LA ley y la ética son dos mundos que están relacionados, pero que no necesariamente se identifican. Primero, porque la ética es más amplia que la ley: hay aspectos del actuar humano donde la ley no debe entrar (una sociedad excesivamente regulada se convierte en asfixiante y cae fácilmente en tics totalitarios); pero, aunque esas acciones no estén reguladas por la ley, siguen siendo objeto de valoración ética.
Segundo, porque dado que las leyes las hacemos los seres humanos, y de vez en cuando los seres humanos nos equivocamos, podemos hacer leyes que sean inmorales. Tanto es así que cuando uno piensa en grandes personajes de la historia que se tienen por ideales de conducta humana suelen ser personajes que se opusieron a las leyes injustas de su tiempo: Jesucristo, Gandhi, Martin Luther King…
Por eso hay que ser prudentes y no extrapolar fácilmente valoraciones éticas de resoluciones judiciales. Quienes son declarados —con o sin faltas de ortografía— inocentes (o no-culpables) en un proceso judicial, pueden alegrarse de ese veredicto, pero harán bien en analizar la responsabilidad moral de las acciones por las que se les juzgaba. Por el contrario, puede haber quienes, tras un proceso judicial, son declarados culpables, y a pesar de ello pueden tener la tranquilidad moral de no haber cometido ninguna acción éticamente reprochable.
Aceptar regalos o traficar con influencias puede ser a veces más indigesto que tomarse un filete lleno de clenbuterol, aunque la ley no siempre lo entienda así.
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LA ley y la ética son dos mundos que están relacionados, pero que no necesariamente se identifican. Primero, porque la ética es más amplia que la ley: hay aspectos del actuar humano donde la ley no debe entrar (una sociedad excesivamente regulada se convierte en asfixiante y cae fácilmente en tics totalitarios); pero, aunque esas acciones no estén reguladas por la ley, siguen siendo objeto de valoración ética.
Segundo, porque dado que las leyes las hacemos los seres humanos, y de vez en cuando los seres humanos nos equivocamos, podemos hacer leyes que sean inmorales. Tanto es así que cuando uno piensa en grandes personajes de la historia que se tienen por ideales de conducta humana suelen ser personajes que se opusieron a las leyes injustas de su tiempo: Jesucristo, Gandhi, Martin Luther King…
Por eso hay que ser prudentes y no extrapolar fácilmente valoraciones éticas de resoluciones judiciales. Quienes son declarados —con o sin faltas de ortografía— inocentes (o no-culpables) en un proceso judicial, pueden alegrarse de ese veredicto, pero harán bien en analizar la responsabilidad moral de las acciones por las que se les juzgaba. Por el contrario, puede haber quienes, tras un proceso judicial, son declarados culpables, y a pesar de ello pueden tener la tranquilidad moral de no haber cometido ninguna acción éticamente reprochable.
Aceptar regalos o traficar con influencias puede ser a veces más indigesto que tomarse un filete lleno de clenbuterol, aunque la ley no siempre lo entienda así.
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