El Gran Milagro (de Bruce Morris, 2011) tiene un buen inicio, con tres personajes que nos captan la atención porque nos resultan cercanos: una anciana que se siente sola y sin ánimos de vivir, una viuda joven abrumada por el trabajo y con un niño que le pide atención, un chofer de microbús angustiado por su hijo con enfermedad terminal; y un cuarto personaje, un adolescente que de repente entra en sus vidas, y aparece simpático y extraño al mismo tiempo. Los cuatro llegan a una iglesia y, a partir de ahí, la película se convierte en discurso. El ángel-adolescente se dedica a explicar todo, paso por paso, lo que sucede o puede suceder. La importancia la toma la palabra oral; la historia deja de ser cine.
El cine es el arte de contar historias con un lenguaje propio, el cinematográfico, hecho de imágenes, ángulos, planos, sonidos, colores, música, actuación, movimientos, edición, escenarios, etc. Si el texto predomina, el cine pierde su significado y se convierte en discurso. El ‘mensaje’ de una película está en lo que sucede en la historia, en la pantalla, no en el texto solo. Todo cuenta para comunicar un mensaje: las acciones y actitudes, los gestos, el lugar, la hora, los colores, los ángulos de la cámara, los desplazamientos, los silencios, etc. En El Gran Milagro se pretender dar una enseñanza sobre Dios y la fe puesta mayoritariamente en el discurso, cuando el mismo anuncio del Evangelio pide la vida en actuación y el testimonio que se transmite con todos los sentidos, no sólo con palabras.
Para rellenar ese vacío de narración cinematográfica, la película llena muchas escenas con ángeles que vuelan por toda la nave del templo y llegan hasta los cielos. En realidad, el filme no necesitaría el formato de 3D a no ser por este despliegue muy visual de ángeles en movimiento; en todo lo demás, el recurso tridimensional no agrega nada. Más aún, le quita color a la buena factura del filme por el uso de anteojos opacos y de mala calidad.
En este filme, el espectador tiene que estar siempre oyendo una explicación, en lugar de que la historia misma se ‘explique’ en lo que va pasando con los protagonistas. (Además, lo que se oye no coincide nunca con el movimiento de los labios, lo cual lo hace menos creíble). En ninguna escena el chofer interactúa con su familia, ni la anciana con la suya, y poco lo hace la mamá con su hijo. La fe o el amor puestos en las obras, Dios actuando en la vida cotidiana de los personajes, no aparecen en la historia pues todo se va ‘diciendo’.
Más allá del discurso o catequesis oral, la película también ‘dice’ con lo que presenta visualmente. La mayor parte sucede en una enorme basílica gótica donde un sacerdote celebra la misa ante unos pocos fieles separados del altar por una gran distancia. Cuando se alude a Dios, éste se halla en las alturas, muy lejos. El posible discurso de una ‘cercanía’ de Dios queda negado por lo que vemos. Esta enorme distancia se llena con ángeles que tienen más tiempo y visionado que Cristo mismo, y casi necesarios para poder llevar a Dios lo que viene de las personas. Con las explicaciones del ángel, al final cambia la vida de los tres protagonistas como mágicamente. Es muy positivo que tres personas en necesidad hallen la paz, pero falta aquel “aprendizaje gradual en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesucristo” (Documento de Aparecida, 291) en el proceso de iniciación cristiana, así como la inserción en una comunidad viva de testigos.
Los productores del filme han hecho un gran trabajo de preparación al estreno y de distribución. Y no sólo han dejado la sinopsis del filme sino que también su valoración: “una inspiradora historia de fe”, “encuentra la paz”, “sus vidas cambiarán para siempre”; además de su inteligente mercadotecnia para acudir a parroquias y colegios católicos. Lo llamativo es que los periódicos y portales católicos se han dedicado a repetir esta publicidad y no han hecho comentarios propios. ¿Es comunicación católica reproducir pasivamente una publicidad? ¿También aquí la fe es repetir palabras? Algo nos tiene que decir que muchos han acudido al cine. Ha sucedido “el gran milagro”: en las taquillas.
