fuerte es «libertad» y «una necesidad del mundo moderno», para el débil sería «una locura».
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1. La empresa no necesita acreditar nada, el consumidor todo El problema es que, del otro lado del mostrador, nos atiende cualquiera persona , no nos entregan a nosotros ninguna documentación por los trámites que hacemos, y en el remoto caso en que nos la entregan, no tiene firma de ningún tipo .
2. El vendedor elije todo, el consumidor solo puede decir «si»
Si bien hoy en día se habla mucho de «customizar» la atención, y lograr darle al consumidor exactamente lo que necesita, esto es solo para algunos productos o servicios y en algunos de los puntos que lo alcanzan: usualmente los que se le muestran al consumidor (todas esas otras cosas inútiles, como donde se podrá exigir el service, como funciona, si hay devoluciones, cuanto tardan en atender los reclamos, o esas dudas técnicas «raras», justo son olvidadas en las publicidades). Aun cuando es común que se nos hable constantemente de que el mercado es «libre», esto no es así en muchísimos casos. El más patente es el de los servicios públicos que son monopólicos (el estado permite un solo proveedor del servicio para una zona, hay cero posibilidad de elegir). En estos casos, encima, el contrato es pautado entre el proveedor y el estado, el consumidor solo puede firmar. Además de estos casos en donde la libertad es un mito, hay infinidad de otras situaciones en donde en realidad no podemos elegir, mientras que el proveedor lo hace constantemente. Un caso histórico es el de los bancos: si bien los bancos constantemente venden nuestras deudas por muchísimos mecanismos, nosotros estamos atados al banco que firmamos, no podemos elegir. Esta misma situación se da con muchísimos servicios en donde los consumidores firman con una determinada empresa, para enterarse luego que esta se «vendió» a otra, y que justamente nuestra relación, fue parte de la venta.
3. Las empresas pueden cambiar los contratos, los consumidores solo pueden mirar
Esta es una de las situaciones más urticantes, injustas y naturalizadas de las relaciones de consumo: los proveedores modifican los contratos casi sin límites, mientras que los consumidores deben cumplir a rajatabla lo acordado (o lo que el proveedor ahora diga). Este tipo de «libertad» de la parte fuerte, se justifica de mil maneras (un mundo vertiginoso, la necesidad de actualizarse, y mil cosas más), pero dejando de lado estas explicaciones que tanto favorecen a un sólo lado, el consumidor no tiene esta posibilidad. En el mejor de los casos, se le da la grata opción de solicitar la baja del contrato, sabiendo que esto en sí mismo (por todo lo que estamos charlando en esta misma columna) será un calvario en sí mismo, y por lo tanto una opción totalmente relativa. Estos cambios además, no van a cosas menores, alcanzan casi cualquier aspecto del contrato, desde el precio (lo que todos conocemos), hasta la forma del servicio, sus componentes, condiciones de atención etc. Si bien la ley intenta limitar un poco (por ejemplo prohibiendo que se incluyan servicios no solicitados en estas modificaciones) esta libertad que las empresas consiguieron a la fuerza (porque primero lo hicieron y luego el estado lo justificó), no tiene en la práctica mucho freno, y nunca jamás implica darle también este derecho al consumidor, situación que sería incluso considerada «desmedida» o «una locura». En pocas palabras, lo que para el fuerte es «libertad» y «una necesidad del mundo moderno», para el débil sería «una locura».
Explicación:
perdon no tuve tiempo de resumir