El fin se acerca, y no encuentro consuelo a cada paso me acerco más
El tiempo ha cobrado su cuota inerme dejando claro su poderío ante mí.
Mi vida fue un fracaso simple y trágico No logré más a causa del miedo
Pero el miedo no fue a los demás ni al mundo Fue un temor a mí mismo
Y que jamás logre entender Hasta llegado el día final.
otro:
Marineros, ¿por qué le dais a la tierra lo que no es suyo y se lo quitáis al mar? ¿Por qué le habéis enterrado, marineros, si era un soldado del mar? Su frente encendida, un faro; ojos azules, carne de iodo y de sal. Murió allá arriba, en el puente, en su trinchera, como un soldado del mar; con la rosa de los vientos en la mano deshojando la estrella de navegar.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros? ¡Y en una tierra sin conchas! ¡¡En la playa negra!! ... Allá, en la ribera siniestra del otro mar; ¡Nueva York! —piedra, cemento y hierro en tempestad—. Donde el ojo ciclópeo del gran faro que busca a los ahogados no puede llegar; donde se acaban las torres y los puentes; donde no se ve ya la espuma altiva de los rascacielos; en los escombros de las calles sórdidas que rompen en el último arrabal; donde se vuelve la culebra sombría de los elevados a meterse otra vez en la ciudad...
Allí, la arcilla opaca de los cementerios, marineros, allí habéis enterrado al capitán.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros, por qué le habéis enterrado, si murió como el mejor capitán, y su alma —viento, espuma y cabrilleo— está ahí, entre la noche y el mar...?
El fin se acerca, y no encuentro consuelo
a cada paso me acerco más
El tiempo ha cobrado su cuota inerme
dejando claro su poderío ante mí.
Mi vida fue un fracaso simple y trágico
No logré más a causa del miedo
Pero el miedo no fue a los demás ni al mundo
Fue un temor a mí mismo
Y que jamás logre entender
Hasta llegado el día final.
otro:
Marineros,
¿por qué le dais a la tierra lo que no es suyo
y se lo quitáis al mar?
¿Por qué le habéis enterrado, marineros,
si era un soldado del mar?
Su frente encendida, un faro;
ojos azules, carne de iodo y de sal.
Murió allá arriba, en el puente,
en su trinchera, como un soldado del mar;
con la rosa de los vientos en la mano
deshojando la estrella de navegar.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros?
Allí, la arcilla opaca de los cementerios, marineros,¡Y en una tierra sin conchas! ¡¡En la playa negra!! ... Allá,
en la ribera siniestra
del otro mar;
¡Nueva York!
—piedra, cemento y hierro en tempestad—.
Donde el ojo ciclópeo del gran faro
que busca a los ahogados no puede llegar;
donde se acaban las torres y los puentes;
donde no se ve ya
la espuma altiva de los rascacielos;
en los escombros de las calles sórdidas
que rompen en el último arrabal;
donde se vuelve la culebra sombría de los elevados
a meterse otra vez en la ciudad...
allí habéis enterrado al capitán.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros,
por qué le habéis enterrado,
si murió como el mejor capitán,
y su alma —viento, espuma y cabrilleo—
está ahí, entre la noche y el mar...?