El Gran Milagro (de Bruce Morris, 2011) tiene un buen inicio, con tres personajes que nos captan la atención porque nos resultan cercanos: una anciana que se siente sola y sin ánimos de vivir, una viuda joven abrumada por el trabajo y con un niño que le pide atención, un chofer de microbús angustiado por su hijo con enfermedad terminal; y un cuarto personaje, un adolescente que de repente entra en sus vidas, y aparece simpático y extraño al mismo tiempo. Los cuatro llegan a una iglesia y, a partir de ahí, la película se convierte en discurso. El ángel-adolescente se dedica a explicar todo, paso por paso, lo que sucede o puede suceder. La importancia la toma la palabra oral; la historia deja de ser cine.
El cine es el arte de contar historias con un lenguaje propio, el cinematográfico, hecho de imágenes, ángulos, planos, sonidos, colores, música, actuación, movimientos, edición, escenarios, etc. Si el texto predomina, el cine pierde su significado y se convierte en discurso. El ‘mensaje’ de una película está en lo que sucede en la historia, en la pantalla, no en el texto solo. Todo cuenta para comunicar un mensaje: las acciones y actitudes, los gestos, el lugar, la hora, los colores, los ángulos de la cámara, los desplazamientos, los silencios, etc. En El Gran Milagro se pretender dar una enseñanza sobre Dios y la fe puesta mayoritariamente en el discurso, cuando el mismo anuncio del Evangelio pide la vida en actuación y el testimonio que se transmite con todos los sentidos, no sólo con palabras.
Para rellenar ese vacío de narración cinematográfica, la película llena muchas escenas con ángeles que vuelan por toda la nave del templo y llegan hasta los cielos. En realidad, el filme no necesitaría el formato de 3D a no ser por este despliegue muy visual de ángeles en movimiento; en todo lo demás, el recurso tridimensional no agrega nada. Más aún, le quita color a la buena factura del filme por el uso de anteojos opacos y de mala calidad.
En este filme, el espectador tiene que estar siempre oyendo una explicación, en lugar de que la historia misma se ‘explique’ en lo que va pasando con los protagonistas. (Además, lo que se oye no coincide nunca con el movimiento de los labios, lo cual lo hace menos creíble). En ninguna escena el chofer interactúa con su familia, ni la anciana con la suya, y poco lo hace la mamá con su hijo. La fe o el amor puestos en las obras, Dios actuando en la vida cotidiana de los personajes, no aparecen en la historia pues todo se va ‘diciendo’.
Más allá del discurso o catequesis oral, la película también ‘dice’ con lo que presenta visualmente. La mayor parte sucede en una enorme basílica gótica donde un sacerdote celebra la misa ante unos pocos fieles separados del altar por una gran distancia. Cuando se alude a Dios, éste se halla en las alturas, muy lejos. El posible discurso de una ‘cercanía’ de Dios queda negado por lo que vemos. Esta enorme distancia se llena con ángeles que tienen más tiempo y visionado que Cristo mismo, y casi necesarios para poder llevar a Dios lo que viene de las personas. Con las explicaciones del ángel, al final cambia la vida de los tres protagonistas como mágicamente. Es muy positivo que tres personas en necesidad hallen la paz, pero falta aquel “aprendizaje gradual en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesucristo” (Documento de Aparecida, 291) en el proceso de iniciación cristiana, así como la inserción en una comunidad viva de testigos.
Los productores del filme han hecho un gran trabajo de preparación al estreno y de distribución. Y no sólo han dejado la sinopsis del filme sino que también su valoración: “una inspiradora historia de fe”, “encuentra la paz”, “sus vidas cambiarán para siempre”; además de su inteligente mercadotecnia para acudir a parroquias y colegios católicos. Lo llamativo es que los periódicos y portales católicos se han dedicado a repetir esta publicidad y no han hecho comentarios propios. ¿Es comunicación católica reproducir pasivamente una publicidad? ¿También aquí la fe es repetir palabras? Algo nos tiene que decir que muchos han acudido al cine. Ha sucedido “el gran milagro”: en las taquillas.