2. ¿De qué forma afecta en tu convivencia diaria que no se cumplan tus derechos?
Explicación:
a semana pasada celebrábamos el septuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todavía resuena en nuestros oídos el primero de sus artículos, “todos los seres humanos nacen iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Esta Declaración, proclamada tras los horrores vividos en la segunda guerra mundial y con el claro deseo de no volver a repetir este tipo de acontecimientos, se ha convertido en un referente inexcusable de lo que quiere y debe ser la convivencia positiva. En efecto, tras afirmar la igualdad radical de todos los hombres y mujeres en dignidad y derechos, pone de manifiesto el criterio desde el que construir la relación entre todos y todas, el comportamiento fraternal desde el respeto a la dignidad y valor de todas las personas.
Ya Martin Luther King nos recordaba hace tiempo que los seres humanos “hemos aprendido a nadar como los peces y a volar como los pájaros, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Y es que, como señala P. Rosado, hemos desarrollado y concretado dos de los ideales ilustrados de la revolución francesa, la libertad y la igualdad, pero sigue siendo una asignatura pendiente el desarrollo de la fraternidad a nivel individual, social, económico y político. Todavía es necesario que aprendamos a comportarnos fraternalmente como hermanos.
Reconocer la igualdad de todas las personas supone aceptar el valor que caracteriza a cada una de ellas por el hecho de serlo, con independencia de sus condiciones personales o sociales. Toda persona tiene un valor, y este valor es la base que fundamenta su dignidad. Nadie puede utilizarla, manejarla, aprovecharse de ella para sus propios fines, explotarla o abusar de ella. Como nos decía Kant, toda persona es un fin en sí misma, no es un medio que pueda utilizar para mis propios intereses o para conseguir mis objetivos. Por el contrario, por el valor y dignidad que caracteriza a toda persona, debo respetarla y aceptarla como tal.
El respeto, valor y virtud característicos de toda convivencia positiva se deriva directamente de la dignidad de la persona, es la forma de llevar a la práctica la consideración de la dignidad humana. La violencia de todo tipo es la forma de imponer mis deseos y mis fines por encima de la voluntad de otras personas, supone desechar la dignidad, considerar a la persona como medio y no como fin y, por ello, renunciar al deseo de vivir fraternalmente con todas las personas.
Puede parecer larga esta reflexión sobre el artículo 1º de la Declaración, pero me parece absolutamente necesaria e imprescindible. Sin duda, hay motivos para celebrar estos 70 años y los avances que han tenido lugar. Pero no podemos olvidar cómo los Derechos Humanos siguen siendo pisoteados y no reconocidos por muchas personas, instituciones y estados. El desprecio al que es diferente y distinto se está convirtiendo en una forma de relación demasiado habitual en nuestra sociedad. Asistimos impasibles a múltiples violaciones de los Derechos Humanos, puestas de manifiesto desde la negación del derecho al trabajo o a la vivienda hasta el rechazo de las personas que solicitan asilo, pasando por la indiferencia ante las muertes en el Mediterráneo de personas que aspiran a una vida mejor, alejada de la pobreza o la violencia. La preocupación por el desarrollo de los Derechos Humanos se ve acrecentada ante el auge de posiciones de extrema derecha, que estigmatizan a la emigración como causa de todos nuestros males y piden medidas de expulsión o control de todas estas personas, o que refuerzan posiciones de desprecio y superioridad hacia las mujeres, concretadas en la negación o minusvaloración de la violencia de género.
Por todo esto es muy importante seguir trabajando en los centros educativos los Derechos Humanos, convertirlos en uno de los ejes transversales de toda la enseñanza y de la organización de los centros y vincularlos directamente con el trabajo y promoción de la convivencia positiva. Desde hace muchos años diversos informes nacionales e internacionales ha puesto de manifiesto cómo la enseñanza sistemática y planificada de los Derechos Humanos está fuera de nuestros planes de estudio, de manera que sólo la buena voluntad o el mayor interés de determinados profesores y profesoras hacen que sean trabajados y conocidos por parte del alumnado en las etapas de la enseñanza obligatoria.
