lumennature
Una mujer desea obsesivamente que su hija sea admitida en una escuela de prestigio. Para ello, diseña un complejo itinerario que la pequeña deberá seguir todos los días del verano, y que contempla las horas de estudio y hasta los escasos minutos para tomar alimentos. Un día, la niña se encuentra a su vecino, un viejo aviador que comienza a contarle historias sobre un principito que conoció cuando se quedó varado en el desierto después de estrellar su avión. A partir de ese momento, dos líneas narrativas son desarrolladas de manera paralela: la de la niña y la del principito, cada una con un estilo específico de animación.
Lo primero que pudiera incomodar al ver la película (o inclusive desde que observamos los posters y demás materiales promocionales), es la inclusión de nuevos personajes, pues se presta a asumir que solo serán distractores que buscarán el alivio cómico de la premisa. Pero desde los primeros instantes, la cinta deja claro que eso no sucederá. La madre y la niña sirven como recipientes de distintos puntos del texto original. El ingreso forzado al mundo adulto que quiere desencadenar la primera sobre su hija, es propuesto cuando no han transcurrido ni cinco minutos. La paleta de tonalidades grisáceas es la constante cuando estamos en el plano real, habitado por adultos aburridos atentos a números, estadísticas y estatus. Pero cuando conocemos al aviador y nos adentramos al mundo del Principito, la propuesta visual cambia diametralmente.
La animación stop-motion que surge durante los relatos del aviador no es gratuita. Funge como recordatorio de que ilusión y fantasía (cualidades de nuestra apreciación durante la niñez) son fundamentales, pues sin ellas sería imposible percatarnos –ya no digamos tratar de evadir- el absurdo en que habitualmente cae la vida adulta. “Crecer no es el problema, olvidar lo es”, es la línea que más eco genera en la película. No será raro que la audiencia vea vulneradas sus fibras más sensibles en varios momentos. Y sorprende que para ello, la cinta no se valga de herramientas obvias o lacrimógenas, sino simplemente de exposición y discursos.
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yureinis
En un desierto se perdio un hombre y el pricipito se le aperecio y al principio el hombre penso que era una alusinacio porque como un jovencito iba a estar en el desierto porque la aldea mas sercana estaba muy lejos
Lo primero que pudiera incomodar al ver la película (o inclusive desde que observamos los posters y demás materiales promocionales), es la inclusión de nuevos personajes, pues se presta a asumir que solo serán distractores que buscarán el alivio cómico de la premisa. Pero desde los primeros instantes, la cinta deja claro que eso no sucederá. La madre y la niña sirven como recipientes de distintos puntos del texto original. El ingreso forzado al mundo adulto que quiere desencadenar la primera sobre su hija, es propuesto cuando no han transcurrido ni cinco minutos. La paleta de tonalidades grisáceas es la constante cuando estamos en el plano real, habitado por adultos aburridos atentos a números, estadísticas y estatus. Pero cuando conocemos al aviador y nos adentramos al mundo del Principito, la propuesta visual cambia diametralmente.
La animación stop-motion que surge durante los relatos del aviador no es gratuita. Funge como recordatorio de que ilusión y fantasía (cualidades de nuestra apreciación durante la niñez) son fundamentales, pues sin ellas sería imposible percatarnos –ya no digamos tratar de evadir- el absurdo en que habitualmente cae la vida adulta. “Crecer no es el problema, olvidar lo es”, es la línea que más eco genera en la película. No será raro que la audiencia vea vulneradas sus fibras más sensibles en varios momentos. Y sorprende que para ello, la cinta no se valga de herramientas obvias o lacrimógenas, sino simplemente de exposición y discursos.