En 1784, Immanuel Kant definió a la Ilustración como “la liberación del hombre de su culpable incapacidad. […] Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: He aquí el lema de la Ilustración”. Con esta caracterización, la modernidad filosófica alcanzó uno de sus puntos más elevados; sin embargo, no deja de resultar curioso que, en ese mismo contexto, entrara en escena la estética, como parte integral del proyecto ilustrado. La misma corriente que impulsaba a las ciencias y enarbolaba la razón como fundamento de la emancipación del hombre, centró su interés en los aspectos más sensibles y tradicionalmente considerados como “menos racionales” de la vida física e intelectual humana. Así, a la par de un creciente interés por el desarrollo científico y la desmitificación de la naturaleza, aparecieron renovadas consideraciones sobre el gusto y las artes, y sobre el rol que estas cumplen en relación con la moral y la política. En ese sentido, el “siglo de las luces” ha sido denominado con justicia también como el “siglo de la estética”.
Esta coincidencia en el tiempo no ha pasado desapercibida. A partir de ella se ha debatido arduamente el rol histórico, político y filosófico de la estética en el proyecto ilustrado; la vigencia o caducidad de la estética como fenómeno temporalmente determinado; la posibilidad de ver con nuevos ojos a los filósofos racionalistas; y la pertinencia de esta disciplina para la comprensión de las artes. Por esta razón, la cuarta edición de nuestros diálogos de estética plantea discutir sobre los autores y las ideas que fueron centrales para la estética del siglo XVIII y que, probablemente, lo siguen siendo ahora.
Respuesta:
Presentación temática:
En 1784, Immanuel Kant definió a la Ilustración como “la liberación del hombre de su culpable incapacidad. […] Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: He aquí el lema de la Ilustración”. Con esta caracterización, la modernidad filosófica alcanzó uno de sus puntos más elevados; sin embargo, no deja de resultar curioso que, en ese mismo contexto, entrara en escena la estética, como parte integral del proyecto ilustrado. La misma corriente que impulsaba a las ciencias y enarbolaba la razón como fundamento de la emancipación del hombre, centró su interés en los aspectos más sensibles y tradicionalmente considerados como “menos racionales” de la vida física e intelectual humana. Así, a la par de un creciente interés por el desarrollo científico y la desmitificación de la naturaleza, aparecieron renovadas consideraciones sobre el gusto y las artes, y sobre el rol que estas cumplen en relación con la moral y la política. En ese sentido, el “siglo de las luces” ha sido denominado con justicia también como el “siglo de la estética”.
Esta coincidencia en el tiempo no ha pasado desapercibida. A partir de ella se ha debatido arduamente el rol histórico, político y filosófico de la estética en el proyecto ilustrado; la vigencia o caducidad de la estética como fenómeno temporalmente determinado; la posibilidad de ver con nuevos ojos a los filósofos racionalistas; y la pertinencia de esta disciplina para la comprensión de las artes. Por esta razón, la cuarta edición de nuestros diálogos de estética plantea discutir sobre los autores y las ideas que fueron centrales para la estética del siglo XVIII y que, probablemente, lo siguen siendo ahora.
Explicación:
déjame una coronita por favor:)