Nos cuenta la historia de Maese Pérez, un hombre ya muy anciano que tocaba el órgano en la iglesia de Santa Inés. Tocaba el órgano, como nadie lo había hecho antes; el arte lo heredó de su padre, pues al fallecer le dejó su órgano, y Maese Pérez decidió seguir sus pasos. Todo el mundo lo conocía además de por tocar el órgano, por lo bueno que era. Lo solía tocar en Nochebuena, pues significaba mucho esa noche para él. Además, era ciego, pero sabía que un día conseguiría ver a Dios.
Al llegar la Nochebuena, todo el mundo esperaba impaciente a que Maese Pérez apareciera para que la misa comenzara, pero éste tardaba mucho, lo cual hizo que el arzobispo y las personas allí presentes se impacientaran. Al poco tiempo, llegó Maese Pérez, aunque estaba muy enfermo y pálido. La misa comenzó con todo tranquilidad, y llegó el momento de la hostia consagrada; Maese empezó a tocar, todo el mundo guardaba la respiración para que se le escuchara con toda claridad. A la hora en que el arzobispo iba a tomar la hostia, se escuchó el grito de una mujer. Era el grito de su hija, pues su padre había muerto.
Al año siguiente se tenía pensado aguardar en silencio el órgano, por respeto a Maese Pérez, pero las autoridades decidieron que fueran el pianista que el año anterior había intentado sustituir a Maese Pérez el que tocara este año. La gente no estaba muy conforme, por lo que habían decidido que a la hora en la que se pusiese a tocar empezarían a hacer ruido para que no se le pudiera escuchar. Y así ocurrió, pero igual que empezaron acabaron, pues aquellos acordes que salían del órgano eran indescriptibles, la gente lo alabó, pero no todo el mundo creía que el hubiera sido el que tocaba el piano.
Al cabo de un año, le ofrecieron que tocara en la catedral lo cual aceptó sin dudarlo. La iglesia de Santa Inés estaba casi vacía, pero en ella se encontraban la hija del Maese Pérez y la abadesa del convento de Santa Inés. La abadesa le dijo a la hija del Maese que tocara en aquella noche tan especial, pero ésta tenía miedo, pues la noche anterior había venido a ensayar para rendirle homenaje a su padre, al entrar en el convento dice que empezaron a sonar las campanadas de un reloj, pero que no pararon en todo el rato que estuvo allí. Le contaba que subió a la sala donde estaba el órgano y que allí estaba su padre tocando. La mujer le dio ánimos, y ella subió. La misa transcurría hasta que empezó a sonar el órgano, a continuación se escuchó un grito estremecedor, todo el mundo subió hasta la sala donde estaba la hija de Maese Pérez llorando, entonces dijo: "mirad, es él". No se veía a nadie, pero el órgano sonaba solo.
Al día siguiente cuando el obispo se enteró se arrepintió mucho de haber estado en la catedral, pues el otro organista dio un espectáculo horrible, y sobre todo porque le hubiera gustado presenciar el portento.
Nos cuenta la historia de Maese Pérez, un hombre ya muy anciano que tocaba el órgano en la iglesia de Santa Inés. Tocaba el órgano, como nadie lo había hecho antes; el arte lo heredó de su padre, pues al fallecer le dejó su órgano, y Maese Pérez decidió seguir sus pasos. Todo el mundo lo conocía además de por tocar el órgano, por lo bueno que era. Lo solía tocar en Nochebuena, pues significaba mucho esa noche para él. Además, era ciego, pero sabía que un día conseguiría ver a Dios.
Al llegar la Nochebuena, todo el mundo esperaba impaciente a que Maese Pérez apareciera para que la misa comenzara, pero éste tardaba mucho, lo cual hizo que el arzobispo y las personas allí presentes se impacientaran. Al poco tiempo, llegó Maese Pérez, aunque estaba muy enfermo y pálido. La misa comenzó con todo tranquilidad, y llegó el momento de la hostia consagrada; Maese empezó a tocar, todo el mundo guardaba la respiración para que se le escuchara con toda claridad. A la hora en que el arzobispo iba a tomar la hostia, se escuchó el grito de una mujer. Era el grito de su hija, pues su padre había muerto.
Al año siguiente se tenía pensado aguardar en silencio el órgano, por respeto a Maese Pérez, pero las autoridades decidieron que fueran el pianista que el año anterior había intentado sustituir a Maese Pérez el que tocara este año. La gente no estaba muy conforme, por lo que habían decidido que a la hora en la que se pusiese a tocar empezarían a hacer ruido para que no se le pudiera escuchar. Y así ocurrió, pero igual que empezaron acabaron, pues aquellos acordes que salían del órgano eran indescriptibles, la gente lo alabó, pero no todo el mundo creía que el hubiera sido el que tocaba el piano.
Al cabo de un año, le ofrecieron que tocara en la catedral lo cual aceptó sin dudarlo. La iglesia de Santa Inés estaba casi vacía, pero en ella se encontraban la hija del Maese Pérez y la abadesa del convento de Santa Inés. La abadesa le dijo a la hija del Maese que tocara en aquella noche tan especial, pero ésta tenía miedo, pues la noche anterior había venido a ensayar para rendirle homenaje a su padre, al entrar en el convento dice que empezaron a sonar las campanadas de un reloj, pero que no pararon en todo el rato que estuvo allí. Le contaba que subió a la sala donde estaba el órgano y que allí estaba su padre tocando. La mujer le dio ánimos, y ella subió. La misa transcurría hasta que empezó a sonar el órgano, a continuación se escuchó un grito estremecedor, todo el mundo subió hasta la sala donde estaba la hija de Maese Pérez llorando, entonces dijo: "mirad, es él". No se veía a nadie, pero el órgano sonaba solo.
Al día siguiente cuando el obispo se enteró se arrepintió mucho de haber estado en la catedral, pues el otro organista dio un espectáculo horrible, y sobre todo porque le hubiera gustado presenciar el portento.