Las alarmas empezaron a sonar en la nave espacial Columbus 3000. ¡Un astronauta se había soltado del cordón de seguridad y vagaba sin control por el espacio!
Los propulsores no funcionaban y el astronauta no podía hacer nada. Le quedaba oxígeno para unas pocas horas.
Desde la cubierta de mando de la nave, los otros astronautas enviaban mensajes de apoyo a su compañero.
—Buscaremos la manera de rescatarte —le decían . ¡Aguanta! Y respira despacio para que te dure más el oxígeno.
En un primer momento, el astronauta perdido se puso nervioso. El rescate era muy difícil y cada vez estaba más lejos de la nave.
Pero sus compañeros tenían razón. No había nada que él pudiera hacer, salvo una cosa: mantener la calma y tener fe en que sus compañeros harían todo lo que estuviera en sus manos para rescatarlo.
El astronauta empezó a respirar despacio, muy despacio, recordando sus ejercicios de meditación. Tenía miedo, pero eso era normal. ¿Quién no tendría miedo en una situación así? Así que, en vez de intentar olvidarlo pensando en otra cosa, el astronauta se concentró en esa emoción, en cómo le afectaba. Y todo eso, respirando muy despacio, abrazando su propio miedo con mucho cariño, aceptándolo, porque ese miedo formaba parte de él.
Al cabo de un rato, el astronauta sintió cómo el miedo se iba disipando cada vez que expulsaba el aire. Estaba mucho más tranquilo y en paz consigo mismo.
Abrió los ojos y admiró del gran espectáculo que tenía ante sus ojos. Si tenía que acabar así, al menos lo haría disfrutando de aquella vista irrepetible.
Mientras tanto, sus compañeros se afanaban en terminar de reparar la cápsula de rescate. Precisamente es lo que estaba haciendo el astronauta que ahora vagaba sin rumbo en el vacío.
A pesar de la presión por rescatar a uno de los suyos, todos trabajaban completamente centrados en lo que estaban haciendo. Era una situación delicada y no había tiempo para nervios ni agobios; ni tampoco para reproches o cualquier otra cosa que no fuera centrarse en lo que había que hacer.
Rescate interestelarMientras tanto, el astronauta seguía flotando sin ningún control. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando un pitido le avisó de que apenas le quedaba oxígeno. Pero el astronauta no se asustó, sino que siguió contemplando las maravillas del universo que tenía a su disposición.
Solo le quedaba un minuto de oxígeno cuando un gancho gigante lo agarró por la cintura y tiró de él hacia atrás.
—Gracias, compañeros —dijo el astronauta cuando por fin pudo quitarse el traje.
Y así fue como la templanza, la paciencia y la confianza mostrada por los astronautas fue decisiva para resolver un problema con difícil solución.
Respuesta:
Las alarmas empezaron a sonar en la nave espacial Columbus 3000. ¡Un astronauta se había soltado del cordón de seguridad y vagaba sin control por el espacio!
Los propulsores no funcionaban y el astronauta no podía hacer nada. Le quedaba oxígeno para unas pocas horas.
Desde la cubierta de mando de la nave, los otros astronautas enviaban mensajes de apoyo a su compañero.
—Buscaremos la manera de rescatarte —le decían . ¡Aguanta! Y respira despacio para que te dure más el oxígeno.
En un primer momento, el astronauta perdido se puso nervioso. El rescate era muy difícil y cada vez estaba más lejos de la nave.
Pero sus compañeros tenían razón. No había nada que él pudiera hacer, salvo una cosa: mantener la calma y tener fe en que sus compañeros harían todo lo que estuviera en sus manos para rescatarlo.
El astronauta empezó a respirar despacio, muy despacio, recordando sus ejercicios de meditación. Tenía miedo, pero eso era normal. ¿Quién no tendría miedo en una situación así? Así que, en vez de intentar olvidarlo pensando en otra cosa, el astronauta se concentró en esa emoción, en cómo le afectaba. Y todo eso, respirando muy despacio, abrazando su propio miedo con mucho cariño, aceptándolo, porque ese miedo formaba parte de él.
Al cabo de un rato, el astronauta sintió cómo el miedo se iba disipando cada vez que expulsaba el aire. Estaba mucho más tranquilo y en paz consigo mismo.
Abrió los ojos y admiró del gran espectáculo que tenía ante sus ojos. Si tenía que acabar así, al menos lo haría disfrutando de aquella vista irrepetible.
Mientras tanto, sus compañeros se afanaban en terminar de reparar la cápsula de rescate. Precisamente es lo que estaba haciendo el astronauta que ahora vagaba sin rumbo en el vacío.
A pesar de la presión por rescatar a uno de los suyos, todos trabajaban completamente centrados en lo que estaban haciendo. Era una situación delicada y no había tiempo para nervios ni agobios; ni tampoco para reproches o cualquier otra cosa que no fuera centrarse en lo que había que hacer.
Rescate interestelarMientras tanto, el astronauta seguía flotando sin ningún control. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando un pitido le avisó de que apenas le quedaba oxígeno. Pero el astronauta no se asustó, sino que siguió contemplando las maravillas del universo que tenía a su disposición.
Solo le quedaba un minuto de oxígeno cuando un gancho gigante lo agarró por la cintura y tiró de él hacia atrás.
—Gracias, compañeros —dijo el astronauta cuando por fin pudo quitarse el traje.
Y así fue como la templanza, la paciencia y la confianza mostrada por los astronautas fue decisiva para resolver un problema con difícil solución.
Explicación:
espero te sirva
me das coronita porfis