Respuesta:
2. ¿De qué forma afecta en tu convivencia diaria que no se cumplan tus derechos?
Explicación:
a semana pasada celebrábamos el septuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todavía resuena en nuestros oídos el primero de sus artículos, “todos los seres humanos nacen iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Esta Declaración, proclamada tras los horrores vividos en la segunda guerra mundial y con el claro deseo de no volver a repetir este tipo de acontecimientos, se ha convertido en un referente inexcusable de lo que quiere y debe ser la convivencia positiva. En efecto, tras afirmar la igualdad radical de todos los hombres y mujeres en dignidad y derechos, pone de manifiesto el criterio desde el que construir la relación entre todos y todas, el comportamiento fraternal desde el respeto a la dignidad y valor de todas las personas.
Ya Martin Luther King nos recordaba hace tiempo que los seres humanos “hemos aprendido a nadar como los peces y a volar como los pájaros, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Y es que, como señala P. Rosado, hemos desarrollado y concretado dos de los ideales ilustrados de la revolución francesa, la libertad y la igualdad, pero sigue siendo una asignatura pendiente el desarrollo de la fraternidad a nivel individual, social, económico y político. Todavía es necesario que aprendamos a comportarnos fraternalmente como hermanos.
Reconocer la igualdad de todas las personas supone aceptar el valor que caracteriza a cada una de ellas por el hecho de serlo, con independencia de sus condiciones personales o sociales. Toda persona tiene un valor, y este valor es la base que fundamenta su dignidad. Nadie puede utilizarla, manejarla, aprovecharse de ella para sus propios fines, explotarla o abusar de ella. Como nos decía Kant, toda persona es un fin en sí misma, no es un medio que pueda utilizar para mis propios intereses o para conseguir mis objetivos. Por el contrario, por el valor y dignidad que caracteriza a toda persona, debo respetarla y aceptarla como tal.
El respeto, valor y virtud característicos de toda convivencia positiva se deriva directamente de la dignidad de la persona, es la forma de llevar a la práctica la consideración de la dignidad humana. La violencia de todo tipo es la forma de imponer mis deseos y mis fines por encima de la voluntad de otras personas, supone desechar la dignidad, considerar a la persona como medio y no como fin y, por ello, renunciar al deseo de vivir fraternalmente con todas las personas.
Puede parecer larga esta reflexión sobre el artículo 1º de la Declaración, pero me parece absolutamente necesaria e imprescindible. Sin duda, hay motivos para celebrar estos 70 años y los avances que han tenido lugar. Pero no podemos olvidar cómo los Derechos Humanos siguen siendo pisoteados y no reconocidos por muchas personas, instituciones y estados. El desprecio al que es diferente y distinto se está convirtiendo en una forma de relación demasiado habitual en nuestra sociedad. Asistimos impasibles a múltiples violaciones de los Derechos Humanos, puestas de manifiesto desde la negación del derecho al trabajo o a la vivienda hasta el rechazo de las personas que solicitan asilo, pasando por la indiferencia ante las muertes en el Mediterráneo de personas que aspiran a una vida mejor, alejada de la pobreza o la violencia. La preocupación por el desarrollo de los Derechos Humanos se ve acrecentada ante el auge de posiciones de extrema derecha, que estigmatizan a la emigración como causa de todos nuestros males y piden medidas de expulsión o control de todas estas personas, o que refuerzan posiciones de desprecio y superioridad hacia las mujeres, concretadas en la negación o minusvaloración de la violencia de género.
Por todo esto es muy importante seguir trabajando en los centros educativos los Derechos Humanos, convertirlos en uno de los ejes transversales de toda la enseñanza y de la organización de los centros y vincularlos directamente con el trabajo y promoción de la convivencia positiva. Desde hace muchos años diversos informes nacionales e internacionales ha puesto de manifiesto cómo la enseñanza sistemática y planificada de los Derechos Humanos está fuera de nuestros planes de estudio, de manera que sólo la buena voluntad o el mayor interés de determinados profesores y profesoras hacen que sean trabajados y conocidos por parte del alumnado en las etapas de la enseñanza obligatoria.
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