Después de muchos años de peregrinación por el desierto, los israelitas llegaron al monte Sinaí, allí Dios se manifestó en toda su gloria y majestad ante Moisés y su pueblo para darle su ley y pactar con ellos una alianza.
Dios pide a su pueblo ante todo una cosa: que sea un pueblo santo y profundamente religioso. Si le es fiel con su culto de adoración y con sus obras, entonces Él les asegura la salvación.
Dios llamó a Moisés a la cumbre del monte y le habló así: “Di esto a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto lo que he hecho a Egipto y cómo os he traído a Mí. Ahora, si oís mi voz y guardáis mi Alianza, vosotros seréis mi pueblo entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, pero vosotros seréis para Mí un reino de sacerdotes y una Nación Santa”.
Por su parte el pueblo de Israel lo acepto obedeciéndole y convirtiéndose en un pueblo santo.
Entonces volvió a subir Moisés con su hermano Arón a lo alto del monte Sinaí. En medio de truenos y relámpagos y un fuerte sonido de trompetas, Dios con gran majestad entregó su santa Ley en unas tablas de piedra, con estas palabras:
Dibuja las tablas de la Ley dadas por Dios a Moisés y escribe en ellas los diez mandamientos.
El pueblo lleno de asombro y temor, presenciaba, al pie del monte, aquel impresionante espectáculo.
Cuando Moisés bajó del monte, el pueblo gritó: “Todo lo que ha dicho el Señor lo cumpliremos” (Éxodo 24, 7).
Entonces Dios mandó sacrificar algunos animales, y tomando Moisés un poco de sangre roció con ella al pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la Alianza que hace Dios con vosotros sobre sus mandamientos”. Éxodo 24,8.
Tiempo después Moisés subió de nuevo al monte Sinaí y demoró cuarenta días allí. Los israelitas, creyendo que Moisés no volvería hicieron un becerro de oro y lo adoraron como un dios.
Por este pecado, Dios castigó a su pueblo condenándolo a errar por el desierto durante cuarenta años. Pero Dios no se olvidaba de su pacto y hace grandes prodigios para ayudar y perdonar a su pueblo. Los alimentaba con Maná, hace brotar agua, los guía por medio de una columna de fuego.
El pueblo varias veces fue infiel a Dios, pero cuantas veces se arrepentía, Dios los perdonaba.
Después de muchos años de peregrinación por el desierto, los israelitas llegaron al monte Sinaí, allí Dios se manifestó en toda su gloria y majestad ante Moisés y su pueblo para darle su ley y pactar con ellos una alianza.
Dios pide a su pueblo ante todo una cosa: que sea un pueblo santo y profundamente religioso. Si le es fiel con su culto de adoración y con sus obras, entonces Él les asegura la salvación.
Dios llamó a Moisés a la cumbre del monte y le habló así: “Di esto a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto lo que he hecho a Egipto y cómo os he traído a Mí. Ahora, si oís mi voz y guardáis mi Alianza, vosotros seréis mi pueblo entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, pero vosotros seréis para Mí un reino de sacerdotes y una Nación Santa”.
Por su parte el pueblo de Israel lo acepto obedeciéndole y convirtiéndose en un pueblo santo.
Entonces volvió a subir Moisés con su hermano Arón a lo alto del monte Sinaí. En medio de truenos y relámpagos y un fuerte sonido de trompetas, Dios con gran majestad entregó su santa Ley en unas tablas de piedra, con estas palabras:
Dibuja las tablas de la Ley dadas por Dios a Moisés y escribe en ellas los diez mandamientos.
El pueblo lleno de asombro y temor, presenciaba, al pie del monte, aquel impresionante espectáculo.
Cuando Moisés bajó del monte, el pueblo gritó: “Todo lo que ha dicho el Señor lo cumpliremos” (Éxodo 24, 7).
Entonces Dios mandó sacrificar algunos animales, y tomando Moisés un poco de sangre roció con ella al pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la Alianza que hace Dios con vosotros sobre sus mandamientos”. Éxodo 24,8.
Tiempo después Moisés subió de nuevo al monte Sinaí y demoró cuarenta días allí. Los israelitas, creyendo que Moisés no volvería hicieron un becerro de oro y lo adoraron como un dios.
Por este pecado, Dios castigó a su pueblo condenándolo a errar por el desierto durante cuarenta años. Pero Dios no se olvidaba de su pacto y hace grandes prodigios para ayudar y perdonar a su pueblo. Los alimentaba con Maná, hace brotar agua, los guía por medio de una columna de fuego.
El pueblo varias veces fue infiel a Dios, pero cuantas veces se arrepentía, Dios los perdonaba.