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Las conchas, probablemente como ningún otro producto de la naturaleza, han desempeñado un importante papel en la historia de la humanidad, unas veces como símbolo en el que se encarnaban creencias míticas y religiosas, otras como valioso objeto de comercio o como material para fabricar toda clase de adornos, instrumentos musicales o simples enseres domésticos; y la mayoría de las veces como fuente de inspiración estética para crear obras artísticas y arquitectónicas de singular belleza. Hasta donde los hallazgos arqueológicos y antropológicos permiten saber, las conchas constituyeron un símbolo sexual como encarnación de lo femenino, formaban la parte central de las ceremonias religiosas y su poder se prolongaba más allá de la muerte. El significado de las conchas como símbolo religioso en las épocas prehistóricas del hombre pasó a incorporarse, aunque con otras características, a civilizaciones como las mesopotámicas, la griega y la romana o la hindú. Así, en el sur de Babilonia, en la tumba de Shub-ad (una soberana que reinó en Ur hacia el 2500 a.C), los arqueólogos encontraron un conjunto de conchas del géneroCardium, que posiblemente constituyeron una ofrenda. En las mitologías clásicas europeas se cuenta, por ejemplo, cómo Afrodita o Venus, diosa del amor y la belleza, nació del mar y una concha. En la civilización hindú, las conchas levógiras son consideradas un poderoso símbolo y a Vishnú, dios protector de la vida, se le representa asiendo con uno de sus cuatro brazos una de tales conchas. Las civilizaciones precortesianas de Iberoamérica emplearon también con profusión cierto tipo de conchas en sus ceremonias religiosas. Se decía que Quetzalcóatl emergió de la concha de un gasterópodo. La mayoría de los templos dedicados a este dios estaban ricamente decorados con conchas y es frecuente su representación sentado en un pedestal con forma de ellas, como sucede en el templo que le fue dedicado en Teotihuacan, México. No obstante, el referente americano más antiguo es el Spondylus princeps (Fig. 1), original de las antiguas sociedades agro-alfareras aldeanas de Valdivia, en la costa de Ecuador, quienes desarrollaron un rito propiciatorio de lluvias en el que se utilizó esta concha. El culto se llevó hacia el sur andino ecuatoriano y de allí a los Andes del norte de Perú, donde se convirtió en la insignia de un culto de lluvia, agua y fertilidad. Esta concha espinosa de valvas encarnadas fue valorada como un emblema sagrado, pero también como materia prima para joyería y como dinero primitivo.