uno de los peligros que cusamos para perder nuestra libertad, es hacer marchar contra cosas absurdas, por otra parte un peligro que también todo ciudadano comente es emitir su boto sin haber leído su expediente de dicho candidato o candidata a la presidencia, eso nos condena a perder nuestra libertad
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espero que te ayude
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morenavidela2009
Gracias, lo de la marcha no lo podré poner pq "colegio católico" JKSDJ
El escándalo de la red de escuchas Prisma ha abierto un nuevo capítulo en la sociedad del riesgo mundial. En los decenios pasados hemos conocido una serie de riesgos globales: el cambio climático, el riesgo nuclear, el financiero, el terrorismo... y ahora el riesgo digital global que amenaza a la libertad. Todos estos riesgos (con excepción del terrorismo) en cierto modo forman parte del desarrollo tecnológico, pero también cristalizaban temores que se habían expresado durante la fase de modernización de estas nuevas tecnologías. Sin embargo, ahora se produce un acontecimiento en el que un riesgo se constituye de golpe en un problema mundial, como ocurre en la amenaza para la libertad que han puesto en evidencia las revelaciones de Edward Snowden. Estamos ante una lógica del riesgo completamente distinta.
En el caso del riesgo nuclear, los accidentes de Chernóbil y de Fukushima han suscitado un debate público. En el caso del riesgo para la libertad, por el contrario, lo decisivo no fue el caso catastrófico, puesto que aquí la catástrofe sería la hegemonía del control impuesta en el nivel global, es decir: en realidad, la desaparición del riesgo tal como lo entiende la hegemonía informativa impuesta. Dicho de otro modo: la catástrofe habría ocurrido, pero nadie se habría dado cuenta. Eso supone una completa inversión de la situación, que puede verse de otro modo: al principio, todos los riesgos globales compartían varias características. Todos revelaban en las experiencias cotidianas la interdependencia global. Todos son, en un sentido especial, globales, esto es: no se basan en accidentes espacial, temporal y socialmente delimitados, sino en catástrofes que carecen de límites en cualquiera de estas dimensiones. Y todos son efectos colaterales de los éxitos de la modernización, que, a su vez, ponen retrospectivamente en cuestión las instituciones de modernización existentes. En el caso del riesgo para la libertad, lo que se pone en tela de juicio son las posibilidades de control de los propios Estados nacionales democráticos; en los demás casos, los cálculos de probabilidad, la protección de las compañías de seguros, etcétera.
También tenemos que vérnoslas con una inflación de las catástrofes que se ciernen sobre nosotros, en la que cada nueva catástrofe amenaza con degradar a la siguiente: el riesgo financiero eclipsa el riesgo climático. El riesgo del terrorismo eclipsa los riesgos digitales para la libertad. Esto último es, por lo demás, uno de los obstáculos centrales que impiden reconocer públicamente y convertir en objeto de acción pública ese riesgo para la libertad.
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uno de los peligros que cusamos para perder nuestra libertad, es hacer marchar contra cosas absurdas, por otra parte un peligro que también todo ciudadano comente es emitir su boto sin haber leído su expediente de dicho candidato o candidata a la presidencia, eso nos condena a perder nuestra libertad
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El escándalo de la red de escuchas Prisma ha abierto un nuevo capítulo en la sociedad del riesgo mundial. En los decenios pasados hemos conocido una serie de riesgos globales: el cambio climático, el riesgo nuclear, el financiero, el terrorismo... y ahora el riesgo digital global que amenaza a la libertad. Todos estos riesgos (con excepción del terrorismo) en cierto modo forman parte del desarrollo tecnológico, pero también cristalizaban temores que se habían expresado durante la fase de modernización de estas nuevas tecnologías. Sin embargo, ahora se produce un acontecimiento en el que un riesgo se constituye de golpe en un problema mundial, como ocurre en la amenaza para la libertad que han puesto en evidencia las revelaciones de Edward Snowden. Estamos ante una lógica del riesgo completamente distinta.
En el caso del riesgo nuclear, los accidentes de Chernóbil y de Fukushima han suscitado un debate público. En el caso del riesgo para la libertad, por el contrario, lo decisivo no fue el caso catastrófico, puesto que aquí la catástrofe sería la hegemonía del control impuesta en el nivel global, es decir: en realidad, la desaparición del riesgo tal como lo entiende la hegemonía informativa impuesta. Dicho de otro modo: la catástrofe habría ocurrido, pero nadie se habría dado cuenta. Eso supone una completa inversión de la situación, que puede verse de otro modo: al principio, todos los riesgos globales compartían varias características. Todos revelaban en las experiencias cotidianas la interdependencia global. Todos son, en un sentido especial, globales, esto es: no se basan en accidentes espacial, temporal y socialmente delimitados, sino en catástrofes que carecen de límites en cualquiera de estas dimensiones. Y todos son efectos colaterales de los éxitos de la modernización, que, a su vez, ponen retrospectivamente en cuestión las instituciones de modernización existentes. En el caso del riesgo para la libertad, lo que se pone en tela de juicio son las posibilidades de control de los propios Estados nacionales democráticos; en los demás casos, los cálculos de probabilidad, la protección de las compañías de seguros, etcétera.
También tenemos que vérnoslas con una inflación de las catástrofes que se ciernen sobre nosotros, en la que cada nueva catástrofe amenaza con degradar a la siguiente: el riesgo financiero eclipsa el riesgo climático. El riesgo del terrorismo eclipsa los riesgos digitales para la libertad. Esto último es, por lo demás, uno de los obstáculos centrales que impiden reconocer públicamente y convertir en objeto de acción pública ese riesgo para la libertad.
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