Hace más de quinientos años un sabio humanista italiano quiso sintetizar el humanismo con el paganismo hermético y el judaísmo capitalista. Se llamaba Pico de la Mirandola y no consiguió probar sus novecientas tesis, ni siquiera exponerla ante la Curia romana, pero escribió para la ocasión un discurso sobre la dignidad del hombre que ha perdurado hasta nuestros días. Pone en boca de Dios:
“No te he dado semblante ni capacidades propiamente tuyas, de modo que cualquier lugar, forma o don que decidas adoptar, después de deliberarlo, lo puedes tener y guardar por tu propio juicio y decisión.
Todas las demás criaturas tienen su naturaleza definida y limitada por leyes establecidas; solo tú, desligado de tales limitaciones, puedes, por tu libre albedrío, establecer las características de tu propia naturaleza.
Te he situado en el centro del mundo para que desde esa posición puedas indagar en torno tuyo, con mayor facilidad, todo lo que contiene.
Te he hecho una criatura que no es del cielo ni de la tierra, ni mortal ni inmortal, para que puedas, libre y orgullosamente, modelarte a ti mismo en la forma que te plazca.
En tu mano está embrutecerte, descendiendo a las formas inferiores de vida, o ensalzarte por tu propia decisión a los niveles superiores de la vida divina.
¿Quién no admirará este maravilloso camaleón?, pues el hombre es la criatura a quien Esculapio, el ateniense, veía simbolizado en los misterios, en la figura de Proteo a causa de su mutabilidad, su naturaleza susceptible de autotransformación.
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Explicación:
Hace más de quinientos años un sabio humanista italiano quiso sintetizar el humanismo con el paganismo hermético y el judaísmo capitalista. Se llamaba Pico de la Mirandola y no consiguió probar sus novecientas tesis, ni siquiera exponerla ante la Curia romana, pero escribió para la ocasión un discurso sobre la dignidad del hombre que ha perdurado hasta nuestros días. Pone en boca de Dios:
“No te he dado semblante ni capacidades propiamente tuyas, de modo que cualquier lugar, forma o don que decidas adoptar, después de deliberarlo, lo puedes tener y guardar por tu propio juicio y decisión.
Todas las demás criaturas tienen su naturaleza definida y limitada por leyes establecidas; solo tú, desligado de tales limitaciones, puedes, por tu libre albedrío, establecer las características de tu propia naturaleza.
Te he situado en el centro del mundo para que desde esa posición puedas indagar en torno tuyo, con mayor facilidad, todo lo que contiene.
Te he hecho una criatura que no es del cielo ni de la tierra, ni mortal ni inmortal, para que puedas, libre y orgullosamente, modelarte a ti mismo en la forma que te plazca.
En tu mano está embrutecerte, descendiendo a las formas inferiores de vida, o ensalzarte por tu propia decisión a los niveles superiores de la vida divina.
¿Quién no admirará este maravilloso camaleón?, pues el hombre es la criatura a quien Esculapio, el ateniense, veía simbolizado en los misterios, en la figura de Proteo a causa de su mutabilidad, su naturaleza susceptible de autotransformación.