Fran desde hace rato no se siente especialmente bien. Está desanimado y sin energías. Ya no ha querido levantarse de su cama si no es para ir a comer y no todo el tiempo come. Duerme más de la cuenta y despierta sin sentido, sin propósito alguno. Sin rumbo, fijo o no. Ya no hay nada que le saque una sonrisa, ni nada que lo haga sentir dicha, o alegría, o emoción de algún tipo. Fran desde hace rato no se siente especialmente bien y desde hace rato que ha dejado de sentir. Desde hace rato que se siente vacío.
Un día, Fran decide salir de su cama. Hay alguna pequeña fuerza extraña que ese día actúa sobre él, poniéndole los pies dentro de sus tenis desgastados, empujando sus brazos dentro de su suéter favorito color negro desteñido y sus piernas dentro de un pantalón, el primero que encuentra en el clóset. Su madre le pregunta si quiere desayunar pero él sólo tiene algo en mente, algo que todavía ni entiende bien de que se trata pero es algo que sigue empujándolo fuera de sí, fuera de su casa hacía no-sabe-donde. Así que le contesta que no a su madre y arrastra los pies hacia la puerta.
Afuera el sol pega con rudeza en los cuerpos de las demás personas, haciendo relucir la piel como si fuese un objeto brillante. Las nubes se han escondido, casi como si nunca hubiesen existido y hace un día despejado y hermoso. Muy hermoso. Una suave brisa le acaricia el rostro a Fran y, por primera vez en semanas, este hace una mueca parecida una sonrisa, sintiendo un calor recorriéndole todo el cuerpo. Se pone en marcha y camina por el prado que rodea su vecindario muy lento, disfrutando del sonido de sus tenis rozando la grama. Fran no entiende el sentido de este paseo, pero agradece a lo que sea que sea esa pequeña fuerza extraña que ese día actúo sobre él para que se levantase de su cama, porque ahora ha podido respirar el aire puro de la mañana y ha podido mirar al cielo y sentir como sus ojos se ciegan momentáneamente con la luz de un sol que brilla con mucha intensidad.
Fran se detiene por un instante y se vuelve. Observa cómo su casa va quedando lejos de él. Ha caminado mucho más de lo que creía que había hecho. Ahora está algo lejos. Lejos de su cama, que lo asfixia todas las noches y a la vez lo cobija cual niño, protegiéndolo de la oscuridad. De la habitación y de sus propios pensamientos. Ahora está algo lejos de su neutralidad. Lejos de un vacío que le causa dolor en el estómago. Lejos de lo que sea que está en esa casa y ya no lo deja sentirse especialmente bien.
Ahora está lejos y ahí, afuera, en ese prado de un color verde demasiado brillante, con un cielo azul demasiado intenso encima de él, siente como si la han devuelto un poquito de vida. Fran ahora sonríe ampliamente y pone sus pies en marcha, corriendo lo más rápido que puede con la sonrisa estampada en el rostro y con el deseo de irse lejos. Aún más lejos de ahí...
Fran en el prado
Fran desde hace rato no se siente especialmente bien. Está desanimado y sin energías. Ya no ha querido levantarse de su cama si no es para ir a comer y no todo el tiempo come. Duerme más de la cuenta y despierta sin sentido, sin propósito alguno. Sin rumbo, fijo o no. Ya no hay nada que le saque una sonrisa, ni nada que lo haga sentir dicha, o alegría, o emoción de algún tipo. Fran desde hace rato no se siente especialmente bien y desde hace rato que ha dejado de sentir. Desde hace rato que se siente vacío.
Un día, Fran decide salir de su cama. Hay alguna pequeña fuerza extraña que ese día actúa sobre él, poniéndole los pies dentro de sus tenis desgastados, empujando sus brazos dentro de su suéter favorito color negro desteñido y sus piernas dentro de un pantalón, el primero que encuentra en el clóset. Su madre le pregunta si quiere desayunar pero él sólo tiene algo en mente, algo que todavía ni entiende bien de que se trata pero es algo que sigue empujándolo fuera de sí, fuera de su casa hacía no-sabe-donde. Así que le contesta que no a su madre y arrastra los pies hacia la puerta.
Afuera el sol pega con rudeza en los cuerpos de las demás personas, haciendo relucir la piel como si fuese un objeto brillante. Las nubes se han escondido, casi como si nunca hubiesen existido y hace un día despejado y hermoso. Muy hermoso. Una suave brisa le acaricia el rostro a Fran y, por primera vez en semanas, este hace una mueca parecida una sonrisa, sintiendo un calor recorriéndole todo el cuerpo. Se pone en marcha y camina por el prado que rodea su vecindario muy lento, disfrutando del sonido de sus tenis rozando la grama. Fran no entiende el sentido de este paseo, pero agradece a lo que sea que sea esa pequeña fuerza extraña que ese día actúo sobre él para que se levantase de su cama, porque ahora ha podido respirar el aire puro de la mañana y ha podido mirar al cielo y sentir como sus ojos se ciegan momentáneamente con la luz de un sol que brilla con mucha intensidad.
Fran se detiene por un instante y se vuelve. Observa cómo su casa va quedando lejos de él. Ha caminado mucho más de lo que creía que había hecho. Ahora está algo lejos. Lejos de su cama, que lo asfixia todas las noches y a la vez lo cobija cual niño, protegiéndolo de la oscuridad. De la habitación y de sus propios pensamientos. Ahora está algo lejos de su neutralidad. Lejos de un vacío que le causa dolor en el estómago. Lejos de lo que sea que está en esa casa y ya no lo deja sentirse especialmente bien.
Ahora está lejos y ahí, afuera, en ese prado de un color verde demasiado brillante, con un cielo azul demasiado intenso encima de él, siente como si la han devuelto un poquito de vida. Fran ahora sonríe ampliamente y pone sus pies en marcha, corriendo lo más rápido que puede con la sonrisa estampada en el rostro y con el deseo de irse lejos. Aún más lejos de ahí...
Fin